Enfrente

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Enfrente

09 Diciembre 2018

Por Ramiro Gallardo

Vivo en el último piso de un edificio de una esquina con terraza. Los fines de semana suena la risa de la familia del encargado. Son paraguayos, nos hicimos amigos: vemos fútbol juntos y me convidan sopa paraguaya. Abajo, dos bolivianas venden fruta en la vereda. Justo enfrente, en un séptimo piso –que es también el último– entreveo la figura de un hombre de unos 75 años, de pelo largo, lacio y rubio. Cada noche, hasta muy tarde, los reflejos del televisor tiñen las paredes de lo que debe ser su dormitorio. A veces aparece su sombra y adivino un tupido bigote negro. Cuelga los calzoncillos recién lavados de una percha y los pone a secar en la ventana. La percha está ahí siempre. Es una percha permanente.

Vecino

Miro la luz que ilumina la percha de plástico que cuelga en la ventana del último piso del edificio de enfrente, donde vive ese tipo raro que me mira mientras escribo y no apaga jamás la tele. Nos salva una distancia mentirosa: desde mi terraza hasta su percha son diez metros, pero los ocho pisos de mi casa hasta la calle más los siete hasta la suya dan unos cincuenta y cinco. Más de media cuadra. Por suerte, porque le tengo miedo. Miedo: a su mirada, a su sombra que le tapa la mitad de la cara, a su TV, a la percha iluminada por esa única luz. Son las 2 de la mañana.

Si fuera una cucaracha voladora ¿agitaría mis alas marrones hasta allí?

Apago la compu y me asomo a la ventana. La luz azul y movediza de su habitación empaña las paredes, como todas las noches, toda la noche. En ese cuarto de techo alto, revoques gruesos, imagino que mi vecino se masturba. Si apareciera ahora de repente, tapando la percha, temblaría de vergüenza al saberme observado, descubierto. No podría escribir más, ya no sobre él. Lo miraría de reojo, disimulando. Me volvería cucaracha.

¿Y si me hiciese pasar por un pariente suyo? Hola primo, vengo a visitarte para descubrir lo que esconde esta pared gris, para entender por qué cuelga una percha iluminada en el último piso de un edificio en esquina con mansarda afrancesada. Sí, soy yo, tu primo, tanto tiempo. ¿Dan algo lindo en la tele che? ¿A esta hora, sí?

Cucaracha

Por las noches me dan ganas de salir de este agujero, estirar las patas, batir un poco mis alas replegadas y asquerosas.

Leo un rato, tal vez unos mates... me gusta ver la caída de la tarde en este octavo piso con terraza en esquina: se estrella contra las baldosas rojas justo cuando la noche está en pleno desayuno, desaparece con las hojas del ficus, entra la oscuridad por el desagüe. Una enorme cucaracha asoma sus antenas con gracia. Tiene alas. ¿Por qué nunca se las ve volar? Bicho rastrero.

Las ventanas que se encienden en los edificios atraen algo de este instinto que llevo en la sangre. ¿Sangre? No recuerdo haber visto flujo semejante cuando las pisaba, más bien una baba color crema, como una mayonesa o una salsa blanca para la tarta. Ahora soy todo crema y alas por un rato, podría batirlas y llegar hasta lo del vecino raro para apagar su televisor. Pero temo su reacción, su olor, su pelo blanco. ¿Y si me pisa como a un insecto malo? O peor, algún primo suyo sería capaz de guardarme en un frasco rosa y dejarme olvidado en la repisa del cuarto, hasta secarme.

El primo del vecino

En el edificio de enfrente vive mi primo, un tipo raro que por la noche no apaga la tele. Estamos tan cerca uno del otro y sin embargo jamás pisé ese departamento plateado. Su ventana, a 45 grados justo en la esquina, es aterradora. Cuando está un poco abierta, un poco cerrada, deja ver en sus reflejos una sombra que se desplaza por otros ambientes, una puerta que se abre, una luz que se apaga.

Podría cruzar y tocarle un timbre, acabar de una vez por todas con este relato. Abro la puerta, llamo el ascensor y bajo, ocho pisos. Cruzo la calle, saludo a las bolivianas que venden fruta o no, es de noche y las bolivianas ya se fueron porque mi primo sólo existe por la noche, cuando la luz de la tele colorea las paredes de la habitación. Toco el timbre, 7º A supongo, creo. Le digo soy tu primo, suena la chicharra. Empujo la puerta y entro a un hall con olor a paredes húmedas. El ascensor de botones redondos negros, bien salidos, sube lento hasta el piso de mi primo que me espera con su blonda mirada de pelos largos y bigote morocho. Son las dos de la mañana, la tele está prendida pero no se escucha nada. ¿Dan algo lindo en la tele che? El cuarto tiene el techo alto. Una cucaracha camina por el marco de la ventana y nos observa alerta. Tengo el frasco rosa, claro, ya le llegará la hora.

Faro

Atrapado en esta pecera de vidrio iluminada espío a mi vecino y escribo. La noche oculta su figura mientras me observa desde la terraza de enfrente: lo delata la luz parpadeante de un cigarrillo. Se enciende y se apaga, como un faro.