El llamado del tambor: ser afrodescendiente argentino

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El llamado del tambor: ser afrodescendiente argentino

07 Noviembre 2021

​Saber los ancestros constituye a las personas, las completa. La identidad es un faro que define y conduce a lo largo del camino. La búsqueda es un proceso a veces difuso y el trayecto suele ser sinuoso, sin embargo el autorreconocimiento reconforta. Saberse parte de una comunidad es una epifanía que viene a explicar el significado de determinadas decisiones, gustos, inclinaciones que se eligieron a lo largo de la vida sin saber el origen o la causa.

Estar atentos a los relatos familiares siempre es una puerta abierta, como también interpelar algunos mandatos o simplemente atender a sensaciones fuertes que se producen según la cultura precedente a la existencia propia, en este caso: escuchar un tambor, sentir la música que atraviesa las entrañas y percibirla como respondiendo a un llamado.

Barthes dice que no existe un pueblo sin relatos y Argentina desborda de historias para contar, para escuchar, para mostrar y para incorporar al entramado ideológico, político e institucional del país.

Preguntarnos por la génesis de nuestra Patria debe ser una tarea constante porque es la manera de reconocernos como parte de una misma matriz, única e insustituible.

Argentina tiene una historia invisibilizada, la del territorio previo a la conformación del estado nación, la que se empezó a contar pero no se anima a apropiarse del todo y a institucionalizarlo, la cultura afro que subyace en casi todos nuestros hábitos, sin saber y que se revela en la música, en el baile, en el arte, en los rasgos físicos, en la espiritualidad, en el lenguaje. Solo es cuestión de aprender a mirarse y abrirse al llamado.

La AGENCIA PACO URONDO ya hace algunos años que se sumó a la visibilización de esta cultura y dictó talleres de comunicación con perspectiva afrodescendiente, organizados por la Asociación Misibamba junto a distintas asociaciones que, a nivel federal, trabajan para incorporar a nuestro bagaje socio cultural un aporte constitutivo de nuestro país y a favor de la igualdad, promoción, justicia y defensa de la historia nacional.

Ramiro, Jao, Marta, Analía, Marcos, Luciana son afrodescendientes argentinos del tronco colonial, escucharon el llamado, buscaron su africanismo, investigaron, descubrieron sus ancestros, se autorreconocieron y son militantes de la causa para que el pueblo argentino pueda acceder a la historia africana en Argentina que participó y luchó para la conformación del país.

Sus historias tienen algo en común y es la tradición oral de las familias, el tejido mayoritariamente oculto que se transmite de generación en generación, a veces solo a través de la música. La diversidad y versatilidad en las disciplinas relacionadas con el arte.

Ramiro Comes es músico, compositor, estudiante de cine, escribe en la AGENCIA PACO URONDO y milita en la Asociación Misibamba (Comunidad Afroargentina de Buenos Aires); descubrir sus ancestros lo llevó a investigar y a entender su cosmovisión del mundo, su diversificación en los gustos por todas las artes, el fanatismo de su padre por la música que siempre percibió pero que nunca había comprendido el origen: “Siempre tuve mucho vínculo con la música y un día me di cuenta que la melomanía de mi papá, fanático de la música clásica, del tango, del jazz todo, era una herencia cultural afroporteña.”

Ramiro tiene 47 años y fue a los 18 que su tía abuela, Porota le dijo: “Vos sos descendiente de africanos y tus ancestros eran organistas y músicos.” Cuando unos años después se dedicó a reunir los datos de esta historia, su tía Porota ya había fallecido aun así continúo su búsqueda con otros familiares: “Mi bisabuela por parte de mi abuelo paterno, Antonia Rodríguez era la hermana de tres organistas afroporteños, hijos de un compositor de música clásica afroporteño: Rodríguez.”

