70 años del primer triunfo peronista: una cosa que empieza con "P"

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70 años del primer triunfo peronista: una cosa que empieza con "P"

24 Febrero 2016

Por Enrique Manson

Martín Fierro, después de contar los sinsabores y las injusticias que sufría el gaucho de su tiempo, terminaba con una apelación a la esperanza:
Tiene el gaucho que aguantar
hasta que lo trague el hoyo
o hasta que venga algún criollo
en esta tierra a mandar

Desde que pusieron al desconocido coronel de la sonrisa poco marcial en el departamento Nacional del Trabajo, luego Secretaría de Trabajo y Previsión, habían empezado a aparecer buenas señales. Pero los muchachos desconfiaban.
Eran demasiados años de no llevarse bien con los milicos; ¡y este era un coronel con charreteras y todo! Pero era un milico raro, que en vez de sermonear a los laburantes, los escuchaba con atención; ¡y solucionaba los problemas!
El 17 de octubre, los compañeros vencieron los prejuicios –si quedaba alguno- y sacaron al coronel de la prisión. Si hasta dicen que el propio Perón no terminaba de darse cuenta de lo que estaba pasando.

Pero pasó. Se daban cuenta, aunque no hubieran leído o se hubieran olvidado, de la profecía de José Hernández, que ¡por fin! llegaba el criollo a la Rosada.

Claro que faltaban cosas. Contra él –contra ellos, los descamisados- se juntaron todos los partidos. Hasta los comunistas que les decían a los obreros que "no había que cobrar el aguinaldo" porque eso era demagogia fascista. Tal vez ellos no necesitaran el sueldo número 13, pero los trabajadores, los pobres, recibieron con alegría esa ayuda extra que facilitaría festejar las fiestas como se debía. Y hasta hacer un regalo a los hijos y a la patrona.

También estaban en contra los diarios “serios”, la Unión Industrial –que puso plata a cara descubierta- la Sociedad Rural, los gringos del ferrocarril, las academias, las universidades, que seguían viendo la Patria desde lejos.

Y sobre todo un extraño especímen de embajador norteamericano que dirigía a la Unión Democrática de las fuerzas opositoras. Spruille Braden se llamaba. Era dueño de minas  en Chile, y representaba a los Rockefeller. Hablaba castellano perfectamente, aunque con gringo acento de Patrón.

Faltando días para las elecciones, Braden creyó dar el golpe final al coronel del Pueblo, y publicó un Libro Azul en que denunciaba la política demoníaca del gobierno argentino. Perón no gastó un gramo de tinta en defenderse. Volvió el ataque contra sus enemigos: “Si yo entregara el país, me dijo un señor -en otras palabras muy elegantes, naturalmente, pero que en el fondo decían lo mismo-, en una semana sería el hombre más popular en ciertos países extranjeros. Yo le contesté: a ese precio prefiero ser el más oscuro y desconocido de los argentinos, porque no quiero -y disculpen la expresión- llegar a ser popular en ninguna parte por haber sido un hijo de puta en mi país.”

“--Si por un designio fatal del destino triunfaran las fuerzas regresivas de la oposición, organizadas, alentadas y dirigidas por Spruille Braden, será una realidad terrible para los trabajadores argentinos la situación de angustia, miseria y oprobio que el mencionado ex embajador pretendió imponer sin éxito al pueblo cubano.

--Sepan quienes voten el 24 por la fórmula del contubernio oligárquico-comunista, que con este acto entregan el voto al señor Braden. La disyuntiva en esta hora trascendente es ésta: ¡Braden o Perón!”

¡Había llegado el Criollo que pedía Martín Fierro! Y el pueblo supo votar, aunque fue la elección en que Perón ganó por menos diferencias.

Es que, como diría en versos fierrescos Juan Oscar Ponferrada: todos habían escuchado una palabra mágica que empezaba con P. El poeta salteño proclamaba:

¡Lo que es haber nacido criollos como el porongo!
¡Tener sangre de gauchos y a usté por capitán!
¡Que venga ahora Braden a sobornar a mongo:
Ya la Unión Democrática se va como el Caimán!