Sopa de Wuhan y la actitud de los reyes desnudos

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Sopa de Wuhan y la actitud de los reyes desnudos

16 Abril 2020

Por Christian Escobar Jiménez | Docente de la Universidad Católica del Ecuador

En Flash, un fabuloso cuento breve de Iván Égüez, Manosalvas, un fotógrafo, espera obtener por tres años consecutivos el primer premio de un concurso de fotoperiodismo. Los años previos los había ganado por captar el momento en el que un hotel se incendiaba y en el que un trapecista caía debido a una cuerda rota. Pero, aquel año, la foto ganadora fue la de un colega que captaba a Manosalvas prendiendo fuego al hotel de la fotografía del primer premio.

Extrañamente, este cuento que leí en mi adolescencia me vino a la memoria mientras leía uno de los artículos de Giorgio Agamben que han circulado en estos meses y que se incluye en la compilación Sopa de Wuhan. Parecería que Agamben, Zizek, Zibechi y demás autores incluidos (salvo honrosas excepciones) pretenden ser el colega fotógrafo que capta in fraganti, con las manos en la masa, a los premiados del capitalismo, aunque en realidad, su actitud se parece más a la de Manosalvas, pues ellos “inducen” a que los “hechos” hablen de cómo confirman sus teorías. Este breve escrito trata ciertos puntos sobre esta actitud.

La mayoría de los compilados comparten matrices comunes en la crítica ideológica, versiones del psicoanálisis, deconstruccionismos, etc., lo que da cuenta también de la posición del compilador (bastante más se ha escrito sobre la pandemia, desde otras perspectivas). Quizá la excepción más marcada sea la de David Harvey, un marxista más a la vieja usanza, crítico acérrimo de Foucault y del postestructuralismo, posiciones en las que ve mucho de la crisis y fragmentación de la izquierda.

En el artículo La invención de una epidemia, Agamben, anclado a su perspectiva foucaultiana, sostiene que esta coyuntura es propicia para extender el estado de excepción, un concepto que desarrolló hace casi veinte años en uno de sus tomos de Homo sacer. En este libro, el italiano sostuvo que ante la “guerra civil mundial” (básicamente bajo el pretexto del terrorismo y la seguridad nacional) el estado de excepción deviene en regla, y una especie de limbo jurídico se impone como nuevo paradigma de control. Agamben desarrolla una genealogía de tal estado político que empezaría en las épocas de Napoleón y se consolidaría de diversas maneras a través del siglo XX. El libro surgió en la coyuntura de la invasión de Estados Unidos a Afganistán e Irak después del 11-S. En su artículo, el autor sostiene que, dado que la idea de terrorismo ahora desfallece, el coronavirus funciona como el marco ideal (pretexto) para la aplicación de tal paradigma. ¿La muestra de ello?, pues las frenéticas, irracionales e injustificadas medidas contra un virus cuya mortalidad bajísima no es superior a la de una gripe normal.

Se ha respondido mucho a este artículo. Por ejemplo, Jean-Luc Nancy (incluido en la compilación) le recordaba que la comparación del virus con la gripe no consideraba que ahora mismo tenemos mejores conocimientos e incluso una vacuna contra la vieja enfermedad. En una entrevista de marzo de este año, el politólogo argentino, Andrés Malamud, argumentaba que, si bien los datos que presenta Agamben son ciertos y su mortalidad es muy baja, debemos pensar el problema en relación a la capacidad instalada de los sistemas de salud alrededor del mundo, pues queda ese otro 5% de personas que “la pasarán mal” y necesitan atención especializada. Sencillamente, si nos enfermamos todos al mismo tiempo, como sucede en una pandemia, no habrá cama para tanta gente. El escrito de Agamben fue publicado a fines de febrero, antes del colapso del sistema sanitario italiano. Entonces, en vez de la explicación de Agamben, quizá haya otras más sencillas y no complementarias. Hay una explicación más simple para el “frenesí”, pero en vez de verla, Agamben ve en la actitud gubernamental a la pandemia una “confirmación de sus teorías”.

Pero la pandemia no es solo una exageración, porque como indica el título, es una invención. La teoría de la biopolítica lo dice, el control sobre los cuerpos se manifiesta en diversos aspectos; pero, si el terrorismo desfallece, ¿por qué recurrir a este pretexto que afecta tanto a la economía capitalista? ¿quiénes inventan la pandemia, la OMS, los gobiernos, los científicos, un contubernio entre muchos de ellos? Como solo controlarnos no puede ser el objetivo ¿qué más persiguen si la economía se cae? ¿es más importante sostener (aunque no sepamos quiénes exactamente) el estado de excepción a pesar de sus estragos? La convicción con la que Agamben afirma esto me parece curiosa para alguien que dice que la ciencia moderna es una nueva religión. Para alguien que critica la forma en la que la ciencia construye discursos y los posiciona como verdades, es muy curioso su interés por disputar sus teorías en los mismos términos.

