Veinte claves para el pensamiento nacional en el siglo XXI

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    Jauretche y Perón
    Jauretche y Perón

Veinte claves para el pensamiento nacional en el siglo XXI

06 Junio 2025

La crisis del movimiento nacional, que describimos antes como espiritual, es también una crisis intelectual. A continuación, proponemos veinte claves para el pensamiento nacional en la Argentina de hoy. Reúne reflexiones que hemos volcado anteriormente en La reina y sus cipayos (2022), La patria y sus intérpretes (2023) y Jauretche y el pensamiento nacional hoy (2024), a lo que se suman cinco nuevas cuestiones. En ellas, se debate a varias bandas; polémicas sobre las cuales no interesa aquí profundizar, sino solo presentar como vectores programáticos. Estos lineamientos están dirigidos, especialmente, a la nueva generación de pensadoras y pensadores nacionales que está asomando y que espera contribuir a la reconstrucción del movimiento, en cuya vitalidad se juegan los destinos de la patria. 

Veinte claves

  1. Afirmación de lo nacional latinoamericano como marco de pertenencia y referencia, identidad y encuadre estratégico; nuestro marco de pertenencia y referencia es necesariamente “nacional latinoamericano”, la Patria Grande. Esto ya fue advertido tempranamente por Miranda, Bolívar y San Martín, entre otros, y retomado por innumerables líderes y pensadores posteriores. Pero no está de más recordarlo: ninguna nación latinoamericana por separado tiene posibilidades de realización. El pensamiento debe fortalecer permanentemente esa identidad y encuadre.
  2. Lo nacional es universal. Rechazo al chauvinismo y el “ombliguismo”, y necesidad de un pensamiento que se abra al mundo y los problemas de la humanidad, asumiendo nuestro aporte específico, nacional, a la diversidad global; lo nacional no implica cerrarse al mundo. Por si algún despistado sigue confundiendo lo nacional con el chauvinismo, aclaremos que, por el contrario, lo nacional implica asumir nuestro aporte específico a la diversidad humana, producto de una historia y una geografía específicas. Como decía Jauretche, “lo nacional es lo universal visto por nosotros”. O como señaló Martí: “injértese en nuestras republicas al mundo, pero el tronco ha de ser de nuestras republicas”. 
  3. Unir tradición e innovación. Dialogar con la teoría contemporánea para dar cuenta de las nuevas problemáticas y las circunstancias del presente (por caso, los efectos de las nuevas tecnologías o la problemática ambiental), sin descuidar las raíces en los autores clásicos del pensamiento nacional latinoamericano, para evitar ser arrastrados por las modas intelectuales del norte; el pensamiento nacional debe salir del lugar de comodidad dado por la liturgia, por la repetición de ciertos tópicos y autores. Los “clásicos” son eso: referentes ineludibles que sirven de inspiración y de raíz para que las modas intelectuales no nos arrastren. Pero no pueden reemplazar el ejercicio del pensamiento propio y de afrontar los problemas de nuestro mundo, que no son los de hace cincuenta, cien o doscientos años. El pensamiento nacional latinoamericano, desde la autoestima, desde la seguridad de sí y sus fines, debe abrirse a la teoría contemporánea, para incorporar conceptos que permitan afrontar las difíciles circunstancias del presente.
  4. Ampliar el amor propio. La necesidad de construir una imagen positiva de nuestra sociedad, o sea, la tarea de construir y ampliar desde la producción intelectual el amor propio como país y como región, yendo a contracorriente del menosprecio y autodenigración promovidos por la producción cultural dominante; todo país que se precie, valora su historia, sus tradiciones, su cultura, su pensamiento, su arte. No hay que ser un genio para observar como norteamericanos, británicos, franceses, alemanes, rusos, chinos entre otros, construyen una imagen positiva de sí mismos a través de su creación intelectual. En cambio, nuestra producción cultural dominante, especialmente la periodística, literaria y audiovisual, no hace más que enfatizar nuestras miserias, generando una imagen deprimente de nosotros mismos. ¿No hay nada heroico en nuestras tierras? ¿Y esos “poetas sociales”, como los llama Francisco, que defienden la vida en medio del descarte y la muerte? ¿Y esos artistas, científicos, periodistas e intelectuales del pueblo que acompañan desde su creatividad los esfuerzos de liberación nacional y social? ¿Y los líderes sociales, populares, nacionales que sacrifican sus metas personales en la concreción de anhelos colectivos? El pensamiento nacional latinoamericano tiene también la tarea de construir y ampliar el amor propio y esa historia heroica de los humildes.