A los 40 años fue cuando empezó su recorrido para conocer con exactitud sus antepasados: “La historia comienza ocho generaciones atrás (1770) cuando la ama de llaves de la Catedral de Buenos Aires tiene un hijo que es apadrinado por el Dean de la Catedral y se transforma en bachiller en el colegio San Carlos de Buenos Aires (el único bachiller que había). Inclusive en joda en la familia se decía que se parecía al Dean como que era hijo, porque tuvieron el cuadro del Dean colgado en la familia durante muchísimos años. Esa es la historia que a través de la oralidad de mi papá yo la conocía perfectamente, pero que descubrí a los 40 años. Si bien yo a los 18 supe que era afrodescendiente no sabía con exactitud.”

Jao Flor Olivera es de la asociación Autoconvocados Afrodescendientes Chaqueños, con respecto a la actividad en la asociación dice: “Mi participación en este espacio obedece a la visibilización, reconocimiento y justicia hacia las personas, hacia la historia de lo afrodescendiente, afroargentina y en particular afrochaqueño.”

Para Jao no hubo un momento determinado en el cual sintió el llamado sino que fue gracias a sus abuelos y a las prácticas familiares. De manera que el sentir se dio como una transferencia natural, sin embargo la peculiaridad residía en el silencio, no se abrían al resto de la sociedad: “Estaba más bien oculto, silenciado pero esos elementos como el tambor o algunas prácticas de la espiritualidad afrodescendiente o de matriz afro es la que siempre ha estado latente de forma silenciosa pero muy presente con su energía vital y este llamado que después uno va madurando y reconectando con algunos sentires, sobre todo la práctica con el ritmo, el baile, con los espacios que se configuran bajo estos parámetros de sonoridad.”

Es por esto que el proceso de Jao fue de expansión, de apertura: “Ahí cuando no rescindí, ni tampoco oculté, ni me generó vergüenza, ni me señalé, ni me dio temor poder expresarme y poder compartir este sentir que estaba en mí, así latente como estos elementos de mis ancestros, pero que ahora toma mi cuerpo, mi esencia, mi ser y se traduce en movimiento en confección de elementos, como el mismo tambor.”

Cuando la construcción de la identidad está en juego autorreconocerse se vuelve una necesidad: “Las historias son parte de nuestra identidad y si nuestra identidad esta fragmentada, segregada, desvalorizada es muy probable que no queramos saber nada sobre nuestras características culturales, nuestros deseos, nuestras formas de ver el mundo. En mi caso no hubo un momento clave sino más bien fueron procesos que se fueron consolidando en el tiempo y que me generan una síntesis final de pensar que la identidad no puede estar oculta porque se corre el riesgo de perjudicar el goce de este derecho fundamental.”

La llamada es individual pero la valorización es colectiva porque nos incluye a todos los habitantes de la Argentina y la militancia tiene que ver con eso, con la difusión y la puesta en valor de una comunidad que está viva en las prácticas culturales y que continúa vigente en los descendientes: “La voz, así como el sonido del tambor fue un vehículo que transmitió conocimiento, resistencia y generó una visión del mundo, hoy más que nunca estas historias son de algún modo esta temporalidad, ese ritmo que va en ascenso, que estuvo como un mantra en un período de nuestra historia y que generó enormes aportes en la conformación de este país. Una cultura que sigue vibrando aún hoy hasta encontrar su punto cúlmine cuando todas las personas afrodescendientes, en el marco del censo por ejemplo, se reconozcan con orgullo, sientan que todo este proceso va a tener una transformación positiva y que puedan decir: esta es mi historia, la abrazo, la quiero, la respeto, me cobijo en ella pero también trasciendo con ella, para que esas luchas antepasadas no queden en el vestigio oculto de la historia oficial.”

