Alejandro Apo leyó “Manuales de Felicidad” de Santiago Asorey

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Alejandro Apo leyó “Manuales de Felicidad” de Santiago Asorey

05 Agosto 2018

En el marco de la sección “Lunes de escritores jóvenes” del programa radial “Tengo Miedo” emitido por FM La Patriada, el periodista deportivo y conductor radial Alejandro Apo leyó el cuento Manuales de Felicidad del libro homónimo publicado en el año 2015 por el escritor y periodista de AGENCIA PACO URONDO, Santiago Asorey. 

Escuchá el audio:

Cuento completo:

Manuales de Felicidad por Santiago Asorey

“Mientras más profundo era su dolor, más salvaje era
su canto, porque cantaba del Amor perfeccionado por
la muerte, del amor que no muere en la tumba”.

Oscar Wilde

Cruzo por Libertador hacia a la esquina de una calle que conozco más que nadie. Quiero olvidarme por unos minutos de María pero es como si caminase a un paredón de fusilamiento. Me detengo a encender un cigarrillo. Tengo tiempo, entonces miro. Un pibe de mi edad inhala pegamento de una bolsa. Mete la cara hasta el fondo. Una manera de escapar, un alivio, una oportunidad de sentirse bien que no se menciona en los manuales de felicidad. Yo quiero envolverme en una bolsa y que nadie me vea la cara, esconderme en un hueco adentro de otro y nunca más aparecer. Sigo adelante y en el cordón de la vereda un cartonero da manotazos entre vidrios y pañales desparramados: un gladiador destripando a un león enorme de plástico. Esquivo al cartonero y me resguardo en la oscuridad, pienso en la habitación que me espera, me la imagino a María retorciéndose sobre su cama. La imagino girar buscando el lado que no duela tanto pero es inútil, sólo se atornilla al dolor.

En la plaza una pareja de enamorados roza sus mejillas como si fuese inminente el fin del mundo. Ella entrecierra los ojos como si por su cara estuviesen deslizando pétalos y yo siento que apoyo sobre alguna tumba fría la cara contra la piedra para escuchar el sonido hueco de caracol. Lo de María es irreversible, me dijo Inés el otro día en el auto, también dijo que nunca se queja y siempre fue así, ella lo sabe porque la conoce desde antes que yo naciera, desde antes que yo conociera sus caricias, su ternura. Leí en un graffiti de la calle: “Las verdaderas historias no se escriben, se sangran”. A mí qué me importan las palabras. Qué mierda me importa la verdad. Si todo se pudre en el cementerio, si siempre todo se pudre en el corazón. Lo sé. María se muere y yo no estoy a su lado.

—Tenés que buscar más, queda solo para una hora. — me dijo Inés. Trato de llegar lo más rápido que puedo a la farmacia, necesito apurarme. Realmente necesito apurarme. El vendedor de la farmacia me espera como siempre, está todo arreglado, sabe que no existe la receta, me la va dar igual, sabe quién soy. Hay tantas cosas que no existen pero eso no tiene nada que ver con el dolor, con los ojos suplicantes, con la voz quebrada y el color de la enfermedad en su cara. Un hongo que destruye su sonrisa. Esa sonrisa que en el pasado la hizo la mujer más alegre y ahora es una cara sin ojos ni boca. Entonces en el cielo nocturno una estrella solitaria, un agujerito blanco; el culo de Dios. Y nosotros acá abajo. Pienso en la indiferencia del farmacéutico, me la entrega mientras le mira las piernas a una rubia. Y pensar en eso me enciende la rabia de nuevo. Se lo arranco de la mano y sigo viaje. El frasco solo tiene la M, el resto de la palabra está arrancada.

Entro al departamento y la encuentro a Inés en la puerta de la habitación. Arriba de la mesita de luz vibra la cuchara de María que establece un ritmo. Es el ritmo de los espasmos, escapan lentamente por las sábanas, hacen de la habitación un gran tambor negro que resuena en mi cabeza. Ahora, me dice Inés y los ojos se me parten en pedazos líquidos. No puedo llorar y todas las cosas siguen igual que hace cinco minutos. Afuera los jacarandás son grises y son parte de la plaza del pibe, el cartonero y la pareja de enamorados. Los imagino cerca. Le tomo la mano a María. Y la cama ahora es una licuadora de carne, huesos y alma. El ritmo negro pulsa sobre la cuchara, un poco de alivio. Eso es lo único que pide. Eso es lo único que apenas podemos darle.

Santiago Asorey, Manuales de felicidad, Bs. As., Ediciones El mono armado, 2015.