Dime la forma, sobre “Canción de invierno recitada por el hombre del volcán” de Nicolás Correa

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Dime la forma, sobre “Canción de invierno recitada por el hombre del volcán” de Nicolás Correa

17 Diciembre 2016

Por Jorge Hardmeier

Nena dime formas,
formas de llegar al cielo azul
(Luis Alberto Spinetta)

Nicolás Correa ha editado libros de cuentos, novelas y poemarios. La publicación – a cargo de la editorial cordobesa detodoslosmares – de su reciente libro de poemas “canción de invierno recitada por el hombre del volcán”, con un lúcido prólogo escrito por Carlos Battilana, y la posterior presentación del libro, me condujeron a La Coop Librería, un nuevo espacio ubicado en Bulnes al 600, pleno barrio de Almagro, aunque ciertos mercaderes se empecinen en incluir esa zona en el cada vez más amplio barrio de Palermo.

He leído “canción de invierno recitada por el hombre del volcán”. Lo he subrayado, he hecho anotaciones al margen.
Es Correa en estado puro, con todas sus consecuentes búsquedas y obsesiones.

La poesía no es escribir versos, o no solamente se trata de eso.

En la dedicatoria de “canción de invierno recitada por el hombre del volcán”, Nicolás Correa lo anuncia sin amagues: Rocío, ultima forma en que conozco la poesía. O sea, la poesía no está en los libros, ni en los recitales en los cuales se leen poemas, ni en las antologías, ni siquiera en las presentaciones de libros de poemas y menos que menos en los debates académicos y sus correspondientes papers, sino en diversos lugares, seres, climas, situaciones, recuerdos, dolores, hechos. Es, en definitiva, una búsqueda.

Arthur Cravan era poeta y jamás publicó un libro, al menos en vida. Los dadaístas lo tomaron como ejemplo y santo patrono. Cravan decía ser sobrino de Oscar Wilde, publicaba una revista – financiada y escrita totalmente por él mismo, revista que puede ser rastreada en el libro editado por Caja Negra sobre el referido personaje - y era boxeador, como Nicolás Correa. Buscaba la poesía, Cravan. Desafió al campeón mundial de los pesos pesados y subió al ring borracho y se tiró a la lona en el primer raund. La poesía tiene diversos vericuetos para nunca ser hallada. El mito dice que Cravan, en una última búsqueda poética, partió desde el Golfo de México a bordo de un velero. Nada se supo más de él. Desconozco el itinerario boxístico de Correa, pero la asociación me resultó inmediata.

En el prólogo a “canción de invierno recitada por el hombre del volcán” Carlos Battilana escribe: Atisbar una forma a través de la poesía (un movimiento acústico y un núcleo de sentido)…

Es que este poemario de Nicolás Correa es el documento de la búsqueda de una forma. Nico también busca lo poético a través de diversas vertientes. Puede ser el amor, el boxeo, Riquelme, la narrativa o un libro de poemas. Escribe siempre, escribe infinito, leemos en algún libro de Miguel Ángel Bustos, poeta que sobrevuela estas páginas, tanto el prólogo como el poemario en sí. Es que Bustos había entendido que la búsqueda, sea cual sea el canal, es incesante, infinita, inacabada. Un fluir sin límites. De eso sabía Cravan. Por esos andariveles deambula Correa.

“Canción de invierno recitada por el hombre del volcán” es la búsqueda perpetua de una forma. Allí anida lo maldito de la poesía como búsqueda – por qué maldita mi poesía, escribe y se pregunta Correa – pero no hay malditos, hay buceadores, por eso también Antonin Artaud aparece como un halo en estas páginas: acabar con los juicios de dios y luego ahora soy mi padre mi madre mi hijo. Es que eso es la poesía: construirse, construir un hombre con otros órganos, construir una familia poética personal. Eso incluye, inclusive, atisbar y diseñar la propia muerte. Llamo a un lugar para morir. Pues construir la propia muerte es, también, un acto poético. Una bella muerte, resultado de una búsqueda y, por cierto, discreta. Los gatos saben de eso.

