Diario de la desfiguración

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Diario de la desfiguración

08 Diciembre 2019

Por Boris Katunaric

 

 

Aún no he visto la desfiguración. Soy su portador. Comunico a mi pesar lo único que tengo. Lo que soy y sospecho y no puedo constatar. La desfiguración.

 

 

 

Esa carne con consistencia de plastilina moldeada por una mano invisible cuya voluntad caprichosa pareciera no tener entretenimiento mejor que el de humillarme es la que construye este hombre que ni siquiera es real.

 

 

 

El deseo que invita a vomitar y fracasar en el intento. Haberse tomado todos los termos de mate del mundo.

 

 

 

No te preocupes por el asilo político. Buscaré otra embajada donde ocultarme de las fuerzas represivas de la noche.

 

 

 

Así como quien quiere entrar por la piel. Querer sentir la sangre con las yemas de todos los dedos al mismo tiempo. Esa es la exclusión que temo.

 

 

 

Cocinado al fuego del llanto y -la necesidad de la poesía es la de la resonancia. No la del eco repetido cada vez más débil o- la ceguera.

 

 

 

Mi conciencia. Un amasijo de puños contra una pared sin revocar. Golpear. Golpear hasta hacerla pedazos. La pared o la conciencia. Es indistinto.

 

 

 

La imagen es una mano que acciona sobre la realidad. Le puede dar forma o deformar o incluso desfigurar.

 

 

 

Los ojos que me miran ven una cara desfigurada -siento su asco- No quieren prender la luz. Yo tampoco lo intento.

 

 

 

La intuición nublada durante años. Miles de litros. Aquellas respiraciones y soberbias de un hueco sin reconocer. Esa pregunta que no podía formular y apenas asomaba cuando me levantaba de la cama a fumar. Y otro ritual innecesariamente burocrático. Los armónicos artificiales que aun arden.

 

 

 

Pelotazos en el interior de la caja torácica. No se oyen desde afuera. 

 

 

 

Me queda esta ceguera hija del llanto. Sentado en la vereda de un banco (ni siquiera en el banco de una plaza como los bien pensantes de clase media) a la vista de todos los que tienen ojos que saben leer y ríen.

                                                                                                 

 

 

Los lentes son por el sol y para la gente a la que le doy asco.

 

 

 

Si con esta ceguera hija del llanto se terminan las posibilidades del juego de los lenguajes, hablar a esta hora -cualquiera que sea- no merece la más mínima atención.

 

 

 

La desfiguración de lo que no es. Hasta que encienda la luz y el horror definitivamente exista.

 

 

 

Mi mirada –el infierno de los otros-.

 

***

 

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