El desafío de la soberanía alimentaria

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El desafío de la soberanía alimentaria

09 Junio 2015

Por Juan Ciucci

La visita de Cristina Fernández de Kirchner a la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) se dio en el marco de la distinción que se le otorgó al país por haber cumplido uno de los Objetivos del Milenio: la reducción del hambre a la mitad. Un reconocimiento por el rol que ha desarrollado en las políticas públicas para combatir el hambre. A su vez, ha logrado reducir a la mitad la desnutrición y mantener durante 25 años el nivel de malnutrición por debajo del 5 por ciento. En los últimos años ha conseguido bajar el nivel de pobreza al 5 por ciento y los niveles de indigencia se ubican en 1,27 por ciento. Sin embargo estos números son actualmente discutidos en el marco de las disputas por “estadísticas confiables” que diversos sectores opositores han planteado.

Como sea, permitió establecer marcos para una discusión siempre difícil: el viejo dilema de un país productor de alimentos donde un amplio sector de su población no accede a los mismos. En palabras de Cristina: “tenemos una capacidad para producir alimentos para más de 400 millones de personas, cuando apenas somos 41 millones, este año esperábamos una cosecha récord de 115 millones de toneladas de granos y vamos a obtener 119 millones”.

Son números francamente desoladores: si tenemos la capacidad para producir alimentos para 400 millones de personas es inexplicable cómo no logramos alimentar en su totalidad a una décima parte, los 40 que somos. De allí el interés por la exposición de la Presidenta en la FAO. “No estaría diciendo exactamente la verdad si únicamente colocara el problema del hambre y de las políticas para combatir el hambre en el marco de lo productivo, en el marco de que queremos producir más alimentos. Porque en realidad estamos convencidos de que el problema del hambre es un problema de la pobreza, que tienen hambre los que no tienen dinero para comprar alimentos. Creemos entonces que el acento lo debemos poner exactamente en ese punto, en el combate contra la pobreza que es también hablar de la distribución del ingreso, de la inequidad que hoy tiene a nivel global la distribución del ingreso”.

El problema no está (sólo) en la producción, sino en cómo se distribuye esa producción y en especial los ingresos que produce. Pero es una obviedad decir que las leyes que gobiernan esa producción son las que determinan cómo se distribuye y entre quienes. Así, la propuesta de la Presidenta se focaliza en la capacidad de intervenir, de crear espacios de regulación.

“¿Qué vamos a esperar, que el mundo también tenga problemas de granos, tenga gente que acumula granos de trigo, de arroz, de soja, mientras otros se mueren de hambre, para intervenir en la regulación de esos mercados? No para quitarle nada a nadie, no para socializar nada, pero una cosa es no socializar y otra es especular, y especular con el hambre, o especular con la deuda de los pueblos, que finalmente la deuda de los pueblos y los gobiernos termina con el hambre de la gente. Por eso creo que deberíamos impulsar desde estos espacios globales institucionales regulaciones. Avergüenza que haya mercados a futuro sobre trigo, sobre maíz, sobre dólar, se especula vendo o no vendo, y el vendo o no vendo tiene que ver con las posibilidades de que la gente en el mundo pueda comer una escudilla de arroz o pueda amasar su pan”.

En un escenario de crisis internacional, donde muchos retoman el concepto terminal, es fundamental replantear diversos aspectos del sistema productivo argentino. No pueden ser las empresas y su afán de lucro las que determinen qué, cómo, cuánto, para qué y para quién se produce. El desperdicio que promueve el capitalismo es amoral, construir una soberanía alimentaria puede ser un modo de enfrentar esas lógicas de producción y especulación. Son años donde ha comenzado a transitarse el camino hacia la construcción de un Estado fuerte que pueda intervenir y regular las lógicas del mercado, en pos de constituir una Nación socialmente justa, económicamente libre y políticamente soberana. Como en todo, se ha hecho mucho, nos falta aún mucho más por hacer.