Si con Agamben parecería que cualquier hecho viene a confirmar sus teorías sin explicación de las instancias y los procesos, en Zizek la actitud se repite en la variante de la infinita expectación de la caída del capitalismo. En varios de sus libros (El sublime objeto de la ideología, La vigencia de El Manifiesto del partido comunista), Zizek cree que el propio capitalismo abre varios intersticios y posibilidades para su propia caída, no en la gran tradición marxista de la tendencia a la baja de la tasa de ganancia, sino en una diversidad de aspectos que no necesariamente están vinculados a las formas de valor capitalista (como el trabajo doméstico, excluido de él), o en la propia imposibilidad de satisfacción completa del goce y del deseo, etc. Hace un año, en el debate con Peterson, el canadiense le preguntó qué tipo de marxismo es el suyo, pues ciertamente es muy original. Zizek le respondió que, en realidad, su proyecto es un retorno a Hegel a través de Marx, pues hay que escapar de la teleología que supone la revolución por el proletariado. Si Zizek elimina esta condición necesaria para el cambio histórico, en su teleología conserva el resultado, el capitalismo cae, de eso no hay duda. Lo ha anunciado en varios libros, estamos en su última etapa y el virus ha venido a darle el golpe mortal.

En su artículo, Zizek se vale de sus deseos (podríamos analizar su posición recurrente desde sus propias teorías) y de sus supuestos teóricos sin introducir ninguna información relevante. Con una analogía a la escena de una película y la mención de la importancia de Chernóbil para la caída de la URSS, Zizek se despacha el fin inexorable del sistema.

Zizek y Agamben comparten esta actitud autocomplaciente, los hechos confirman siempre sus teorías, sin explicarnos por qué es así; pero en el esloveno hay algo más. Parecería que el hombre tiene un libro prefabricado de antemano, aplicable a absolutamente todo, en el que solo hay que cambiar el título. Da igual si hablamos del virus, la crisis del 2008 o cierta estética del cine, todo es una muestra del desmoronamiento del capitalismo. Y como le critica Byung-Chul Han, ante esta hecatombe inexorable, Zizek propone un “oscuro comunismo”. Aunque Zizek trate de distanciarse o reinventar cierto marxismo, no puede evitar el fatalismo histórico del Marx más hegeliano; es que como decía Rosa Luxemburgo, no importa si lo creamos o no, es una ley y caerá, por más que se esfuercen todos los reformistas del mundo en que no sea así. Y no es un problema del deseo de cambio o de la caída, tampoco su mención permanente a Jameson y a la idea de que nos es más fácil pensar en el fin del mundo que en la caída del capitalismo, sino a esta actitud: todo hecho corrobora sus teoría, no hace falta decir cómo o detenerse en las especificidades. Así, si “el capitalismo” llegaría a caer mañana o en unos meses, sin haber explicado cómo, será más una mera casualidad que otra cosa, pura chiripa. A los dos meses de sucedido, no sé con qué información o datos (sí, lo sé, el eterno fervor positivista por los datos) puede contar para haber escrito Pan(dem)ic!

Por otro lado, en el mismo artículo, no me deja de llamar la atención la soltura con la que Zizek habla de que este mundo está plagado de fake news y de teorías de la conspiración. Ahora tendemos a llamar Post-truth a la propagación de noticias falsas, información huera, tramas conspirativas, y sus usos perversos por parte de políticos en el poder y en tiempos de elecciones. Cómo más podemos catalogar un escrito del tipo: “Coronavirus: un golpe tipo Kill Bill al capitalismo”, en el que una analogía basta para solucionarnos la incógnita. Pero hay algo más, Zizek llama “animismo capitalista” a esa tendencia a pensar que los mercados financieros y en general el sistema económico es una entidad viva. Estoy de acuerdo, pero quizá debería verse como en un espejo en su propia afirmación. Como él lo ve, el capitalismo también es una “cosa”, un organismo en coma crónico, no un concepto, un tipo ideal que nos permite comprender relaciones complejas del mundo.

A pesar de que la mayoría de los escritos compilados en este escrito son una muestra del típico contenido de Post-truth - irracionales, conspirativos -, al igual que Zizek, muchos se curan en salud, aunque se sumerjan después en sus mieles. Santiago López Petit nos alerta contra la conspiración e inmediatamente después nos explica que somos “terminales del algoritmo de la vida que organiza el mundo” o aún peor “el capitalismo desbocado produce el virus que él mismo reutiliza más tarde para controlarnos”; o este galimatías de Berardi: “un virus semiótico en la psicósfera bloquea el funcionamiento abstracto de la economía, porque sustrae de ella los cuerpos”. Porque los galimatías son también parte de esta actitud. “Confunde y vencerás” es el lema.

Para Zibechi también es clarísimo: el capitalismo está en crisis desde el 68 y el neoliberalismo debe contrarrestar las revueltas que se suceden de Quito a Beirut, de Santiago a París. Alguien tiene que devolver a su casa a los gilet jaunes y al movimiento indígena por igual, y nada mejor que la cuarentena de una pandemia para ello. En la conspiración nada es azaroso, siempre hay una inteligencia detrás moviendo los hilos del mundo. Siempre me he preguntado ¿dónde están, dónde se reúnen, cómo alinean la diversidad de sus intereses, cómo logran controlarnos, cómo harán si las cosas se les salen de las manos, cómo son tan eficientes para que los planes siempre les salgan? ¿Serán como los republicanos en Los Simpson, con el Sr. Burns, el texano y la parodia de Schwarzenegger reunidos en el castillo de Drácula? Con esto, no puedo dejar de recordar Los protocolos de los sabios de Sión, el libro de cabecera de los protonazis del XIX, o las novelas de Dan Brown.

