Previemos

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Previemos

12 Julio 2014

Por Diego Kenis

Antes que nada, convendría decir que pensar el Mundial no es un ejercicio de pereza intelectual o de desinterés político. Sólo si estuviéramos resignados a dejarle el fútbol a los poderosos, y a censurar nuestra propia reflexión, podríamos clausurar su observación aduciendo que mientras el mundo habla de una pelota el pueblo palestino padece crueldades que no admiten otro nombre que el de genocidio.

Cerrarlo allí, en el fuera de juego de lo excluyente, sería perdernos la incorporación de un sinnúmero de sensaciones, valores y miserias que necesariamente conlleva una competencia deportiva que es, a la vez, un gigantesco negocio, una pasión de multitudes, una suma de injusticias y, en el estricto verde césped, un juego humano y colectivo donde veintidós personas tratan de aportar su individualidad a un equipo en busca de un resultado, aciertan y cometen errores, juegan con o contra la historia y al salir del terreno hacen declaraciones que hablan de su alma y sus orígenes. Para resumirlo: el fútbol, como todo pero especialmente, es otro casillero de disputa ética y política. Recuperando la esencia del juego se puede llegar mejor al cuestionamiento de los poderosos. Como ha dicho el mejor jugador que ha existido, son dueños de la pelota sin haber pateado una nunca.

 

Periodismo de la agresión

Las increíbles contradicciones de cronistas y comentaristas domésticos, puestas a la luz del resultado de Semifinales, no dejan de asombrar. Un común denominador las iguala: la crítica de ayer fue expuesta con agresividad, en términos hirientes que excedían el análisis futbolístico para meterse en una asignación de mala consciencia ética o patria hacia las personas de jugadores y entrenadores. Y esa agresividad es hermana de la generalización y la futurología, de allí que derive en contradicciones y panquequismo.

Se comprende en el hincha, que late con un partido. En la frialdad profesional, sólo se entiende porque la tecnología parece haber vedado la posibilidad del silencio. Algo hay que decir, todo el tiempo. Y la (mala) costumbre lleva a la generalización, que obstruye la riqueza. Como en otros ámbitos, se concluye en la sensación térmica. Si Higuaín no la tocó, no se observan las causas por las que no la tocó para ver si eso obedece a una mala tarde, al poco abastecimiento o a una buena marcación que lo haya llevado, sin embargo, a arrastrar tres defensores y, matemática pura, dejar libre a dos compañeros y menos poblado otro sector del campo. Y más aún: tampoco se dice que jugó mal. Se generaliza y se dice que no sirve, que no se adapta, que no siente la camiseta y que, por extensión, el entrenador también es un inservible. Supuestos escándalos e internas contribuirán al engorde de las crónicas.

Esa construcción es muy perjudicial: si el resultado es malo, esa manera de enunciar parecerá profética y se extenderá; si el resultado es bueno, la obsecuencia pretenderá reemplazar lo anterior. En el camino, se pierde lo más lindo. Hablar de fútbol, acaso el único espectáculo que en este mundo de adicción a lo urgente y este tiempo del demencialmente individual whatsapp nos compromete de antemano a compartir noventa minutos con los ojos puestos en lo mismo.

 

Igualdad no es Justicia

Algún diario tituló: "Valdano comparó a Messi y Diego". Es mentira. La pregunta existió, pero el ex delantero dijo expresamente que huye de las comparaciones "como de la peste" y que la suerte es la de tener a dos genios grandísimos con la camiseta argentina. También dijo que la comparación era en alguna medida inevitable y que "el país entero hace esa asociación". Ambas afirmaciones no son contradictorias entre sí, porque Valdano reniega de la comparación pero no de la asociación y el punto es no caer en la trampa de lo excluyente.

Creo que era Roland Barthes (y si no lo era, poco importa) quien decía que el problema de la noción de justicia, cuando queda librada al instinto inmediato o al prejuicio, consistía en partir del signo Igual (=) como premisa omnipresente y convertir toda situación en una balanza que, para dejar tranquila a la sensibilidad, debe quedar nivelada. La arquetípica venganza, o el Código del Hammurabi, son el primer ejemplo. Eso encierra una tendencia, la de medirlo todo y, peor aún, de modo comparativo y excluyente. La ecuación necesita un término a cada lado del signo Igual. Quizá el paso del tiempo, maldito invento, no ayuda, pero tendemos a comparar con idea de exclusión y no de complementación, lo que nos cierra a un disfrute y nos pone ante un martirio electoral sin sentido.

No está mal asociar, pero -al menos en lo futbolístico- comparar a los fines de una elección no pasa de una toma de partido estética o folclórica. No siempre es necesario elegir (y desechar). Lamentablemente, Maradona y Messi no son contemporáneos en una cancha, si lo fueran jugarían ambos y el ejercicio de pensar a quién elegiríamos primero en un picado es un reto inútil, porque en el potrero elegirían ellos.

 

Palabras para crear

Metáfora de una guerra plasmada en juego, como el ajedrez, en el fútbol un arco se conquista, un campo se puebla o invade, a un rival se lo ataca. Hablamos, todos, e incluso lo hace la gente de mayor capacidad de análisis (como Marcelo Bielsa), un lenguaje que no se despega de eso: atacar, agredir, lastimar, ofender (por lo ofensivo). Palabras sin connotación negativa en este contexto, pero que provienen de otros ámbitos más terribles, y tendríamos que pensar en gambetear.

El comentario periodístico e institucional del fútbol (recordemos aquello de la “muerte súbita” para definir al gol decisivo del alargue) ensanchan ese discurso. Que no es sólo bélico, sino también industrial: el diario El País de España, arquetipo de Manual de Estilo, llama "no utilizados" a los jugadores suplentes que no ingresaron. Por eso fue un gusto escuchar a Messi tras el partido de Octavos ante Suiza, hablando de "crear". Así de simple.

Suele subestimarse su capacidad oratoria, pero las apariencias engañan y el habla dice más de la sensibilidad que de la riqueza académica. Y ya se sabe que las emociones construyen mejor a un artista que un diploma. Busqué al azar otras declaraciones suyas tras otros partidos, y noté que por lo general evita esas palabras guerreras tan usadas: prefiere "convertir", "merecer", "ocasiones de gol", "ir a buscar".

Emerge una vieja pregunta: ¿las palabras definen/ relatan la realidad, o la crean?

 

El sueño del pibe

Verle una expresión en el rostro a Messi no es tan común, y fácil es adjudicarle apatía o reclamarle que no llora cuando se canta el Himno. Por eso el festejo del equipo el miércoles en que Argentina se clasificó para la Final se queda a vivir en las retinas. Las sonrisas, los llantos, las explosiones de alegría. La connotación simbólica del Mundial nos iguala: a ellos, que son superestrellas, están deportivamente consagrados, tienen su economía resuelta, y a todos los que carecemos de medallas e idolatría y contamos mes a mes el mango. El sueño del pibe es el sueño del pibe. Allí es donde Maradona sigue jugando: cara a cara con la postal del Diez (nota perfecta, desde primer grado) levantando la copa, no hay quien no ponga lo más genuino de su ser por encima de cualquier cosa, sin que nada más importe. Todos quisimos ser él, y los veintitrés albicelestes de este 2014 están a las puertas del sueño, y lo saben. Lo resumió muy bien Mascherano, que hace rato evidencia que entiende la vida tan bien como el fútbol: dijo que hay que disfrutar el momento del tránsito, “porque esto pasa una sola vez en la vida”, y antes de que la meta se convierta en recuerdo, en leyenda, en foto para el sueño de los pibes que están viniendo.