Imágenes de la dictadura militar: la construcción del consenso

Imágenes de la dictadura militar: la construcción del consenso

24 Marzo 2016

Por Cora Gamarnik

Los principales diarios y revistas argentinas durante el golpe de Estado de 1976 apoyaron, justificaron y ayudaron a expandir la imagen que la dictadura militar quería dar de sí misma. Dentro de ese discurso periodístico la fotografía de prensa ocupó un lugar destacado.

La dictadura no sólo gobernó a través del terror, de la instalación del miedo y de la supresión de la libertad de expresión. Al mismo tiempo desarrolló estrategias de búsqueda de consenso y de apoyo a sus objetivos. Los diarios y las revistas ilustradas fueron un actor político clave a la hora de crear un clima favorable en la opinión pública de apoyo al golpe de Estado y la fotografía fue un elemento central de esa construcción.

Durante la dictadura se implementó una política cultural basada en un plan sistemático de persecución, censura y represión a un tipo de productos culturales y a sus autores, pero también se llevó a cabo una política de “sustitución” de un tipo de cultura por otra. El ocultamiento de los crímenes de la dictadura, parte esencial de la metodología represiva, necesitaba simultáneamente una política de visibilidad y productibilidad en el terreno de la imagen.

La construcción de la realidad que propusieron los principales diarios y revistas cumplió la misión de difundir, sostener, justificar la represión y el terrorismo de Estado y según el caso, ocultar, tergiversar y/o dar datos confusos deliberadamente sobre lo que ocurría. Esta función que cumplieron los medios de prensa masivos se amplificó por su funcionamiento homogéneo y fue un factor central en la conformación del consenso, que tuvieron tanto el golpe de Estado de marzo de 1976 como su accionar durante los primeros años. A la estricta censura que se impuso en sus inicios se le sumó la gran cantidad de medios clausurados o intervenidos, con la consecuencia de cientos de periodistas amenazados, cesanteados o despedidos —en especial aquellos que tenían una militancia gremial—. La consecuencia de esto fue una aparente paradoja: los años de mayor represión fueron también los de mayor consenso social hacia la dictadura. Los medios masivos coadyuvaron para que una parte importante de la sociedad argentina apoyara el golpe de Estado o asintiera pasivamente su devenir. Esta política de ocultamiento / visibilidad puede ser uno de los tantos indicios que nos permitan entender cómo una parte de la sociedad argentina pudo seguir su vida cotidiana mientras convivía con los rastros de una masacre que se estaba ejecutando a la vuelta de la esquina.

Política de ocultamiento / política de visibilidad

La dictadura tuvo claro desde el principio el poder de construcción de sentido de las imágenes y controló férreamente qué fotografías podían circular, de qué modo y sobre quién, como parte de una sistemática y planificada política de producción cultural.

En la misma noche del 24 de marzo de 1976 el comunicado N° 19 de la Junta Militar decía: “Se comunica a la población que la Junta de Comandantes Generales ha resuelto que sea reprimido con la pena de reclusión por tiempo indeterminado el que por cualquier medio difundiere, divulgare o propagare comunicados o imágenes provenientes o atribuidas a asociaciones ilícitas o a personas o a grupos notoriamente dedicados a actividades subversivas o de terrorismo. Será reprimido con reclusión de hasta 10 años el que por cualquier medio difundiere, divulgare o propagare noticias, comunicados o imágenes con el propósito de perturbar, perjudicar o desprestigiar la actividad de las fuerzas armadas, de seguridad o policiales”. (El destacado es nuestro).

La noche del 22 de abril de 1976 circuló en las redacciones una hoja de papel sin firma ni membrete llamada Principios y Procedimientos, cuyo fin era señalar cómo debían actuar los periodistas y qué pautas debían respetar los medios de comunicación.

Entre muchas otras razones, la reacción de condena internacional que se produjo luego del golpe de Estado de Pinochet y las fuerzas armadas en Chile —cuya feroz represión se difundió rápidamente en imágenes en todo el mundo—, impulsó a que la dictadura argentina planeara un golpe de estado 'no violento', que pareciese un traspaso ordenado del poder. Este accionar implicó una política en imágenes que avalara esa visión. Apoyados en la idea comúnmente establecida de la fotografía como un documento testimonial, como prueba de que algo realmente existió y como representación objetiva del mundo, desplegaron una política de producción de imágenes que mostraban un país 'normal', 'ordenado', 'limpio' y 'seguro'.

Una de las activas formas de búsqueda de persuasión hacia la población fue la introducción de nuevos contenidos, de un nuevo discurso que arrasara con la historia anterior e instalase una imagen de “rostro humano” de los hacedores del golpe. Hubo para esto verdaderas campañas psicológicas de prensa.

