El modelo de relaciones laborales en la mira, por Julieta Haidar

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El modelo de relaciones laborales en la mira, por Julieta Haidar

10 Junio 2017

Mauricio Macri llegó a la presidencia con sólo una promesa clara: cambiar. La consigna empatizó con por los menos la mitad del electorado, en una reedición de la “fuga hacia adelante” que permitió a Menem ganar las elecciones del ‘89 tras la crisis hiperinflacionaria. La ecuación era sencilla: no sabemos hacia dónde ¡pero hay que cambiar!

Entre globos de colores, declaraciones templadas y apelaciones a la confianza, el gobierno de Macri puso contenido al movimiento de cambio con medidas claras y discursos afectuosos. El lema, “sincerar la economía”. Sin vacilar implementó políticas a favor de los grupos concentrados y en contra de los trabajadores.

Al grito de “que no nos mientan más” el gobierno desplegó un repertorio de medidas para liberar a los empresarios de cargas impositivas, y al Estado de su principal fuente de recaudación. En una economía aún primarizada, los pools sojeros y las corporaciones mineras dejaron de pagar impuestos para pasar a apropiarse en forma exclusiva de la renta extraordinaria que los recursos naturales dan.

En tándem con esa medida y siguiendo su vocación de honestidad, Macri “honró la deuda” con los fondos buitres y contrajo nueva deuda para saldar el déficit fiscal. Abrió las importaciones y junto con ello la puerta a suspensiones y despidos en industrias que no pudieron sostener su producción: Banghó, Atanor, Alpargatas, Volkswagen…

Con dolor e insomnio, “sinceró” tarifas, que, en algunos casos, se quintuplicaron.  

El sinceramiento trajo cierre de establecimientos, pobreza y desocupación. Frente a ese fallo nada tenía que hacer el angustiado presidente, sólo intervenir como custodio del mercado cuando la pérfida política osara intrometerse.

Y el caso llegó, el Congreso aprobó una ley contra los despidos, Macri la vetó. El que quiera despedir, que despida. Para muestra basta un botón, las reparticiones públicas expulsaron a 40.000 trabajadores. ¿Ñoquis? Cerrada la política, sobran los estatales.

Entusiasmo, alegría, angustia y dolor, el festival de emociones de un presidente muy psicoanalizado, tanto como la gobernadora Vidal, que, liberado su inconsciente, celebra cambiar futuro por pasado.

El reino de la libertad

“La crisis se debe a la permanencia de enclaves iliberados”, dijeron a fines de los ’90 los intelectuales del credo neoliberal. El peor de todos, el modelo de relaciones laborales que, aún ampliamente flexibilizado, no pudo ser derribado. Un bastión de rigideces. La pesadilla de los empresarios.

Pero la historia da revanchas y para eso nada mejor que un presidente empresario, que entiende el problema, y un ministro de trabajo, vástago de quien dio la venia al despido de cientos de empleados públicos, para perpetuar el legado.

Atacar la negociación colectiva centralizada es la tarea. Y ahí va el gobierno marcando el rumbo. Ya no se convocará al Consejo del Salario, tampoco a las paritarias nacionales docentes. Aunque eso signifique desconocer la ley, porque la libertad ante todo. Y, si todo sale bien, quizás se pueda reformar a fondo, como en España, Brasil y Francia.

Para apuntalar el cambio bien valen los operadores mediáticos y empresariales. “La ultraactividad tiene que ser eliminada”, “No puede ser que la negociación sea centralizada” vocifera el economista José Luis Espert desde las tribunas de La Nación, después de criticar a diestra y siniestra a los sindicalistas millonarios. Como para meter todo en la misma bolsa.

Si se vence el convenio, que caiga. Las negociaciones, por empresa, y que cada trabajador se arregle.  Pero la sinceridad y el libre albedrío tienen límites. Sobre todo cuando, en contra de la tendencia natural, fortalecen a los trabajadores.

Entonces sí, se castiga. Como cuando la Asociación Bancaria firmó la paritaria con un aumento salarial por encima de la pretendida pauta (porque a veces hay que pautar), y el ministro de trabajo se negó a reconocerla, y pidió el juicio político a los jueces que ordenaron hacerla efectiva.

La disciplina tiene que llegar a la justicia laboral. Para eso hay que traspasar los fueros a la ciudad de Buenos Aires, nombrar jueces adeptos y terminar con las “mafias” de los juicios laborales. Como para que la tutela a los trabajadores desaparezca definitivamente. ¿Derechos del trabajador? Un berretín del curro de los derechos humanos, quizás.

Los despidos, la negociación centralizada y la reducción de salarios no son suficientes. También hay que agregar cláusulas de productividad. Por suerte, una vez más, los estatales marcan el rumbo. Con la anuencia de UPCN, aumento salarial del 20%, en 3 cuotas, con control de ausentismo y productividad. Para que aprendan los privados.

¿Algo de esto habrá querido decir el lacónico presidente Macri el 25 de mayo, cuando explicó que “la libertad es que nadie nos diga lo que tenemos que hacer”? Libertad donde beneficie al empresario. Control donde perjudique al trabajador.

* Dra. en Ciencias Sociales, IIGG-UBA/CONICET

RELAMPAGOS. Ensayos crónicos en un instante de peligro. Selección y producción de textos: Negra Mala Testa Fotografías: M.A.F.I.A. (Movimiento Argentino de Fotógrafxs Independientes Autoconvocadxs).