Lo viste primero en Crónica, pero pasó antes en Asendog

  • Imagen

Lo viste primero en Crónica, pero pasó antes en Asendog

14 Febrero 2021

Por Norman Petrich | Ilustración: Leo Olivera

Uno cree que el éxito en el horario central de las historias policiales más bizarras coincidió con la aparición del canal Crónica. Para los habitantes de Asendog eso no es del todo correcto. Es más, ellos aseguran que el lema que tiene este canal de “firme junto al pueblo”, oculta un reconocimiento al estilo esgrimido por los lugareños que los directivos reprodujeron y marcó realmente un antes y un después en la concepción del relato policial, pero que en realidad es una copia a lo acontecido en el pueblo en una época en que recién hacía su aparición la televisión. 

Siempre dentro de los márgenes de la ley

“En este pueblo nunca pasa nada”, sabían quejarse los asendogenses, hasta que pasó. Y pasó todo junto en una semana, a tal punto que la gente la recuerda como “la semana en que se dio vuelta la torta”.

La ola de hechos delictivos puede revisarse siguiendo los asientos de entrada y salida de detenidos en los libros de la comisaría de Asendog. El escudo de la policía reza “la primera en estar a su servicio y por mucho tiempo la única. Resígnese”. Por lo largo de la frase usted sospechará que no es un escudo que pasa fácilmente desapercibido.

El primer hecho está caratulado como intento de robo y resistencia al arresto. Lo que no cuenta semejante título es la historia misma: tres individuos de poca experiencia en el tema, algunos dicen que provenían de Rosario, otros que lo hacían de la capital; intentaron saquear la casa del ingeniero Tuella, aprovechando que este se encontraba de vacaciones fuera del pueblo. Los que no se encontraban de vacaciones eran los dos perros doberman pertenecientes al ingeniero quienes repelieron el intento de los ladrones a “dentelladas limpias”. Todos mordidos y asustados, intentaron robar un vehículo para utilizarlo como medio de escape, con tanta mala suerte que el único a la vista en varias cuadras era el viejo valiant del mecánico Federico Struzz. El coche, aunque se encontraba con las llaves colocadas en el encendido, no lo hacía sino a través de un casero ensamble de cables inventado por el propio Struzz. Insultando en todos los idiomas conocidos, los ladrones lo empujaron por varias cuadras tratando de encenderlo pero fue en vano. En ese instante, un vecino despertado por los gritos, reconoció el valiant de Struzz y no a los individuos que lo remolcaban, por lo cual dio aviso a la policía. Estos llegaron inmediatamente, pero en el apuro y por la falta de costumbre se olvidaron de cargar las armas al salir de la comisaría. Fue así, que tras dar la voz de alto, tuvieron que guarecerse y esperar que los delincuentes vaciaran sus cargadores y se rindieran más por fastidio al mal día sufrido que a la acción policial propiamente dicha.

Al día siguiente, la comisaría recibió una segunda denuncia de robo. El objeto secuestrado, un cerdo. Lo curioso en este caso fue la respuesta del ratero quien, al ser detenido, confesó ser el autor del hecho delictivo pero se defendió acusando al chancho de haberlo inducido a secuestrarlo bajo poderes paranormales. Los caminos investigativos son extraños y más aun en Asendog. Y si no, pregúntenselo a Eduardo Webber (el damnificado) quien, anoticiado de la captura del ladrón y la recuperación del animal, no podía entender como el sospechoso lo saludó en forma amistosa dos cuadras antes de la comisaría y cuando ingresó en el edificio se encontró con que el cerdo estaba preso en el calabozo.

Si bien la institución policial asendogense nunca debió enfrentar amotinamientos y fugas como los que la imagen televisiva acerca desde otras ciudades, el tercer caso de esta semana rara en la vida del pueblo, tiene algo que ver con eso. En esa ocasión, el comisario José Amado Gutiérrez encontró interrumpido su sueño nocturno (él prefiere llamarlo guardia nocturna) por una bulliciosa protesta de una docena de personas, quienes pedían la liberación del "Toco" Peña.

La razón por la cual Peña se encontraba detenido era la de haberse pasado con la bebida (algo normal en Asendog) y alterado el orden público ofreciendo un discurso político a viva voz, en medio de la plaza del pueblo y a un grupo de borrachos que lo vitoreaban sin cesar. Que el "Toco" estuviera preso parecía demasiado, teniendo en cuenta la sed de popularidad que lo domina y los métodos que usa para apagarla.