  5. Perspectiva utópica. El asumir una dimensión profética, es decir, trabajar en ofrecer un futuro deseable, una utopía por la que luchar, de modo de fortalecer el optimismo de la voluntad, la vocación transformadora de nuestros pueblos; el pensamiento nacional latinoamericano debe recuperar una dimensión profética. No alcanza con analizar la dependencia, las causas de nuestro atraso, los mecanismos del poder, sino que necesitamos ofrecer un futuro deseable, una utopía por la que luchar. Se trata de colaborar como parte de un pueblo en su proceso de emancipación, no por fuera de él, en la elucidación de ese porvenir. Hay una responsabilidad allí para los intelectuales. Hoy somos muy buenos para el análisis crítico de la realidad. Pero si nos quedamos allí, quedamos en un pesimismo de la inteligencia, con el riesgo que contribuya al pesimismo de la voluntad. Por eso, el pensamiento nacional latinoamericano debe comprometerse tanto con el análisis riguroso como con la construcción del optimismo de la acción transformadora. Sin lo cual, los pueblos no vencen
  6. Trasvasamiento y diálogo intergeneracional, lo que implica para los jóvenes pensadores abandonar el lugar de comentadores y asumir plenamente el mandato de la creación original; la importancia del trasvasamiento generacional. Se viene observando la maduración intelectual de quienes crecimos en los noventa y nos formamos políticamente en las primeras décadas del 2000. Somos hijos de esa última oleada transformadora. Mientras que la generación anterior de referencia aquella formada en los setenta transita sus últimos años de actividad. Siguiendo su legado, la nueva generación intelectual debe comenzar su propio camino. No podemos vivir de las glorias del pasado: es momento de hacerse cargo, abandonar el lugar de comentadores y asumir plenamente el mandato de la creación original. Cabe aclarar que el trasvasamiento implica, a su vez, fecundo diálogo intergeneracional. Todavía quedan elementos por transmitir y fortalecer en una nueva camada de pensadores y pensadoras. En particular, es preciso reforzar la perspectiva antiimperialista como eje ordenador de las discusiones; dimensión evidente al pensamiento nacional de décadas pasadas, pero permanentemente socavada por las corrientes intelectuales de moda (léase, del norte global). 
  7. Pensar en grande, salir de la posición defensiva y proponerse impactar a todo nivel y escala, proyectando iniciativas cada vez mayores y explorando los nuevos formatos estéticos (podcast, contenido audiovisual, imágenes, etc.). Desde los años ochenta, el discurso globalista y neoliberal ha permeado en la sociedad de un modo capilar. Los medios de comunicación y, más recientemente, la masificación de la internet y las redes sociales fueron sus vehículos privilegiados. Frente a ello, el pensamiento nacional quedó en una posición defensiva. Pero sobrevivió y, ahora que el mundo está virando hacia un escenario multipolar, vuelven a darse condiciones para que resurja con fuerza. Por eso, en esta etapa, hay que proponerse impactar a todo nivel y escala, proyectando iniciativas cada vez mayores. Además, tenemos que ampliar los campos de producción intelectual hacia los nuevos formatos estéticos (podcast, contenido audiovisual, imágenes, etc.). No se trata de reemplazar el libro, la revista y la charla, sino de complementarlos en busca de alcanzar otros públicos.
  8. Unidad en la diversidad, recuperando el valor de la polémica y el contrapunto, sin miedo a las diferencias, pero cuidándonos del divisionismo, los difamadores y sembradores de desconfianza. No debemos tener miedo a las diferencias y a las discusiones. Por el contrario, bienvenidas sean. Donde se polemiza, hay vida intelectual; donde se consensua superficialmente, habita el silencio de los cementerios. El gusto al contrapunto siempre anidó en el pensamiento nacional. Dicho esto, hay que enfatizar, al mismo tiempo y cuantas veces sea necesario, el valor primordial de la unidad. Unidad en la diversidad, pero ¡unidad al fin! Por ende, antes que miedo a las diferencias, debemos tener miedo al divisionismo. Aislamiento y fragmentación son iguales a derrota y marginalidad. Mantenernos unidos no es sinónimo de mayor impacto, pero seguro es condición para ello. Por eso debemos cuidar los espacios colectivos de calumniadores, pájaros de mal agüero y multiplicadores de rencillas. 
