México: Con la gente del ombligo de la Luna

México: Con la gente del ombligo de la Luna

08 Marzo 2014

 

Por Francisco J. Cantamutto (*), especial para AGENCIA PACO URONDO

México, de fuertes contrastes, tan latinoamericano.

Cruzando de hemisferio, el enorme México parecía tan distante del Sur argentino de donde salí. ¿Qué imaginar de este nuevo acá?  Para la mayoría, quizás se resumía en un combo desparejo entre El Chavo de Chespirito, mariachi y tequila. Algún avezado podía arriesgar más allá Zapata y Villa con sus bigotes, los zapatistas y sus subcomandantes.

Es difícil resumir las infinitas y variadas tradiciones de este país, formado más sobre guerras e invasiones del dominio colonial que sobre un trasfondo original que reuniera las culturas originarias del lugar. No sólo las que la escuela nos enseña, mayas y mexicas (aztecas) con sus increíbles desarrollos civilizatorios, sino teotihuacanos, olmecas, purépechas, yaquis y más. Una densidad histórica que aflora a todo momento y en todo lugar: sitios arqueológicos como puntos turísticos, pero siempre aún como comidas, canciones, dialectos y lenguas, vestimentas que hacen a cada región especial.

Como América, latinoamericanizada por voluntad del expansionismo bonapartista y de las elites locales. Y como nosotros, presa de desigualdades y vejaciones por doquier. Más de dos terceras partes de la población trabajando en la informalidad, llevando al comercio callejero a expresiones inusitadas hasta lo inimaginable. México perforado por la mega-minería en la mayor parte de su territorio. El que tiene al más rico del mundo, Carlos Slim, gracias al impulso de la compra a precio de remate de las empresas públicas, y a millones sin poder comer. Contrastes donde se mire.

Quebrando México desde dentro

Según se sabe por acá, que es difícil medir la distancia de México con dios, pero ciertamente está muy cerca de Estados Unidos. Desde que el expansionismo gringo le arrebatara casi la mitad del territorio, México ha sido cabeza de playa de las pretensiones del vecino del norte. El mismo día del levantamiento del EZLN empezaba a regir el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), acuerdo que suponía la ruina mexicana a partir del ingreso al comercio irrestricto. El país que había expropiado el petróleo a principios del siglo XX, ahora entregaba sus recursos sin más. La agricultura se destrozó, y la industria quedó reducida a la maquila, esto es, el ensamble de partes importadas, pagando ínfimos sueldos. El empobrecimiento y los cambios de precios indujeron a un cambio en la dieta mexicana que resultó en un incremento en los problemas de obesidad, que ahora se combinan con la desnutrición en un terrible panorama de salud.

El TLCAN era, en 1994, lo que Estados Unidos buscaría para todo el continente en la forma de Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA): hacer del continente su fuente de recursos, su mercado cautivo y su espacio de deshechos. Lo que penosamente, a pesar de su fracaso en 2005 gracias a la Cumbre de los Pueblos, continúa bajo la forma de tratados individuales, y hoy se promociona como una aparentemente autónoma Alianza del Pacífico compuesta por los países que no desafían la lógica yanqui.

El empobrecimiento sistemático de la población y la falta de las coberturas sociales más básicas junto a la existencia de un gigantesco mercado fueron algunas de las causas que facilitaron que los cárteles de narcotráfico construyeran una suerte de Estado paralelo, ocupando las funciones por éste olvidadas. Territorios completos fuera del control no sólo por el inmenso poder de fuego sino por la oferta de empleo, salud y vivienda de los grupos narco. Un proceso de desintegración nacional cuyas consecuencias son de difícil explicación.

En el mismo sentido opera otro efecto de esta conjunción entre pobreza y promesa de la vecindad gringa: la migración masiva, y en pésimas condiciones. La dependencia de fuerza de trabajo barata requiere para Estados Unidos evitar la cesión de derechos ciudadanos a miles de trabajadores/as que cruzan la frontera como pueden. Toda familia mexicana tiene una parte del otro lado, quizás sin verse durante años. El largo territorio como un camino para miles de centroamericanos en una procesión de sufrimiento. Una geografía de la necesidad cortada por la voluntad de poder imperialista.

México hoy

Esta fragmentación de la idea de una nación en un territorio, apuntalada desde tantos lugares, ha facilitado la continuidad en la aplicación de políticas neoliberales. México hoy continúa en la senda de la expoliación sistemática en clave neoliberal. El nuevo presidente no dudó en sostener esta agenda al avanzar con la reforma laboral o la privatización del petróleo.

Los últimos años, desde la declaración de la “guerra al narco”, han significado un incremento de la violencia a tasas imposibles de explicar. Aquellos territorios donde el Estado mexicano ha enviado las fuerzas armadas han vivido una explosión de muerte y mutilación. Los reclamos por los derechos humanos se van por tierra bajo la impostura de cierta supuesta eficacia en el ejercicio del poder. Y la información que aparece casi siempre bajo la forma de espectáculo morboso y cosificante, mostrando cadáveres destrozados junto a mujeres con pocas prendas. Para una parte de la población, esta guerra no transcurre en su lugar, y parece un espectáculo más: las distancias geográficas no son el motivo, sino las distancias afectivas entre tantos méxicos derruidos.

Para un argentino, resulta extraño que el pueblo mexicano no ocupe las calles y se movilice con más fuerza ante tamaña vejación. Acostumbrados como estamos a exaltarnos fácilmente, y a concebirnos como sujetos de derechos ante un Estado, la experiencia mexicana parece algo distante. Pero sería un severo error pensar que el pueblo que hizo una revolución en el siglo XX carece de dignidad: la tiene, y muy alta. El peso de las políticas destinadas a desintegrar, empobrecer y desmoralizar es mayor que lo que se siente en el Sur. La intervención extranjera y las elites políticas y económicas locales se encargan de incrementar esa presión, haciendo un negocio de las carencias ajenas.

México ha sido mi casa por los últimos años, como lo fue antes de cientos de argentinos y demás extranjeros llegados en otras condiciones. Acá disfruto de la amabilidad con que he sido tratado, y me entusiasmo de conocer siempre nuevos lugares, uno más lindo que el anterior. Ojalá México pudiera darle un poco más de esta gran hospitalidad a sus propios habitantes.

(*) Francisco Cantamutto es argentino, economista y Maestro en Ciencias Sociales. Actualmente reside en México, donde cursa estudios de posgrado en la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO).