¿Quién es el gigoló? Un esbozo para explicar el cambio

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¿Quién es el gigoló? Un esbozo para explicar el cambio

29 Enero 2016

Por Diego Ezequiel Litvinoff*

Una de las personas que mayor interés despertó entre los argentinos a lo largo del año que recién termina, tal como se desprende del ranking de búsquedas elaborado por Google, fue el denominado gigoló. Término que en el lunfardo, como rigurosamente lo definen Gobello y Amuchástegui, caracteriza a aquellos hombres jóvenes que “se hacen mantener por una mujer generalmente mayor”, fue acusado de apologético por quienes denunciaban haber sido estafadas por él. Esa diferencia, que en un contexto jurídico dista de ser una sutileza (porque delimita lo que es o no un delito), no fue la que cautivó, no obstante, el interés del público [1] que observaba casi hipnotizado cómo era entrevistado no sólo en los programas de chimentos, sino hasta en los noticieros de la noche y por sus periodistas estrella.

La singularidad de este personaje, en realidad, radicaba en la extraña dislocación entre los hechos en los que estaba involucrado y su imagen. Ese hombre desprolijo y limitado en su capacidad para hacerse comprender había sido capaz de conquistar a una gran cantidad de mujeres, fingiendo pertenecer a una estirpe aristocrática y poseer una inmensa fortuna. ¿Por qué tantas mujeres habían sido engañadas? ¿Cómo pudieron brindarle su confianza? ¿Por qué habían llegado a enamorarse de ese hombre?
Como lo definió Shakespeare, el oro es la ramera de los pueblos, que hace hermoso al feo, “honra al ladrón y le da rango, poder y preeminencia”. Pero hacer gala de una supuesta fortuna formaba parte de una estrategia mayor, que consistía en decir aquello que sus víctimas estaban deseosas de oír, comportarse del modo que ellas esperaban y ser el tipo de hombre que siempre habían soñado. Sin embargo, al verlo en los canales de televisión, no podía sino percibirse la dificultad de creer que se estaba frente a un hombre hermoso, romántico, sincero y adinerado. Si efectivamente el gigoló era aquello que sus víctimas deseaban, ¿ello no consistía, más que en lo que él decía ser, justamente en la distancia entre sus dichos y lo que efectivamente era? Si esto es así, lo que les resultaba tan atractivo a las mujeres que caían en su trampa, tal vez, no era tanto que él fuera capaz de formular aquellos enunciados propios de un hombre ideal, sino que, al ser él quien los profería, no hacía sino desmentir esos propios enunciados. Lo que el gigoló, de este modo, encarnaba no era la utopía perseguida por ellas, sino que realizaba su miedo, ya que sinceraba que detrás de sus aparentes sueños no había un príncipe azul, sino un hombre vulgar.

El gigoló entonces es un impostor, pero su carácter no es diabólico, como el demonio de Macbeth, que miente con la forma de la verdad, sino que, por el contrario, se asemeja más a los bufones, que enuncian la verdad como si fuera una farsa. Pero, en este caso, es como si el bufón hubiera sido coronado rey por decirles a todos lo que supuestamente deseaban oír de un soberano. Lo cómico de la situación devendría trágico si, como Ubú, gobernara de modo bufonesco. Y no se trata de un incumplimiento de sus promesas, sino de su verdadera realización. “El país será rico”, dicho por él no significa otra cosa que el anuncio de un país para los ricos. “Volveremos a estar unidos”, al salir de sus labios, claramente expresa la exclusión de la minoría más pobre. “Todo encontrará su orden”, alude, sin ninguna duda, al uso de la violencia para reprimir cualquier postura crítica. “Haremos un sinceramiento”, no es sino la promesa de que todos los intentos previos por revertir las desigualdades sociales se postularán como falsos, librando el juego para que las fuerzas se acomoden de manera natural, es decir, permitiendo que triunfen los más fuertes.

Quienes bailaron con él en su asunción, sin embargo, no podrán decir entonces que no se vieron atraídos por la distancia entre los dichos y quien los enunciaba. Distancia que no hacía sino confirmar la falsedad de sus anhelos, haciendo realidad todos sus miedos.

1 - Tampoco el hecho delictivo será el eje de estas líneas, considerando que un acto ilegal no merece ninguna justificación y que el único responsable de ello es quien lo cometió.

* Universidad de Buenos Aires

RELAMPAGOS. Ensayos crónicos para un instante de peligro. Selección y producción de textos Negra Mala Testa y La bola sin Manija. Para la APU. Fotografías: M.A.F.I.A. (Movimiento Argentino de Fotógrafxs Independientes Autoconvocadxs)