Algo recurrente, también, en el poemario de Correa, es la libertad como algo oscuro. Y sí. Tal vez me equivoque, pero es que la libertad es un absoluto y los absolutos clausuran los caminos y las experiencias. Ya no hay búsqueda de forma allí. Y lo esencial, para Nicolás Correa, es la incesante búsqueda de una forma. El cómo: cómo escribir, cómo amar, cómo boxear, cómo morir… Esa búsqueda es inacabable, incesante.
No casualmente el libro cierra con este verso: me dije esta es nuestra música nuestra forma / la forma.
El resto, es mentira.

 

Poemas de “canción de invierno recitada por el hombre del volcán”, de Nicolás Correa.

III (del apartado “Solsticio de invierno”)
por qué maldita mi poesía
entre las tendencias sólo puede
soportar canto innegable
crepúsculo de los días
el extraño segundo en que carne y uña pierden
equilibrio

mujer siete mares siete plagas maravillas siete
conciente frio de
la miseria que había pasado
las cosas que vi dijo
creciste como la hiedra
madre

nobodyman una corazonada
que olvida la expresión natural
el retroceso de las masas ya van a venir en la
fantasmagórica forma de malformada mueca tu
tic tu labio
leporino tu mugre debajo de las uñas
las saliva baja bestia camaleón

por qué maldita mi poesía
recorre la visión de los hijos del mal
en la intemperie el corazón
hiel
la mandrágora que mana
la rama en lo alto
frente a la virgencita

pichí cortaba tira bajaba el gallo
y buscaba en la oscura mazmorra
de la infernal noche en risso
hermano
lo susurró mientras corríamos

o era el viento
de las naves que no habían incendiado
nuestro viento
y la tara se dedica a observar
a los hijos del mal encogerse de hombros
es la visión

la suma de todas

esa mujer preguntó qué me gustaba
cuando callaba
yo nunca el mal puede decirse
señora


II (apartado ídem)

jugar al lobo te va a carnear
corderito
corderito

esta mierda
nos va a tragar
pero vamos a caer en el remolino con un explosivo
metido en el culo

VII (del apartado el camino de la siesta)

papá qué nos pasó
cómo fue que llegué a esto que soy
de chico te buscaba en el centro
en los ladrillos afilados que eran toda una locura
y tu silbido papá
allá arriba en el techo con esa batalla de la membrana

cómo fue que llegué a esto
busco en el agua que se acumula en el cuenco de mis
manos
de los jirones retazos algo desmadejado
un traidor no sé busco una cosa
que se desvanece casi siempre ahí

eso que tanto amaba entonces
papá
yo no sé cómo explicártelo

abajo
desde mi pequeña posición te miraba
y mi amor renovado hacia vos
pensando en cada uno de los lunares
que el sol de verano te iba a hacer salir porque mamá
te lo repetía
qué soy papá
yo no me lo puedo explicar esto de no saber
quién

pero si parece mentira
te veo preocupado mirando las manos de mamá
y ese color azul oscuro de tu vida
las cosas son como son hijo
decías

yo papá vos me representas
un cielo abierto y tus manos gordas que parecen
torpes
con unos dedos como chorizos pero todo se volvía
fiesta
cuando le acariciabas el pelo a mamá
papá

dónde estás en esta hora oscura
llena de barro tinieblas del mundo las cosas que te
callaste
aunque yo quiera que llegues temprano
desde el patio
sin hacer ruido
cómo hiciste para explicar tus tragedias
yo ni siquiera puedo verme al espejo
eso que tanto amaba entonces
ni sé cómo explicártelo

creo es imposible que del otro lado

miro el cálido silencio de tus ojos
somos este dolor
II (del apartado “todo el mundo está en tu vientre”)

lo tomé
y tomaré

lo que tu matriz

produzca
para darle
mi vida

como un sistema central