"En las guerras entre unitarios y federales existieron picos de violencia extraordinarios"

"En las guerras entre unitarios y federales existieron picos de violencia extraordinarios"

09 Octubre 2015

 

Por Enrique de la Calle

APU: En su capítulo discute con la idea de pensar los conflictos bélicos del siglo XIX en clave de guerras civiles "nacionales" o "internacionales". ¿Por qué?

Alejandro Rabinovich: En la historiografía argentina (como en la del resto de Latinoamérica) la distinción entre guerras civiles e internacionales ha servido tradicionalmente para jerarquizar los conflictos y seleccionar aquellos que van a servir a fundar la épica del Estado-nación. Así, por ejemplo, la Guerra de la independencia entendida como un conflicto internacional que opuso a una nación en ciernes (los criollos proto-argentinos) contra España sirvió de mito fundador al Estado que se estaba consolidando a fines del siglo XIX.

Por eso el monumento a San Martín en cada plaza y los actos en la escuela primaria. Los otros conflictos que no cuajan con esta idea son relegados a la categoría de guerra civil y por ende expulsados de la Historia o puestos en segundo plano. La lucha entre el Directorio de Buenos Aires y los Pueblos Libres de Artigas constituyen el mejor ejemplo. En ningún lado se va a encontrar un monumento celebrando las campañas punitivas contra el Litoral ni se festejan esas batallas como fechas patrias (por supuesto la situación cambia en Uruguay). En realidad, no existiendo en aquél entonces nada que remotamente se pareciese a lo que entendemos por Nación argentina, la distinción entre civil e internacional es bastante caprichosa. Todos los conflictos que se generaron tras la crisis de la monarquía hispánica en 1808 fueron parte de una guerra civil generada al interior de la Nación española, y es al calor de esas luchas que se fueron forjando las nuevas naciones en un proceso que duró décadas.

APU: Los conflictos que usted analiza están caracterizados por el protagonismo popular, ya que se trata de enfrentamientos entre milicias populares. ¿Qué implica ese protagonismo popular?

AR: Implica varias cosas. Ante todo, un empoderamiento notable de los sectores populares tanto urbanos como rurales. Su participación militar en las milicias y en el ejército de línea les va a permitir una participación política decisiva, una capacidad de negociación inédita y en muchos casos una vía de rápido ascenso social. A partir del proceso de militarización y movilización política desatado por la revolución de Mayo ya ninguna elite urbana puede gobernar en la región sin tomar en cuenta, a favor o en contra, a ese formidable nuevo factor de poder que constituye el pueblo en armas. Pero la movilización militar también implica un costo humano desproporcionado que recae sobre estos sectores, ya que son los hombres de la campaña y del bajo pueblo urbano los que invariablemente forman los rangos de los regimientos. De manera que los sectores populares “compraron” la independencia del país al precio de decenas de miles de muertos y heridos, familias dislocadas y vidas trastocadas por la experiencia de guerra.

APU: Me impresionó una imagen: en algún momento, se pasa en los enfrentamientos de una mirada comprensiva sobre el otro (es un "hermano americano") a otra donde el enemigo debe ser eliminado y en los peores términos. "Se hizo tolerable un nivel de crueldad insospechado", describe. ¿Cuándo ubica ese cambio? ¿Por qué cree que la violencia y la crueldad se incrementan notablemente?

AR: No es fácil dar una respuesta precisa a la pregunta de por qué de repente se vuelve tolerable un nivel más alto de violencia, la bibliografía especializada lo discute hasta el día de hoy. En todo caso en Hispanoamérica vemos casos diferentes. En Venezuela y Chile, por ejemplo, la confrontación con los realistas en el marco de las luchas de independencia derivaron directamente en la "guerra a muerte", es decir, un tipo de conflicto en el que uno de los bandos anunciaba de antemano que no iba a dar cuartel ni a respetar la vida de prisioneros y civiles. En el Río de la Plata, en cambio, la lucha con los realistas respetó generalmente los principios básicos del derecho de guerra. El caso de Belgrano liberando a todo el ejército realista prisionero en la batalla de Salta es el mejor ejemplo. En cambio, la confrontación entre el Directorio y los Pueblos Libres escaló de manera notable hasta actos de atrocidad inéditos en la región.

Lo que marco en el artículo es que, en las primeras campañas de Buenos Aires contra el Litoral, se ve claramente cómo los soldados reclutados en Santa Fe o Entre Ríos se niegan a combatir contra sus hermanos orientales. En el motín de Fontezuelas, inclusive, el ejército entero de Buenos Aires se levanta contra el gobierno de Alvear para no tener que combatir a Artigas. Pero Buenos Aires va a seguir mandando una expedición punitiva tras otra al Litoral, al ritmo de más o menos una por año. Ya para 1818 el desgaste es enorme y la desolación de la campaña santafecina es total. Es a partir de esa coyuntura, y con un pico de intensidad en 1820, que empezamos a ver atrocidades, cadáveres sin enterrar, degüello de prisioneros, exposición de cabezas, saqueos generalizados de poblaciones. Para entonces, del lado de las milicias litorales el odio por los porteños está consolidado, mientras que las autoridades de Buenos Aires están convencidas de que combaten a salvajes anarquistas cuya sangre no vale la pena ahorrar.

APU: La hegemonía de Rosas: ¿Qué implica para esa violencia y esa crueldad entre los bandos contrarios?

AR: Hace unos meses organizamos un foro con los principales especialistas del tema para discutir justamente esta cuestión (ver al respecto). La historiografía liberal asumió siempre que el régimen rosista desplegó un grado de violencia inusitado y buena parte de los testigos de la época reflejan efectivamente un escenario en el que parece desbordarse el odio faccioso. Al mismo tiempo, es innegable que en las guerras entre unitarios y federales existieron picos de violencia extraordinarios, de un lado y del otro: las matanzas de oficiales prisioneros por Deheza y Aldao, la campaña punitiva de José María Paz en la sierra cordobesa, el terror desplegado por Oribe en el interior tras la campaña de 1841, etc.

Personalmente no creo que el rosismo invente nada en este terreno, sino que la población del Río de la Plata en su conjunto se estaba viendo sumergida en una cultura de la guerra cada vez más brutal, eficaz y contundente. Para el momento de auge de la hegemonía rosista (si convenimos que ésta llega en su victoria de 1841) la región estaba en guerra permanente desde hacía más de treinta años. Los que dirigían las campañas eran hombres de 40 y 50 años de edad que se habían pasado la vida entera de campamento en campamento y de batalla en batalla. Para una buena parte de los soldados rasos la guerra ya no era un oficio sino un modo de vida. Y existía sin dudas un efecto de acumulación tanto de las experiencias brutales como de la lógica de la venganza. Ya todos habían perdido un hermano, un compañero o un hijo lanceado por el enemigo, cada individuo tenía alguien a quien vengar. En este contexto se hacía la guerra sin miramientos. Es un proceso que va a continuar todavía varias décadas y que va a explicar las notables matanzas realizadas en la Guerra del Paraguay, en las campañas contra los pueblos originarios y en la represión de las montoneras federales.   

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