Para apoyar a las Fuerzas Armadas en 1976 los medios instalaron la necesidad del golpe de estado como algo ineludible, inexorable. En 1975, Videla había firmado la orden secreta 404/75 (a la que llamaban “La Peugeot”), que entre muchas otras cosas delineaba el plan psicológico para derrocar a Isabel como una fatalidad, como algo inevitable. Hubo algunas voces (muy pocas por cierto) que reclamaban el adelantamiento de las elecciones pero la prensa no dio espacio a estas voces. Todos los diarios y las revistas analizados contribuyeron a esa gigantesca operación que instaló en el centro de la discusión la idea de que los únicos que podían tomar el poder eran las Fuerzas Armadas, preparando el terreno para que la opinión pública esperase, alentase y/o apoyase el golpe de Estado.

Otros argumentos que se usaron homogéneamente en toda la prensa en los meses previos al golpe fueron: el “vacío de poder”, el mismo que ya se había utilizado para apoyar el derrocamiento de Illia y la amplificación de la sensación de caos mientras se acentuaba la idea de una extrema pasividad de la clase política. El “clima” golpista se nutría y completaba con noticias e imágenes que intentaban alarmar a la población con el desabastecimiento, la falta de alimentos y los negocios vacíos por un lado (algo que ya había dado muy buen resultado en el golpe de Pinochet en Chile) y el peligro, el terror y sobre todo las consecuencias de los 'atentados subversivos' por el otro.

Caos, desorden, violencia y Dios

Algunos de los conceptos invocados recurrentemente por la prensa durante el período previo al golpe de estado fueron el de “caos” y “desorden”. Estas nociones junto al temor social extendido por la escalada de violencia jugaron un papel activo en la creación de un consenso generalizado hacia la acción militar que justamente venía a restaurar el “orden” y la “normalidad”. El clima de miedo y opresión del período previo hizo que numerosos sectores de la población desearan la intervención militar o la vivieran como un hecho inevitable e incluso con alivio.

Los meses previos a marzo de 1976 los diarios se poblaron de imágenes de violencia, cadáveres, edificios bombardeados y destrozos. Esta alta visibilidad se presentaba considerando a los distintos actores políticos como objetos instrumentalizados por esa violencia. A diferencia de la ausencia de imágenes violentas que caracterizaba en general a la prensa “seria”, en esta etapa, los crímenes al estilo mafioso se exponían públicamente con el objetivo de amplificar el mensaje aterrorizante. La exhibición explícita de la violencia generó en la población un estado de “agotamiento psíquico” que fue el telón de fondo del consenso y alivio con que muchos sectores recibieron el golpe de Estado. Esta información se presentaba con ausencia de contextualización y sin dar cuenta de la mínima información que explicase las noticias, lo que contribuía a la generación de un clima de confusión general. La crueldad quedaba descontextualizada, despolitizada, sin posibilidad de un lenguaje racional que permitiese comprender los sucesos. No había actores, no había autores, no había causas ni historia. Solo el fantasma de la 'subversión' que atravesaba de modo omnipresente los discursos militares y las páginas de la prensa.

Cuatro meses antes de que se concretase el golpe, se formó el llamado Equipo Compatibilizador Interfuerzas (ECI) encargado de diseñar la campaña que le allanase el camino. La orden expresa era buscar que Isabel Perón no dejara el gobierno incluso en su peor agonía, para que la sociedad exhausta y resignada exigiera orden sin conocer el precio. Los militares esperaron y fomentaron a que la violencia que se había desatado llegase a un punto máximo de aparente descontrol. A esto se lo llamó la “teoría de la fruta madura”. La sociedad debía llegar al hartazgo y para ello era crucial el rol de la prensa repitiendo cotidianamente información sobre acciones violentas. Así se dio la extraña paradoja de que antes del golpe había, según la prensa, muchos más “subversivos muertos” que luego del golpe, cuando estas noticias desaparecieron de los diarios al mismo tiempo que los seres humanos que eran secuestrados.

A la vez, las Fuerzas Armadas adquirieron una importancia central en las coberturas diarias mientras el poder político aparecía cada vez con menos centimetraje y sin iniciativa. Las Fuerzas Armadas emergían con proclamas, pronunciamientos, organizándose, dando respuestas y ocupando más espacio que las acciones de los políticos. La prensa remarcaba la tibieza e indecisión de los políticos frente a la firmeza y convicción militar. Otra vez se instaló con fuerza —como en el derrocamiento de Illia— la idea de políticos lentos e ineficaces frente a militares expertos. Los diarios y las revistas se poblaron de producciones que exigían una 'rápida' y 'terminante' respuesta frente “al tema de la subversión”. No había en cambio artículos que hablasen de la necesidad de defender el sistema constitucional.

La imagen de la “subversión”

Los medios también tuvieron un papel activo en la creación de un imaginario que apoyara la “lucha antisubversiva”.

Desde mucho antes del golpe, habían comenzado a aparecer en los diarios referencias a los “delincuentes subversivos” a los que era necesario “aniquilar”. Casi nunca se los identificaba, no tenían nombre, ni familia, ni edad. Sólo tenían en algunos casos sexo.

