Arte contemporáneo: el gesto performático como lenguaje corporal

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Arte contemporáneo: el gesto performático como lenguaje corporal

05 Diciembre 2021

Por Silvina Gianibelli 

Había terminado de leer las 9 variaciones sobre cosas y performance, de André Lepecki, cuando al bajar del tren vi un pájaro azul entre los destellos de sol de una mañana muy fría. El animal estaba casi inmóvil, detenido en su propia liturgia apenas perceptible. Solo hacía pasos vacilantes hacia los costados. Tuve el tiempo necesario para poder tomar el móvil y transgredir la imagen vital para asegurarme el reflejo de sus plumas, era tan exótico entre los demás pájaros.   

Sin embargo la criatura observada comenzó a girar sobre la base del árbol que lo anidaba. Decidí entonces la perspectiva exacta para tomar el ángulo que me permitiera registrar sus plumas, las velvet blue. En mi registro hipotético, planeaba una toma cinematográfica. En el momento exacto del encuadre el pájaro seguía parado silente frente a los gritos de los autos de la ciudad. Del otro lado estaba Barrancas de Belgrano en todo el esplendor de la naturaleza. Todo el impulso renacentista estaba frente a mí, como siempre. Como siempre lo está. Pero al asumir el cuadro compositivo de la imagen (hasta ahora exacta), en ése preciso instante el pájaro voló. Desapareció de la imagen que yo había construido y me dejó con la mirada hacia algún punto de fuga sobre las barrancas, mientras que, verdaderamente solo vi su elevación.

 El vuelo fue rápido tan rápido que no pude siquiera seguirlo. Y el encuadre fue perfecto tan perfecto que no había más que el instante. 

El pájaro azul no buscaba perpetuarse en el tiempo para poder instalar un pasado mediato. Ni tampoco dejo rastros de su presente que se fundió en su vuelo. Sino que el esplendor fue un rasgo del azar. 

El gesto en el cuerpo performático en el arte contemporáneo tiene mucho del vuelo del pájaro. Pensemos en el cuerpo en su aspecto más efímero que se transforma en devenir vuelo que, a su vez irá tras una cadena ilimitada de azares. 

En otra dimensión de lo performático podemos pensar que la imagen de mi perspectiva al intentar capturar el pájaro fue aniquilada por su ausencia. De esta manera considero que el gesto performático prescinde de previsión. Llamo previsión en este caso a cualquier instancia compositiva.

No hay composición en ningún juego del azar. Solo hay puntos de fuga por los que se atraviesa el ser/estar en estado de beatitud, en el sentido de Kerouac: el ser vital.

Hacia la vuelta a la estación había una impresión plástica en la huella mnémica de mi memoria. Destellos de las impresiones que el color azulado había dejado en mí. Fotogramas metonímicos del pájaro que habitaban la presencia en la ausencia. 

¿Que había dejado el pájaro azul para que yo lo asuma en mi camino? 

Llamo destellos a la fragmentación de las impresiones perceptivas que la criatura dejó en mí. Y quizá en otros. Nunca se sabe cuántos puntos de fuga atraviesan un vuelo. 

Sabemos, es cierto, que esa impresión asume el rol de rayo quebrando la partitura de la fuga creando un destello tan imperceptible como efímero. A tal impresión que cae como la luz de las estrellas en el fin de  la noche. 

Ese destello marca una huella significante en la corporeidad, ya nada tiene que ver con el pájaro ni siquiera con un recuerdo porque no existe fragmentación simbólica cuando todo un cuerpo es destello significante. 

El gesto performático aparece así en su forma y materia, como una presencia total. Que por su acto de impresión hacia su propio contexto determina su vuelo hacia los puntos de fuga que se fragmentan en destellos incorpóreos y a la vez metaforizantes que se sustituyen arbitrariamente en una semiosis ilimitada y múltiple.

Y la pregunta es siempre la misma: ¿Un cuerpo expectante es un cuerpo omnisciente que va asumiendo la percepción de los destellos o es un cuerpo ensamblado en el mismo acto del gesto? 

El cuerpo performático sabe que es percibido y se afecta por la impresión de la mirada que se pierde en su propio devenir. 

En la performance existen cuerpos percibidos y perceptibles. El cuerpo percibido es la imagen del espectador que habita el cuerpo performático, el saberse “mirado”, que sabemos de antemano que nada tiene que ver con ser visto. Y el cuerpo perceptible es que se funda en la presencia de recibir el gesto performático, por parte del espectador.

Como si el tiempo no hubiera dejado rastros volví al otro día creyendo que podía reconocer el mismo espacio donde el pájaro se había posado y no reconocí el espacio, no hubo forma de poder hacerlo.

Pasó la mañana y con ella la jornada de trabajo. Volví hacia el pájaro azul.

Mi propia desorientación anunciaba un efecto panteísta dentro del arte contemporáneo cuya intervención se aleja de las convenciones. Ya no había pájaro ni sentimientos de captura.

No había vuelo por reconstruir ni perplejidades. Tampoco destellos. Tampoco había vacío.

Había un supra texto habitado en el paisaje. Un Aura en el contexto vacilante de la intervención del gesto. A nadie le importa un pájaro azul. Ya casi los estados del hombre en toda su dimensión se agotan en su exigencia. Sin embargo aunque ni a mí misma me importe por momentos puedo sentir su destello.

Y dentro de mis propias vacilaciones me pregunto si realmente necesito al pájaro azul deambulando en la multiplicidad de la vida.

Si lo necesito sin poder recordarlo ni reconstruirlo.

Propongo, quizá, pensar al pájaro azul como un objeto dentro del gesto performático.

Sabemos que toda performance construye su propio sistema rizomático, sabemos que estos sistemas se construyen desde un centro gravitatorio intocable, múltiple y desterritorializado. A ese centro lo llamo el azar, como sustancia de la beatitud.

Pensemos en la existencia azarosa de una matriz del movimiento el azar asume la multiplicidad de los efectos que produce en  el contexto.

El azar constituye el punto de partida desde donde el cuerpo va a emerger en su nivel de potencia. Es el que determina la tesis Spinoziana acerca de qué posibilidades tiene el cuerpo.

Frente a esta acción, se encuentra en su misma instancia el objeto. El objeto al tener independencia del cuerpo performático, vacía su potencia variando en sus afecciones. Es decir el objeto se transforma en cuerpo de su propia potencia, puesto que su conatus, el esfuerzo de su potencia adquirirá múltiples variaciones según las afectaciones que el azar determina en su implicancia de la habitabilidad performática. Quiero decir que el cuerpo en estado de performance, transforma su gesto metaforizante junto al objeto que marca su presencia. Siempre el objeto, tiende al sujeto en tanto que el cuerpo responde a su cualidad, su aspecto rizomático.

Por eso nos es posible ver cómo en Café Müller de Pina Bausch, la pared produce su propio destello asumiendo un espasmo en la espalda de la bailarina que se extiende hacia sus brazos, produciendo un efecto vacilante por un lado pero focalizado en la tensión de un cuerpo que se arroja sobre sí mismo creando el primer paso hacia una de las más grandes metaforizaciones del arte contemporáneo.