Bajar sueldos es de miserables

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Bajar sueldos es de miserables

01 Abril 2020

Por Rodrigo Lugones

En una reciente conferencia de prensa, luego de que se conociera la decisión de Paolo Rocca y Techint de despedir a casi 1.500 personas, en este contexto pandémico que combina crisis sanitaria con crisis económica, el presidente supo decirle a los empresarios: “No les toca perder, les toca ganar un poco menos”.

La respuesta de medios de comunicación y ciertos sectores sociales prestos a recibir ciertas bajadas de línea anti-populares, fue la de producir, como en una suerte de fenómeno de desplazamiento metafórico, un enroque entre los destinatarios del mensaje de Alberto y el emisor. Luego de ese enroque, lo que tenemos es que “quienes tienen que ganar un poco menos”, son “los políticos”, y no los empresarios y empresarias, tal y como lo planteó Fernández.

Claramente promovido como respuesta, desde los medios hegemónicos especialmente (desde que la periodista [sic] Viviana Canosa le preguntó a Alberto Fernández si no correspondía que se bajara el sueldo, siguiendo la lógica de “ganar un poco menos”), salieron a difundir este planteo que encontró su eco en los siempre oportunos “cacerolazos”.

Asistimos a una formidable (y también bastante burda) operación ideológica del capital. Es fenomenal por lo efectiva, porque se posa sobre consensos ideológicos sedimentados en nuestra sociedad (la idea de que la política es siempre corrupta, por ejemplo), para torcer el objetivo de las palabras más que certeras de Alberto Fernández.  

Quienes deberían “poner la guita”, no son los empresarios mega multimillonarios que (luego de haber logrado ganancias extraordinarias durante el período kirchnerista, y, por supuesto, durante el período macrista también) prentenden utilizar la crisis para despedir a miles de argentinos y argentinas, sino “la clase política”: esos “chorros” que “se roban todo”.

Cabe destacar que frente a la crisis sanitaria internacional que desató el COVID-19, el gobierno Argentino estuvo a la vanguardia de las medidas de salud, y tuvo aciertos muy importantes en materia de inyección de dinero en los sectores populares intentando atajar la crisis. Alberto se ganó un alto nivel de aprobación en este contexto (sus políticas son aceptadas casi por unanimidad por la población). Fue la política, y no los sectores empresariales, quien está resolviendo y cuidando a los argentinos y argentinas en este contexto de caos generalizado que reina hoy en el mundo.

En un mundo donde aparecen discursos que quieren poner las ganancias privadas por encima de la vida, la política Argentina (y en particular los políticos que conforman la coalición del Frente de Todos) están llevando adelante una gestión que se preocupa por los que menos tienen y le pide un mínimo esfuerzo a quienes les sobra de todo en materia económica. 

Germán Abdala, un importante dirigente sindical de la Asociación de Trabajadores del Estado, solía decir que la política es la única herramienta que tenemos los pueblos para transformar la realidad y modificar la historia. Los poderosos, sostenía, no la necesitan porque tienen el dinero para hacer lo que les parezca. Es importante, recuperando a Abdala, pensar en el rol de la política como instrumento para la transformación social, y pensar también que si habilitamos planteos como el “trabajo ad honorem” en el Estado, o en la política, lo que estamos diciendo es que los sectores populares no pueden ocuparse de los temas del Estado ni de los de la política.

Es sabido que los sectores populares no tienen otro ingreso más que el que les dá su trabajo. Si no trabajan no pueden vivir. Si resignan su salario, no pueden comer. Esto dejaría a la política en manos de aquellos que pueden “trabajar” en ella sin necesidad de cobrar un salario, y todos sabemos cuál es la única clase social que podría desarrollar esa tarea sin percibir un salario: la que gobernó los últimos cuatro años la Argentina, convirtiéndola en tierra arrasada, la clase social expresada por la figura de Mauricio Macri. El planteo de trabajar “ad honorem” o de “desfinanciar la política” no sólo es anti político, sino que es reaccionario (o, como nos gusta decir a los peronistas, “gorila”).

En la Argentina se terminó el gobierno de los CEOS, sin embargo ellos, que ganaron miles de millones, se resisten a contribuir socialmente con los recursos de los que disponen, y miles de argentinos y argentinas en vez de verlos a ellos como posibles “aportantes” en éste difícil momento eligen optar por disparar contra “la política”.

En gran medida la dificultad para avanzar contra los grandes intereses concentrados en argentina está muy asociada a el gran divorcio de la perspectiva revolucionaria y la identidad peronista (tratada por Aldo Duzdevich en una reciente nota, publicada por AGENCIA PACO URONDO).

Este divorcio lo inicia la dictadura con su aparato represivo genocida y desaparecedor y lo termina de instalar (cultural y políticamente) el consenso democrático alfonsinista, a través de la propagación de la Teoría de los Dos Demonios. Un periodista amigo sostiene la tesis de que el gobierno de Alfonsín, y los posteriores consensos democráticos-institucionales que alcanzó, se centran en la premisa de que podamos hacer cualquier tipo de gobierno (más progresista, menos progresista, de centro, de derecha, o de ultra derecha) pero siempre aceptando que, aún en el mejor de los casos el 25% de la población argentina va a quedar afuera.

El peronismo (hijo de éste consenso post-dictatorial) varias veces, intenta tener un romance neurótico (siempre fallido) con una pretendida “burguesía nacional” que, las más de las veces, se aprovecha de él en los tiempos de bonanza, y luego lo desecha cuando el barco comienza a zozobrar. Cuando no se ubica, directamente, en las filas de sus enemigos políticos.  En su cortejo fútil, el peronismo no logra reencontrarse con banderas que le permitan avanzar contra intereses concentrados que atentan contra la gobernabilidad en este proceso de crisis.

El desafío del peronismo en esta etapa de crisis mundial será el de romper con consensos acordados y comenzar a afectar intereses de fondo. Aplicar una política agresiva, con la misma intensidad con la que el macrismo descargó su furia contra los sectores populares cuando asumió el gobierno en el 2015. De la capacidad para avanzar y movilizar (cuando esto nos sea posible), saldrá la alternativa política y económica a este proceso de profunda crisis de la hegemonía mundial neo-liberal.