El golpe de Estado no significó un quiebre en la forma en que era representada la supuesta subversión en la prensa, sino una continuidad. Lo que sí se puede afirmar es que después del 24 de marzo, los distintos medios tornaron omnipresentes los discursos oficiales, único relato público al que se podía acceder para conocer los “progresos” en la “lucha antisubversiva”.

La no imagen, la no personificación, la ausencia de cualquier marca de identidad de los militantes que eran secuestrados y asesinados fue, antes y después del golpe, la estrategia de deshumanización por excelencia más utilizada por la prensa.

Los “subversivos” eran seres sin rostro, sin historia, sin razones. Sus muertes sólo eran contabilizadas, no necesitaban ser explicadas. La prensa las consideraba obvias, sobreentendidas y justificadas. Por supuesto no se buscaban los culpables, ya que los asesinados eran los propios responsables de su muerte. A los militantes de las distintas organizaciones, salvo algunos casos excepcionales, no se los mostraba o se los presentaba como arrepentidos. Las excepciones eran la otra cara de la cosificación: dirigentes sociales, sindicales y/o políticos de máxima envergadura o jefes y miembros de las distintas organizaciones guerrilleras, protagonistas de hechos resonantes, aparecían en la prensa cuando eran capturados o asesinados. En estos casos, se señalaba su identidad, se brindaban datos biográficos y se los mostraba como trofeos de guerra.

La prensa en este caso actuaba celebrando los hechos. Los familiares que buscaban a sus seres queridos tampoco aparecían en la prensa. Estaba absolutamente prohibido mostrar el dolor y la búsqueda de los familiares de los detenidos-desaparecidos, este era un límite que ningún medio podía cruzar.

Para poder secuestrar, matar y torturar era necesario convertir al otro en una cosa. Era necesario un tratamiento que evitase cualquier grado de empatía, de identificación, de ver al otro como un semejante. A los “elementos subversivos” no se los consideraba ciudadanos con derechos, ni actores políticos, ni hombres y mujeres con afectos ni familias. La represión que caía sobre ellos no podía tener ningún reparo moral. Se los trataba como objetos, invisibilizados y aislados socialmente, cosificados. Se los deshumanizaba y al negarles su humanidad se los transformaba en seres que podían ser matados, descartados, sin ningún tipo de derechos.

Los diarios publicaban cotidianamente titulares sin compañía de imágenes que anunciaban “elementos abatidos”, “extremistas muertos”, “cadáveres hallados”. La ausencia de representación para hablar de “la subversión” fue una de las estrategias más utilizadas pero no la única. Al igual que antes del golpe, iba de la mano de la presentación confusa y descontextualizada de las noticias. La imagen en estos casos actuaba como un elemento desconcertante.

La otra forma de representar la “subversión” era la publicación de fotografías que se sacaban posteriormente a la realización de operativos represivos: fotos de arsenales, clínicas clandestinas, casas cuyos frentes habían sido tiroteados, etc., en donde la idea de “subversión” actuaba por contigüidad. Mientras los textos periodísticos los definían como “terroristas”, “delincuentes”, “sediciosos”, “irregulares”, “elementos” o “extremistas”, las imágenes los mostraban a través de las supuestas consecuencias de sus actos (casas baleadas, autos explotados, vecinos con miedo).

La noción de “víctimas de la subversión” que manejaron los diarios y revistas fue también muy amplia. Se menciona al personal policial y militar directamente afectado por acciones de las organizaciones guerrilleras, pero también se incluía a “la población” en general: vecinos, transeúntes, espectadores, testigos, etc.

Las imágenes de los “testigos” se utilizaban en muchas producciones y se elegían casos que pudiesen generar identificación con el lector.

Para su política de desinformación, censura y manipulación mediática, el terrorismo de Estado utilizó poderosos mecanismos de inteligencia. Pero la dominación que ejerció la dictadura no sólo fue física, material, concreta, también fue simbólica. Se diseñaron desde el poder estrategias de persuasión, instalación de nuevos discursos, valores y creencias.

Durante la dictadura no sólo se censuró, desarmó, persiguió, cerró, quemó. También se produjo, se construyó, se escribió y se publicó. Cumplir con estas acciones fue la tarea de la prensa que no sólo colaboró con la dictadura militar, sino que trabajó y fue parte activa en operaciones de inteligencia de los grupos de tarea de la represión.

En todos los casos analizados, la prensa actuó a través de la repetición constante. La rutina puede producir acostumbramiento y la costumbre puede obturar la reflexión. El discurso expresado de este modo tiende a naturalizarse y puede provocar apoyo, indiferencia o negación. Sólo una explicación contextualizada podía ayudar a disminuir el distanciamiento, a entender al otro, y en un grado más alto, al compromiso o la solidaridad con el otro. Exactamente esto es lo que la prensa masiva durante los primeros años de la dictadura militar no hizo.