Los/as que persiguen el camino

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Los/as que persiguen el camino

21 Octubre 2017

Por Cristian Secul Giusti *

Siento que estamos demorados/as en un pensamiento. Y hace varios días que andamos por esa zona. Nos inquieta y conmociona el rol de parte de la sociedad en el tratamiento de la desaparición y posterior muerte de Santiago Maldonado. Recordamos con ardor la competencia de tragedias que se expuso durante un buen tiempo (un versus horrible entre los muertos y desaparecidos "de antes" y "los de ahora"); también rememoramos la cantidad de improperios que se dijeron sobre la figura de Santiago, desde su trabajo como artesano hasta su papel de activista o trovador de viajes. Todo eso que se dijo, se enunció con una maldad inusitada, planeada y de a ratos espontánea.

En ese tránsito pesado de miserias fue posible ver las divisiones casi existenciales entre algunos/as tantos y otros/as muchos. Por eso, no debemos equivocarnos con los epítetos, la diferencia no radica en una simple postura política, se trata de una actitud ante el dolor y el sufrimiento de una persona de carne y hueso que desaparece y tiene familiares que lo esperan con los brazos abiertos. 

No es más que eso. No hay demasiada ciencia. No se espera un esfuerzo memorable. Y no se pide una sensibilidad de sintonía fina (que sería genial, de hecho), se solicita, al menos, un respeto. Un breve y flaco respeto, aunque sea. Pero no. Estos meses exhibieron canalladas que ya se reconocían existentes, pero que por propia convicción intentábamos regularla en su  intensidad y complejidad. 

Por este motivo, de la justificación de una muerte o una desaparición no se vuelve en términos concretos. La banalidad y la frivolización de un acontecimiento tan trágico ubica a esos/as otros/as, sin ir más lejos, en un lugar difícil y hasta asfixiante para nosotros. Por esta razón, todo el día nos miramos al espejo y decimos: menos mal que estamos de este lado de la mecha. Y no, no hay goce en esa declaración. Es un consuelo de desesperación y un atisbo de planteamiento instantáneo. De este lado de la brecha, justamente, estamos los/as que padecemos mental y físicamente los avasallamientos del neoliberalismo y el carácter autoritario de una democracia precarizada. 

Nosotros le conocemos el rostro siniestro a esos discursos de odio, los analizamos a cada instante, los vivimos con estupor y caemos en el desánimo más de lo que cualquiera supone. Entonces, es ahí donde nos damos cuenta que estamos ardiendo porque sabemos de qué se trata y porque la concepción de una sociedad civil cómplice es durísima. Los/as compañeros/as que investigan y sufren sus trabajos sobre historia reciente y cotidianidad en dictadura saben muy bien con qué bueyes harán. La observación de prácticas y discursos sociales en acción no es algo simpático ni tampoco satisfactorio. No hay júbilo en ese escenario de opacidades. Definitivamente, no lo hay. 

Sin embargo, hay una identidad propia que nos obliga a no rendirnos. Hay una herencia de lucha que nos empuja y nos contiene. Por cabeza dura y voluntad de obcecados/as, nos alejamos siempre de la clausura y la claudicación. Con todas nuestras fuerzas salimos a laburar la calle, los espacios, los rincones para que ese espanto que tenemos no nos impida sacar a varios/as de ese fondo complicado del ser. Más allá de nuestras puteadas reiteradas, entendemos que esa banalidad del mal no sale de un repollo y que nuestros/as vecinos/as, compañeros/as o familiares, entre otros/as están estancados/as en un único modo de percepción. 

Ante esto, nos preguntamos si harán falta más mates, cafés, cervezas o algo de eso para convocar y motivar. Nos negamos también a pensar que ese colaboracionismo con lo macabro puede dominar por completo a esos otros/as. Siempre que hay vida, habrá esperanza, nos repetimos como mantra. Si algo está enfermo, está con vida, continuamos reflexionando ceratianamente. Tendremos que charlar e insistir con aquellos/as que tienen la llamita de la humanidad latente, no perdida, no hundida ni abarrotada en las mieles del odio. Es más fuerte que nosotros. Por más que nos enojemos, pataleemos y le peguemos a la mesada, no concebimos de otro modo esto: somos los/as que persiguen el camino.

*Dr. en Comunicación/Docente (FPyCS-UNLP)