En cómodas coimas
La vorágine deja poco tiempo para pensar. En léxico prestado: un escándalo sucede a otro, y todos van en la misma dirección. El Gobierno responde torpemente a cada uno y al conjunto. Las urnas, de momento, le acercan resultados de adversos a catastróficos: no se forja una fuerza política nacional de la noche a la mañana, ni quiera desde el poder central de un país hiperpresidencialista y unitario.
La plana mayor parece entrada en la pendiente del boxeador sentido: abierta la defensa, cada golpe es peor que el anterior, la senda se aleja y todo transita en la banquina.
Acaso la línea se complete con una estación previa, más que posterior: una economía frágil, que camina una cornisa cada vez más angosta. Poco hilo en los carreteles de variables. Así llega el Gobierno a un paquete de respuestas marcadas por lo absurdo y burdo. Tener poder, algo que en verdad Javier Milei nunca dispuso más que de prestado, equivaldría a no necesitar de auxilios urgentes, que protejan de un temor. Algo que ni siquiera pasó todavía.
No sería descabellado explorar la hipótesis de que tanto la dirigencia política como los poderes fácticos comenzaron a disputar el después de tan pronto como Milei ganó el balotaje, en noviembre de 2023. O cuando se rodeó del elenco estable, días después. Varios silencios, desensillando hasta el claro. Los cuarteles calabreses de invierno. Las internas del peronismo y alrededores. Por las dudas, la proscripción. Tampoco es extraño el arribo de esas manifestaciones. El programa económico y su ejecución política dejaban sólo dos alternativas: o estábamos estrenando algo totalmente imprevisto, con sostenibilidad a confirmar, o las mantas cortas darían sus veredictos.
Si los audios se filtran por coincidencia o no, si son catalizadores o emergentes, es un interrogante a responder. Lo cierto es que el Gobierno perdió la brújula, los papeles, los manuales. Si alguna vez los tuvo. No solo le cuaja la sospecha de corrupción, sino la certeza de inoperancia.
La apelación a la censura es de los movimientos políticos más torpes. Si se leyera más y mejor nuestra propia historia, podría advertirse que la censura previa convierte dudas en conclusiones y multiplica el interés por conocer lo prohibido. Si el Gobierno conserva una dosis de inteligencia, sólo habrá apelado a ella para ganar tiempo, pagadero con el incremento de las difusiones y la avidez por escucharlas. Como comprar comida con tarjeta de crédito, una realidad cotidiana a la que empujaron a millones de personas, el tiempo ganado vía cautelar es sólo pan para hoy.
La corrupción no sería, en sí, la mayor ofensa de este Gobierno al Pueblo. Son sumas módicas, en comparación con los perjuicios que parecen haber sido naturalizados, como hijos legítimos de un destino manifiesto inverso al yanqui: el pago hormiga que las mesas populares tributan a la fuga de capitales, el regalo de los recursos naturales, la asfixia con fines de mal venta del capital colectivo de todos y todas, y hasta el abandono cuando se sufre una catástrofe natural.
El enorme problema aquí es el programa económico. No que no haya sido implementado por personas honestas, entendiendo por tales a quienes no se llevasen un peso a sus bolsillos. En ese sentido, llama la atención que pasó bajo casi todos los radares la decisión del juez Martín Bava de reclamar al ministro Luis Caputo informes sobre el modo en que contrajo uno de los fabulosos endeudamientos con el Fondo Monetario Internacional, sin discusión parlamentaria ni resultados palpables para el país.
Que esta experiencia comience un veloz crepúsculo con las indignaciones por la corrupción sería una muestra de levedad política, de pubertad ciudadana. Imputable a todos, dirigentes y anónimos, por acción u omisión. Pero eso nunca es palabra definitiva, como lo atestiguan los nacimientos del peronismo y del kirchnerismo.
A mediados de 1943 se dio el único golpe de Estado que derrocó a la clase dominante, en lugar de sostenerla. Lecturas lineales, o en exceso nominales, lo colocan en la misma senda que los previos y posteriores. Se interrumpió la democracia, sí: una hecha de fraudes electorales que ni siquiera se escondían. El peronismo nació de ese gobierno militar, que -entre otros vértices oscuros, y no pocos extravíos- trató de evitar dejarlo como legado. Lo cierto es que el golpe surgió de demandas de corte liberal y moral: elecciones limpias y freno a la corrupción de lo que se podría haber llamado -con más puntería que hoy- la casta. A posteriori ocurrió el encuentro del nuevo líder con las luchas de las bases, que colocará en el centro a las demandas clasistas con que todavía se identifica al peronismo.
Algo similar, con las erosiones propias del siglo XXI, sucedió con el kirchnerismo. La llegada de Néstor Kirchner a la Presidencia estuvo precedida por un tiempo de gran desconfianza hacia la política, con epicentro en la corrupción. Durante los años previos era evidente la desproporción entre la cobertura de episodios vinculados a esa temática y las voces que ponían el foco en el programa económico. La campaña proselitista de 1995 es un buen ejemplo: ninguna de las tres fuerzas mayoritarias discutió la Convertibilidad, porque el menemismo la celebraba como éxito, mientras el radicalismo y el Frepaso se quedaban en las canillas doradas del avión presidencial.
Sin embargo, el kirchnerismo logró reunir pedazos y aprovechar golpes de suerte, para redefinirse desde otro lugar. Tomó las manos de Madres y Abuelas, a cuyos hijos e hijas recuperó no sólo como víctimas, sino en tanto militantes. Redistribuyó mejor, acercando siquiera módicas reparaciones a quienes les había tocado vivir como laburantes las casi tres décadas previas de neoliberalismo. Exploró y articuló varias demandas, liberales y clasistas, a veces tensando las relaciones de fuerza.
Ambos resultados invitan a no desesperar ante la baja densidad política del momento actual, porque lo que venga después de está por construirse. Lo imprescindible será el reencuentro, en lo posible sin un dialecto sofisticado ni meramente numérico, de los dirigentes y sus bases.
Para salir de las confusiones, crear o recrear narrativas identitarias, y prescindir de alusiones a equivalentes del Tango 01. Que nunca se vendió, y acabó sus días acumulando pérdidas, hasta ser trocado como repuesto para otras aeronaves.