  9. Delimitar claramente la relación con lo académico, reconociendo la complejidad del vínculo entre pensamiento nacional y universidad, de modo de aprovechar su potencialidad y evitar las derivas academicistas. En sus orígenes el pensamiento nacional se desarrollaba mayormente por fuera de las universidades. Hoy es un dato de la realidad que tendió a adoptar los estándares académicos, sea en busca de validación, como refugio o por mera mímesis con el modelo dominante de producción intelectual en la pos dictadura. Lo cual tiene aspectos positivos y varios riesgos. Entre los primeros, las metodologías científicas pueden contribuir a dotar al pensamiento nacional latinoamericano de mayor robustez. Asimismo, puede legitimarse mediante los mecanismos de validación académicos. Los peligros, a su vez, son muy importantes. Por un lado, asumirse como una variante más dentro de las innumerables subdisciplinas que se multiplican en las casas de altos estudios. Nada más lejos del espíritu del pensamiento nacional que volverse una especialidad académica. Por otro lado, adoptar la perspectiva aséptica, descomprometida, del modo de producir conocimiento en las universidades. Por último, reproducir el monólogo académico entre pares, descuidando el diálogo con la sociedad como destinataria primordial del pensamiento nacional. En síntesis, clarificar estas complejidades puede servirnos para aprovechar aquello positivo, pero cuidando de eludir las derivas academicistas.
  10. Puentes hacia otros sectores sociales, incluyendo todas las manifestaciones de la vida orgánica de un pueblo. De especial importancia es ir hacia las organizaciones sociales y sindicatos, entendidos como institucionalizaciones del poder popular. Pero también más allá, hacia todas las manifestaciones de la vida orgánica de la sociedad, tales como iglesias, empresariado nacional, fuerzas armadas y de seguridad, asociaciones profesionales, comunidad científico-tecnológica, poderes del Estado, partidos políticos y medios de comunicación. El pensamiento nacional latinoamericano se valida académicamente, pero sobre todo en su aporte intelectual concreto en relación con alguno de los distintos componentes de nuestro país y la región. El objetivo general es volver transversal una forma de comprender la situación nacional y regional y ampliar la imaginación respecto a los futuros posibles y los medios para alcanzarlo. Esto debe traducirse a su vez en cada sector en relación con sus realidades y desafíos particulares.  
  11. Primero, la patria. Ser consecuentes, ante todo, con el país, manteniendo siempre presente el principio que indica “primero, la patria, luego, el movimiento, por último, los hombres”; esto implica para los pensadores nacionales no reproducir lógicas facciosas ni personalistas, priorizar el sentido nacional atravesando los tabicamientos construidos por sellos, tradiciones o liderazgos, y asumir la incomodidad de estar a la intemperie con la íntima convicción de que es el único camino posible para regenerar al movimiento nacional;
  12. Buscar el reconocimiento del pueblo trabajador, así como de ese vasto entramado social que componen las fuerzas nacionales, y no los oropeles de la academia, ni del poder o el dinero. El pensador nacional aspira y dedica sus energías a recorrer la Argentina y la patria grande en sus distintos estamentos con su prédica y, sobre todo, sale del confort de las universidades, sus revistas y congresos y se adentra en la realidad y sus volcanes, siendo su mayor premio el avance en la conciencia nacional latinoamericana;
  13. Actitud de servicio. Responder a las batallas intelectuales donde se presente la necesidad de los máximos esfuerzos mentales, lo que implica ser dúctiles, flexibles, y brindar nuestra fuerza de trabajo como un servicio en función de las peleas centrales que reconocemos en cada etapa o a partir de la demanda concreta de actores sociales (exactamente lo contrario a la hiperespecialización del investigador académico que define sus temas de trabajo en la torre de marfil); con el cuidado de no caer en el coyunturalismo permanente, ya que no se trata de eso, sino de identificar temas cruciales donde el aporte analítico de un pensador nacional puede hacer la diferencia;
  14. Primacía de lo real. Ser coherentes con un método crítico de pensamiento que implique partir de la observación de lo real, para luego ir a lo abstracto, y no pretender la deducción y aplicación de esquemas prefabricados; lo que no supone rechazar la teoría, sino reconocer, como hicieron desde Marx a Francisco, la primacía de lo concreto, y otorgar un papel epistemológico a la experiencia y al saber popular expresado en el buen sentido, como punto de apoyo para cuestionar las zonceras de ayer y de hoy. En otras palabras, cuidado con los ideologismos y los deductivismos, priorizar la reflexión desde la prácticas, la vida, la historia, la observación, el diálogo.  
  15. Adecuar el estilo de comunicación. Desarrollar un vocabulario y un formato acorde al destinatario que nos proponemos, y en lo posible que busque llegar a públicos amplios; nuestra época se diferencia de la de hace medio siglo en que hemos perdido la mayoría social y, si Jauretche se preocupaba por poder ser leído por la mayor cantidad de gente (haciendo uso del humor, la anécdota, la reiteración, la escritura “oralizada”, el refranero criollo), esa búsqueda es más acuciante hoy en día.  