Y como correlato, el irracionalismo sofisticado. Markus Gabriel, el cruzado anti neurociencia, asegura: “no sabemos si las plantas, los insectos o incluso nuestro hígado tienen conciencia” o si la misma Tierra es un ser vivo que nos envía al virus como una supra inteligencia para eliminar al virus verdadero: los humanos. Hace un mes, Meier Mazuz, rabí sefardita de Israel, declaraba que el virus es un castigo divino por la homosexualidad del mundo. Por suerte, en la actualidad, es fácil condenar las estupideces del rabino, pero ¿cuál es la diferencia argumental entre el origen divino del virus y el de la conciencia de la Tierra liberándose de nosotros? Muchos estarán dispuestos a condenar la idiotez de un rabino sionista ultra-ortodoxo, pero no la “sofisticada” pedantería de Gabriel. A fin de cuentas, los judíos ultra-ortodoxos y relativistas aborrecen las ciencias y al conocimiento del mundo por igual. Seguramente, estas sofisticaciones (del término “sofista” en su sentido peyorativo) son mejores que las de los “pobres ignorantes” que le rezan todos los días a alguien para que nos libere de este trance o de quienes ven detrás de lo que sucede el fatalismo de un Dios iracundo. En una declaración contra la neurociencia (una fijación extraña de Gabriel), decía que Borges sabe más de la condición humana que todos los neurocientíficos juntos. Habría que recordarle la estima que Borges tenía por el contacto humano en relación a la biblioteca, es decir El Universo.

Pero toda esta irracionalidad, en realidad no importaría si no habría consecuencias éticas, que a fin de cuentas, son las importantes. Sencillamente, me quedé pasmado cuando Jean-Luc Nancy ejemplifica la actitud de su amigo Agamben con la medicina, trayendo a cuento un recuerdo personal: “Hace casi treinta años, los médicos me juzgaron para hacer un trasplante de corazón. Giorgio fue una de las pocas personas que me aconsejó no escucharlos. Si hubiera seguido su consejo, probablemente habría muerto tarde o temprano.”

Cuando Ana Victoria, mi hija, era pequeña, una amiga de su mamá nos aconsejó no vacunarla porque el cuerpo de los niños se protege solo. Me limité a salir de la habitación en la que nos encontrábamos los cuatro. Después de todo, no tenía objetivo discutir si no iba a oír sus consejos, pero y si lo hacía ¿habría podido tener mi hija algún problema o contagiar de algo a sus amiguitos? La amiga estudiaba artes. Agamben es filósofo. Seguramente, ambos saben más que los cardiólogos, epidemiólogos, virólogos. Porque ellos no solo dudan del otro conocimiento, se atreven a afirmar apodícticamente el suyo propio. A mí, esta actitud, no me parece poca cosa.

Se debe reconocer que la ciencia, como todo conocimiento, implica compromisos metafísicos y actos de fe. Lo primero no viene al caso ahora, lo segundo sí. La mayoría no hemos “visto” al virus, vivimos sus consecuencias (la confinación, digamos), aunque no hemos vivido sus estragos en nuestros cuerpos. Aceptamos cierta información y confiamos en la comunidad científica, sobre todo, por motivos prácticos, pues hay que tomar decisiones a pesar de las lagunas de información. Pero esta confianza o credibilidad no es gratuita, se basa en la adecuación de lo dicho con el mundo que intenta abstraer y explicar, y que, como hemos visto, se va corrigiendo en diversas instancias, siempre con imperfecciones de todo conocimiento provisional y falible. Sí, conocimientos conjeturales sobre los que podemos discutir mucho, pero sobre los que hay que decidir aquí y ahora, de forma práctica, con la mejor información disponible. Hay muchas dudas sobre la conveniencia de las medidas generales del confinamiento. He leído inteligentes e informados comentarios de expertos sobre los errores de la OMS y, claro, de una variedad de gobiernos. Hay gente que analiza cómo será la continuación de la crisis económica, quiénes serán los ganadores de la crisis, qué hacer para mejorar las condiciones de salud, la igualdad, etc.; pero las fórmulas sempiternas de Zizek, Agamben, Zibechi, Gabriel, salen sobrando.

Por último, si nadie necesitaba leer las tonterías de esta gente (excepto sus feligreses), nadie necesita la respuesta de un joven profesor del Quinto Patio; pero me parece que por enésima vez han evidenciado no solo su oscurantismo, sino también su inutilidad, y, como en un acto de fe, entre otros deseos de cambio que dudo que lleguen, quedarán sepultados para siempre y los podremos ver desde lejos como un mal chiste.