Marta Ofelia Robles Lamadrid de Vallejos es integrante de Misibamba, de Buenos Aires. El llamado para ella partió de la conexión con el sonido de los tambores: “Mi disparador para investigar mis raíces fue de chica escuchar lo tambores y ver a mis tíos y primos tocar, bailar y disfrutar el sentir de los tambores. Sentir por dentro mío el llamado del tambor cada vez que suena. Cuando tenía ocho o diez años fue algo especial porque sentí una vibración en cada tocar de tambor que no entendí por qué, es como si yo vibrara dentro de mí en cada sonido, entonces le pregunté a una tía que por qué sentía eso y ella me respondió: ¿será que sos negra? Y me quedé con eso, mis tías y mis familias son de tez más oscura que, yo soy blanca al lado de ellos y nunca sentí eso de ser negra y con lo que me dijo mi tía ¿serás negra? Esa pregunta afirmativa, interrogativa y me puse a seguir escuchando diferentes músicas y entendí el amor por el tambor, todo eso fue creciendo en mí y me hicieron la persona que soy hoy.”

Marta encontró en sus tías abuelas no solamente la historia de sus ancestros y su vinculación con la música sino también el impulso para aprender a tocar y romper con un patriarcado donde la mayoría de los que tocaban eran hombres: “Cuando tomé la comunión, como en toda fiesta familiar siempre hay tambores, mi tía abuela que cantaba le dice a uno de mis tíos que me siente junto con el tambor y que me explique, lo hice y ahí fue cuando tuve la aceptación de mi abuela, de seguir este camino de tocar junto a los demás hombres, de tocar siendo mujer.”

Los caminos del autorreconocimiento también conllevan una responsabilidad, la de seguir transmitiendo: “Todavía sigo creciendo, sigo sacando de mi esas ramas para enseñar a los demás lo que es el sentir del tambor, enseñando a mis hijos, mostrando que me vean y copien. Ese es mi sentir, mi raíz, mi origen que sigo desarrollando para mi futuro y para que jamás se borre esa historia que quisieron sacarnos de nuestros ancestros descendientes de africanos esclavizados y afroargentinos del tronco colonial, el origen de una de las tres ramas que formó este país que hoy se llama Argentina.”

Analía Espinosa forma parte de Misibamba y evoca un momento determinado: “Mi reconocimiento fue instantáneo cuando en el año 2009, Sebastián Delgadino me invitó a una fiesta de Misibamba (fue ahí donde conocí de vista a la gran familia Lamadrid) la invité a mi abuela sin saber que ella se iba a sorprender tanto cuando entrara allí, fue muy lindo y loco a la vez. Me cautivaron los tambores. Después de unos días con los comentarios de mi abuela, me dije automáticamente: yo soy afrodescendiente.”

Esa situación generó en Analía la inquietud por saber y conocer sus raíces y las de su familia: “En 2010 empecé a militar en Misibamba, con mucho entusiasmo queriendo hacer entender a mi familia que elles también son afrodescendientes.” Además del proceso interno que ya se había manifestado desde siempre: “En lo personal empecé a acordarme que cada vez que yo escuchaba el bombo en la chacarera se me movilizaba todo. Ni hablar de otros ritmos dónde se acentúa el toque de algún instrumento de percusión.” Una oportunidad para abrazar la historia y valorizarla: “Me acuerdo que a mí abu la miraban cuando iba a buscarme al cole, primaria y secundaria, yo orgullosa, tanto que fue la que me entregó el diploma de graduación en las dos oportunidades, inconscientemente les quería mostrar a todos que ella era negra y mi orgullo por ella.”