  16. Aliados de la verdad. El deterioro general del movimiento nacional se expresa también en el menoscabo en la calidad de su pensamiento. En una etapa de la historia donde proliferan al infinito los emisores y la competencia por audiencia adquiere los rasgos del mercado, se corre el riesgo además de buscar imitar las lógicas del espectáculo. Ambos factores conducen a un gran peligro: adoptar la posverdad como bandera. Es decir, elaborar discursos en los cuales no importa la veracidad de lo que se dice o cómo se alcanzó determinada idea, en pos de entrar en la vorágine informativa. Pero es un error: nuestra credibilidad, como fuerzas populares, no se construye del mismo modo que la de los sectores de poder. Si nos presentamos ante la sociedad bajo el lema de la justicia y del bien común, debemos levantar la verdad como insignia. Y nos acercamos a la verdad, cuando trabajamos intelectualmente cuidando la calidad de lo que hacemos. En otras palabras, cuidado con el berretismo. Con audacia y flexibilidad, pero también con método, seriedad, sistematicidad y rigurosidad.
  17. Multipolaridad del pensamiento. Más allá de Occidente, hay vida. Y, de hecho, vida social que padece muchos de nuestros mismos problemas derivados de la condición periférica y dependiente. No obstante llenarnos la boca hablando de la integración sur-sur, la verdad es que desconocemos prácticamente todo en materia intelectual de Asia, África, Oceanía y Europa Oriental. Seguimos presos y reproducimos el occidentalocentrismo como una especie de monocultivo de ideas. En los años sesenta y setenta, con dificultades operativas mucho mayores por tratarse de una época pre-digital, los pensadores nacionales y latinoamericanos lograron un fluido intercambio tricontinental. Hoy con las facilidades tecnológicas que tenemos nos encontramos reducidos a un ámbito mucho más restringido. Tenemos mucho para nutrirnos de las experiencias del sur global, no como folclorismos o cuestiones pintorescas, sino como ideas novedosas que pueden enriquecer la savia de nuestro pensamiento.
  18. Integralidad. Ninguna área del quehacer intelectual o cultural debe quedar fuera del alcance del pensamiento nacional. La historia de las ideas, la filosofía y los debates historiográficos han tendido a concentrar la atención de las anteriores generaciones. Es preciso ampliar la agenda hacia áreas tan disímiles como la teología, la salud, la tecnología, la producción o el ambiente. Estos temas y otros, por supuesto, tienen tradiciones locales que los han trabajado previamente. Pero predomina la fragmentación y el desconocimiento mutuo. Necesitamos integrarnos en un debate amplio y transversal en que dialoguen unas con otras las distintas problemáticas y tradiciones.
  19. Trabajar en comunidad. Uno de los objetivos de todo movimiento popular es la construcción de lo colectivo. Como contrapunto a una matriz liberal de sociedad, construida a partir de la suma de individuos egoístas y autosuficientes, lo nacional-popular entiende a lo social como ámbito necesario de realización humana. Los intelectuales, como ideólogos del movimiento, tienen a difundir lemas como el de la comunidad organizada. Sin embargo, muchas veces, en su práctica concreta actúan como individuos aislados, que se realizan en su carrera personal y privilegian el reconocimiento individual ante todo. Esta incongruencia tiene consecuencias, entre otras, en la validez de su voz y en el tenor de sus preocupaciones. Quien no se organiza colectivamente no conoce las dificultades y lógicas que se derivan de ello, y muchas veces actúan como francotiradores, sin asumir responsabilidad sobre sus dichos. Por eso, necesitamos que los pensadores nacionales se organicen colectivamente, construyan a su vez comunidad. Eso además de dar más fuerza a su labor, permitirá desarrollar la responsabilidad frente al colectivo y demostrar que, efectivamente, importa más el avance colectivo que el éxito individual. 
  20. Interpelante. El pensamiento nacional latinoamericano debe ser un detonador que activa cargas explosivas que anidan en la sociedad y en el corazón de las personas. No es el sujeto protagónico de las transformaciones sociales, sino que busca, como un fulminante, provocar reflexiones, acciones, conversiones y conspiraciones. Interpelar es la consigna. Si una idea nos deja indemnes, no nos provoca nada, no está siendo un pensamiento crítico. En los efectos se mide la potencia. Lo que no implica apelar a las emociones de modo propagandístico ni mucho menos ser apologéticos. Ante todo, debemos interpelarnos a nosotros mismos, al pensamiento y al movimiento nacional. Incomodar hacia adentro y hacia afuera. No por el placer del juego verbal, sino poniendo el cuerpo detrás de las palabras, haciéndonos cargo de lo que decimos, siendo coherentes en nuestra vida con ello.

Estas veinte claves fueron expuestas en el panel de apertura del 2do Congreso del Pensamiento Nacional Latinoamericano. En el siguiente enlace pueden verlas en video.

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