Chorizombilandia #2: Ningún hombre es realmente de piedra

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Chorizombilandia #2: Ningún hombre es realmente de piedra

30 Septiembre 2017

Por José Manuel Welschinger

Ilustración por Leo Sudaka

–Dice que lo asustó, lo tironeó de la mano y lo echó de la plaza.

–¿En serio? Estaban pintando la estatua seguro.

–No, dice que no estaban haciendo nada.

La Secretaria buscó a Benjamín con la mirada. Lo encontró sentado al fondo del aula vacía, fingiendo que no oía nada como solamente los chicos saben hacer. Con apenas ocho años ya tenía la misma nariz y las mismas orejas que todos los varones en su familia. “Acá lo único que no se muere es la tradición”, pensó.

Encaró de nuevo a la joven maestra, en impostada voz alta para que el mocoso se enterara también:

–A mí me contaron otra cosa. Me dijeron que él, Pablo Scheron y los dos Del Valle fueron a molestar de nuevo a Alfredito.

–¿A quién?

–Al señor que duerme en la plaza.

– ¿El loco Lope?

Dijo eso y la Secretaria la cortó con la mirada. A nadie hacía falta recordarle lo lento que se asciende en los pueblos, donde los puestos siguen siendo vitalicios, y lo poco que ayuda ir perdiendo puntos en el camino. En un gesto pasivo-agresivo típico de la dinámica entre maestras, la Secretaria se abrió paso hacia el interior del aula, franqueándola con un toque del hombro.

A todo esto, el nene seguía mirando el piso.

–Benjamín, decime una cosa. ¿En qué grado estás?

–En tercero -contestó, a la manera atonal con la que se le respondía a las autoridades del colegio.

–¿Y tu hermano, en qué grado está?

–En séptimo señorita.

La Secretaria se acercó para reforzar la intimidad del diálogo, consciente de tener detrás suyo a la maestra:

–Y entendés que los chicos de los otros grados no se meten con vos por eso, ¿cierto?

Benjamín asintió, confirmando que comprendía.

–Y cuando tu hermanito entre a la escuela, ¿Vos vas a dejar que le peguen y lo traten mal?

–No…

Su voz se fue disipando en el silencio del aula vacía. Fingida o no, una lágrima amenazaba con caerle de la cara.

–Bueno, Don Nahuel tampoco. Así que si me entero que fueron de nuevo a tirarle piedras al señor de la plaza, voy a tener que hablar con tu mamá –recuperó su postura erguida–. Ahora andá, y avisale a los demás. No quiero escuchar otra queja, ¿Estamos de acuerdo?

Levantando su mochila de Angry birds, Benjamín salió disparado hacia el pasillo. Disciplinar a los hijos de los intocables era un privilegio del oficio. La seño nueva todavía estaba parada en la entrada, un tanto incómoda, como esperando instrucciones. Bastó con sostenerle la mirada un instante para que se retirara en silencio.

La Secretaria entonces fue hasta la ventana y miró hacia la plaza. Aunque eran cerca de las doce del mediodía, un grupo de adolescentes rodeaba al loco Lope, cartón de vino en mano. Muchas veces llevaban bebidas solamente para que se acercara a hablar con ellos, y otras pasaban a darle monedas para que se comprara cigarrillos, porque alcohol ya nadie le vendía.

Ahora se había vuelto a poner de moda molestar al borracho. En definitiva, los chicos del secundario le hacían más daño que los nenes tirándole piedras. Era una maldad con la que se entretenían. Le pedían que cuente historias, lo hacían enojar, jugaban a ver quién le robaba el palo que usaba de espada. Tampoco eran tontos; si lo veían acercarse a Nahuel se volvían de humo. Alguno que otro intentaba zafar haciéndose el amigo, sólo para conocer la mirada seca del placero, cuyo efecto infalible se apoyaba en una reputación oscura y un tabique roto mal soldado, muy impresionante a la vista.

Pero en horas de clase Alfredito podía estar tranquilo y al sol, dándole pan a las palomas, acompañado a veces de su hermano, que se acercaba a charlar con él, o a no charlar; y la ternura que destilaba en su trato era evidencia irrefutable de que ningún hombre es realmente de piedra, por mucho que se esfuerce en aparentarlo.