Para llegar a comprender, comenzaré narrándoles como están asentadas las instituciones en Asendog. El centro del pueblo lo marca la plaza Bodo Asendog, homenaje al fundador de la localidad. Al sur de la plaza se encuentran los barrios pobres y, al norte, los ricos. Alrededor de la plaza y en forma consecutiva se hallan el bar del Botija, la Iglesia, la vieja municipalidad y la comisaría. Si a esto le agregamos que Peña pregonaba su discurso a las cuatro de la mañana no creo que haga falta más para entender las razones de su rápida detención.

Eso no quita que la protesta no haya tomado por sorpresa a Gutiérrez (José por el padre, Gutiérrez por el abuelo y Amado por pocos, saben decir las malas lenguas). Pero la misma se disipó cuando pudo observar la cara de los manifestantes y descubrió que eran los habitúes de Zodíaco, con el "Botija" a la cabeza. Estos exigían la inmediata liberación del Toco pues en el bar no había quedado nadie que pagara rondas gratis de bebidas como él lo sabía hacer. Esa noche la policía asendogense batió récord de detenidos, el cual no ha sido superado ni por los borrachos que son rescatados de las cunetas a la salida de los bailes.

El suceso más curioso de esta saga está relacionado con la llegada al pueblo del Gran Circo Teatro Bohemio. La majestuosidad de este circo no era mucha, más los mitos que dejó en la memoria de los asendogenses son muy interesantes. Una de esas leyendas se nutre en la desaparición de los gatos callejeros, sin alguna razón aparente para esos tiempos. Cuenta "Kachaka" Salomé (hermano del "Petiso", primo del "Panza") que se habían formado cuadrillas de pibes en búsqueda de estos pobres animalitos y, cuando atrapaban uno, lo canjeaban con el dueño del circo por entradas, un pancho y una coca. Los dueños del circo negaron esta versión, poniendo cara de amar a los gatos, pero todos en el pueblo aseguraban que eran arrojados vivos a la jaula de los leones, como cena. A los chicos no les importaba, los pobladores se vieron aliviados por un tiempo de tener que soportar a esta plaga maulladora y los leones se acostumbraron a la presencia de los gatitos en la jaula, ya que nunca hicieron acto alguno que les significara realizar un gran esfuerzo en todo el tiempo que llevaban en el circo, y cazar a los pequeños felinos lo era. Es más, el domador se jactaba de meter la cabeza en la boca de los leones y uno podía ver a simple vista que, de tan viejos, ya no les quedaban dientes.

Sin embargo, la gran estrella del Circo Teatro Bohemio era el mago Alacamán, famoso por realizar dos actos de desapariciones en la función más recordada en toda la historia de Asendog. El primer acto consistió en la adivinanza, por parte del mago, del color de la ropa interior del juez de paz (presente en el público); la desaparición de dicha prenda del cuerpo de esta persona y la reaparición sobre su galera mágica. El segundo acto fue el desaparecer de la furia del juez de paz y de la persecución de toda la guarnición policial. Dicha persecución no duró mucho tiempo ya que a las tres o cuatro cuadras de haberse iniciado, los neumáticos traseros del patrullero se quedaron sin aire y a las cinco cuadras fueron los guardianes de la ley y del orden quienes sufrieron la misma falta.

Pero el día más ajetreado para los oficiales de la ley fue el del incendio de la estación de combustible. La negligencia de uno de los empleados provocó una explosión de gigantescas proporciones. El incendio, más que asustar a los asendogenses, los sedujo. Se arrimaban desde todos los barrios sin importarles el peligro, inclusive traían sillones para poder observar el espectáculo con mayor comodidad. Tal magnitud tomó la situación que los policías abandonaron la infructuosa tarea de convencer a los pobladores de regresar a sus casas y se dedicaron a poner puestos de comida rápida, convirtiendo al evento en el de mayor  rentabilidad en la historia policial.

Aseguran las malas lenguas que si los bomberos tardaron cinco días en apagar el incendio fue porque la institución que nos sirve y nos protege echaba disimuladamente leña al fuego, para poder recaudar grandes cantidades de dinero. Como siempre sucede con las malas lenguas, nunca se pudo comprobar nada.

Así acabó la semana en que se dio vuelta la torta. Y los asendogenses siguen pensando que en el pueblo nunca pasa nada. Pero ahora agregan por lo bajo que, cuando sucede, hay que alquilar balcones para verlo.