Marcos Bauzá es tucumano, artista visual, fotógrafo poeta y militante nacional y popular y hace poco inauguró su propio espacio, La Bernardo de Monteagudo: estudios negros. Él difundía para la AGENCIA PACO URONDO las actividades culturales de Tucumán cuando Agustín Pisani lo convocó a un taller sobre perspectiva afro, en las voces de los demás sintió el llamado que se convirtió en un camino de militancia y autorreconocimiento: “Descubrí el llamado del tambor, porque en esas charlas en esa capacitación que hicimos con Ramiro y otros compañeros y compañeras sentí el llamado porque me acordé de mi abuela y de lo que yo sufría, porque si bien mis fenotipos no expresan negritud sino todo lo contrario, a mí me dolía escuchar situaciones de discriminación, xenofobia o racismo y siempre me rebelaba ante eso, sobre todo porque buena parte de mi familia, desde mi abuela y algunas tías tienen un fenotipo expresado afrodescendiente y me parecía muy doloroso para mí todo tipo de ataques a sus personas de una manera peyorativa, negativa. Eso siempre me dolió y en honor a mi abuela es que estoy en esta situación, militando en favor de los afrodescendientes y en la visibilización positiva de sus aportes culturales a nuestro país.”

Luciana Loza es referente de la asociación de Afrodescendientes del Valle de Punilla, su relato indica que si bien hay un alerta, el llamado es una permanencia que siempre te habla y es un acto de compromiso: “El llamado está en la sangre, en la piel, en los rulos, en el ritmo que siguen los pies, en el corazón que siempre te habla. Pero si no lo escuchás o no te ves en el espejo la sociedad te lo refleja. A mí nunca me dijeron ni gringa, ni flaca. Me dicen negri, negra, negrita o, vos tenés una onda "brasilera", ¿de dónde sos? hasta que un día alguien vino y me dijo directamente que era muy probable que tenga ancestros afros. Y a esta altura el volumen del llamado ya estaba muy alto. Entonces fui y le conté a mi padre que en la Casona Municipal presentaban un libro donde dice que los negros no desaparecieron de Córdoba. Y claro que no. Si están la Mona Giménez, el Negro Álvarez, y el Negro cara de pipa de Los Caligaris. Y en la calle sólo se escucha negro de acá, negra de allá. Pero de la boca para afuera. El autorreconocimiento es un acto de compromiso. El caso es que fuimos a la presentación del libro y a la vuelta mi padre me dijo que su abuela era negra y que no llevaba el apellido del padre porque era una hija ilegítima. En mi familia se conoce más acerca de los hombres, de lo que hicieron o de donde vinieron. En cambio, las mujeres siempre en la cocina o pariendo hijos. Desde que escucho a mi corazón conozco más a esas mujeres y las comprendo y me comprendo. Para mí la identidad es algo que se construye a lo largo de la vida. No sólo porque siempre aparece un elemento novedoso del pasado sino porque todo se va actualizando en el presente. Ahora cuando me dicen: "parecés negra" les digo: soy afrodescendiente.”

Conocer las comunidades que nos preceden es un camino necesario, saber de dónde venimos como punto de partida, para reconocernos y proyectarnos en el futuro. Un modelo de país inclusivo es aquel que abraza los antepasados, los revaloriza y le da un lugar en la historia. Vernos a través de los otros es crecer como sociedad.

La riqueza de estos encuentros y sus definiciones nos interpelan: buscar nuestro africanismo, escuchar el llamado del tambor, atender a nuestros sentires, apelar a los sentidos y a la sensación del contacto con el cuero de los tambores, con el ritmo, repensar por qué llevamos años identificando el color negro con lo oscuro, con lo negativo y una serie de conceptos instalados erróneos, desde una mirada europeizante que no nos pertenece.

Sin escuchar las distintas voces y sentirse parte no hay desconstrucción posible.

Hace poco escuché a la psicóloga y escritora Diana Braceras decir que nos hicieron creer que nuestro polo civilizatorio estaba en Atenas y desde allí organizamos nuestra sociedad, sin embargo verdaderamente está en las comunidades originarias y en la cultura que forjó el territorio que hoy habitamos.

Marcos Bauzá en una nota menciona al filósofo Rodolfo Kusch y su gran enseñanza: pensarnos desde la noción del “estar” más que desde la idea griega del “ser.” 

Luciana Loza dice que la identidad es algo que se construye a lo largo de la vida, ese paso individual para resignificar lo colectivo y crecer con la fuerza de nuestras raíces.