Milei: entre el delirio mesiánico y la degradación institucional
El acto de Javier Milei en la jornada de ayer fue algo más que un espectáculo grotesco: fue la confirmación de un deterioro profundo en las formas y en el fondo del ejercicio del poder. Aunque sus actos circenses no son nuevos, ayer se llegó a un extremo de una ridiculez de la que no se vuelve. Gritando, saltando, contorsionándose sobre el escenario, burlándose de Cristina Fernández de Kirchner con gestos de payaso de feria, el Presidente mostró una vez más que su forma de entender la política se reduce a la humillación del adversario y a la exaltación de sí mismo. Indudablemente la gigantesca cantidad de sus complejos no resueltos, cada dia se ponen más en evidencia, y el acto de ayer una prueba de su desquicio, seguido por parte de un gabinete, que perdió el sentido de la vergüenza y la honorabilidad.
A lo grave de la escenografía se suma lo aberrante de su afirmación de que “metió presa a Cristina Kirchner”, como si la privación de libertad de una gran dirigente política fuese un mérito personal del Ejecutivo. Con esas palabras, Milei no solo se adjudicó un poder que no le corresponde, sino que confesó, con tono de jactancia, haber influido en la Corte Suprema, lo que de ser cierto sería un escándalo institucional de proporciones, y de no serlo, una mentira peligrosa que erosiona la independencia judicial y alimenta la idea de una justicia sometida al capricho presidencial.
Mientras tanto, calla sobre los temas que realmente lo comprometen. No hubo una sola palabra sobre José Luis Espert, su aliado político, envuelto en explicaciones endebles sobre contratos y designaciones incompatibles, además de sus contactos con los narcos. Tampoco sobre $Libra, la aplicación que intenta reemplazar al peso y que involucra intereses privados y oscuros vínculos con el mercado financiero. Ni sobre Spagnuolo, el empresario vinculado a maniobras financieras bajo la protección del entorno presidencial.
El contraste entre la verborragia histérica y los silencios selectivos revela un patrón: Milei no gobierna, actúa; no explica, insulta; no responde, desvía. Cada aparición pública suya es una representación teatral que pretende tapar los problemas estructurales con gritos y gestos de euforia fingida.
Mientras la economía se desangra, el consumo se derrumba y los vínculos internacionales del país se tornan cada vez más dependientes, el Presidente dedica su tiempo a revanchas personales y a construir enemigos imaginarios. La política argentina, tan golpeada por la corrupción y la demagogia, no merece un jefe de Estado que confunde la tribuna con el poder, ni un país puede tolerar que la justicia sea tratada como trofeo de guerra.}
Entre las realidades, el equipo económico mendiga una ayuda en los EE.UU. sometiéndose a los planes económicos que nos quieran imponer a cambio de una ayuda, ya que se siguen dilapidando los dólares de los argentinos para sostener un valor ficticio. Hace tres dias fueron casi 900 millones de dólares que malgastaron para contenerlo artificalmente..
El de ayer no fue un acto político: fue una puesta en escena patológica del ego y el resentimiento. Y detrás de los saltos, las burlas y las risas forzadas, se dibuja la verdadera tragedia argentina: un gobierno que celebra su propia degradación. Benegas Lynch tocando la batería, la diputada Lemoine cantando, y la comparsa ministerial encabezada por Adorni, son un ejemplo de la realidad de un gobierno decadente y maligno que puede llevar a la Argentina a un desastre de consecuencias imprevisibles. ¿Los argentinos tendrán conciencia a dónde nos lleva Milei y su banda?