Bolivia: simulacro de transición

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Bolivia: simulacro de transición

31 Enero 2020

Por Ernesto Picco (publicado originalmente en el portal https://subidadelinea.com/

Foto: Paula Conti

Un cineclub y un consejero presidencial aparecen en la superficie de la renovada presencia subterránea de Estados Unidos en Bolivia. Los intereses extranjeros aprovechan divisiones culturales y religiosas para orientar el futuro político de un país donde se ha fortalecido la derecha colonial y señorial. Seis fuerzas políticas competirán en las elecciones del próximo 3 de mayo. La presidenta Jeanine Áñez dice liderar la transición, pero apuesta a su propia continuidad. 

Un aviso en la contratapa del diario estatal Bolivia del lunes 20 de enero decía: “Dentro del ciclo de Cine Movie Nights, organizado por la embajada de E.E.U.U., mañana a las 19 se proyectará en la Cinemateca Boliviana la película Star Wars: Rogue One. La entrada es gratuita”. Estados Unidos no tiene embajador en Bolivia desde 2008, cuando Evo Morales expulsó a Phillip Goldberg después de comprobar que ese año había conspirado junto a líderes opositores durante la crisis separatista en que los departamentos de la media luna oriental  amenazaban con dividirse y formar otro país. Ahora, tres meses después del golpe de estado que derrocó a Evo Morales, rápida y amigablemente, la embajada organizaba un cineclub. 

Tenía que ver qué pasaba ahí. Así que al día siguiente me puse una remera de Star Wars para pasar desapercibido y a las seis y media de la tarde llegué a la Cinemateca. No tanto para ver la película, sino todo lo demás. ¿Qué significaban esas actividades de Estados Unidos en el nuevo escenario político boliviano? 

La Cinemateca está en el barrio de San Jorge, la zona financiera y residencial donde vive la alta burguesía de la ciudad. Es la pequeña zona rica de una ciudad visiblemente pobre. A las seis y media de la tarde del martes, la fila para la función llegaba hasta la vereda. Entraba zigzagueando a un amplio hall con carteles de películas bolivianas, bajaba por una ancha escalera de trece peldaños y de ahí recorría cinco metros más hasta la boletería. Había jóvenes, parejas y familias con niños. Una rubia de anteojos y rodete, pollera corta y tacos aguja iba de punta a punta de la fila hablando por su celular. Cuando pasó a mi lado le escuché el aparatoso acento yanqui. Sonaba preocupada. 

El recorrido de la fila tenía tres paradas. En la primera te daban la entrada, en la segunda pocholo y gaseosa gratis, y en la tercera un almanaque azul brillante del tamaño de un póster que decía “2020: Diversidad”. En el centro tenía entrelazadas las banderas de Bolivia y Estados Unidos. 

Una vez que llenamos la sala, un flaco alto de barba candado y traje se paró frente a la pantalla en blanco. Tenía un sable láser de juguete en una mano y un micrófono en la otra. Se presentó con el acento aparatoso, casi caricaturesco:  

– Buenas noches, soy Luke Ortega, agregado cultural de la Embajada de los Estados Unidos. Es un placer poder apoyar esta noche de cinema y poder compartir un poco de lo que es la cultura norteamericana a través de las películas. Esta película es interesante porque son personas sin poder y desconocidas que tienen un gran impacto en la historia. Es mi favorita. 

Dejaba un microsegundo entre palabra y palabra en español. Hizo una pausa un poco más larga antes de la declaración final, y lanzó: 

– Por último sólo quería decirles que Estados Unidos tiene una profunda admiración por el pueblo boliviano, por su cultura y su democracia. 

En la sala estallaron los aplausos de toda la gente. 

Mientras se apagaban las luces y Luke Ortega bajaba del escenario, a mí me puso la piel de gallina.

Dos horas después, cuando terminó la función, salieron todos contentos, abrazados a sus almanaques con las banderas de Bolivia y Estados Unidos. Ya era de noche y faltaban apenas unas horas para el 22 de enero, una fecha patria que se anticipaba igualmente incómoda para el gobierno de la presidenta Jeanine Áñez y para los dirigentes del MAS que habían pasado a la retaguardia. 

***

La Paz es una ciudad oscura. Caótica. La capital política de Bolivia, sede del Poder Ejecutivo y Legislativo – el Judicial está en Sucre – es la metrópoli más alta del mundo, a 3.600 metros sobre el nivel del mar. Las nubes se le vienen encima, como una densa frazada gris. Llueve todo el verano. La temperatura rara vez pasa los dieciocho grados y todos los días la mínima puede llegar a los cinco o seis. Metida en un cráter entre las montañas del altiplano, tiene el cielo surcado por el novísimo cableado del teleférico que inauguró Evo Morales en 2014.  Una flota de 700 cabinas vidriadas con lugar para seis personas cada una, que se deslizan gráciles y silenciosas a seis metros por segundo. Una tras otra, con la misma lógica de una red de subte, organizadas en diez líneas de diferentes colores que pueden recorrerse haciendo combinaciones para llegar a distintos puntos de La Paz o la vecina ciudad de El Alto. El servicio es el único toque futurista que tiene una ciudad antigua y mal envejecida. Permite evitar el desmadre que hay a ras del suelo, donde es imposible no andar a los tumbos: las calles suben, bajan y se cruzan sin lógica aparente. 750.000 paceños y un número incalculable de turistas inundan la ciudad donde casi no hay caminos planos. Son de piedra gris o asfalto bacheado. Casi no se ven autos particulares. Pasan taxis destartalados y combis, que en el vidrio delantero tienen pegados letreros de cartulina superpuestos con los trayectos y destinos. Los choferes van anunciándolos a los gritos con la cabeza saliendo por la ventanilla y los pasajeros se meten de un salto con la combi en movimiento. Los vehículos suben y bajan como un torrente, que en las esquinas se mezclan con los que vienen de las demás calles y hacen émbolos de autos, combis y colectivos atorados y apuntando en todas direcciones. Pasa el que se anima. Las veredas angostas huelen a fritura y sobaco. En el paisaje ocre de los edificios y negocios, sólo la alpaca le da algo de brillo al paisaje. Gorros de alpaca. Guantes de alpaca. Bolsos de alpaca. Ponchos de alpaca. La lana gruesa y tibia, teñida de naranjas, rojos, rosas, amarillos, verdes. Todo a la venta sobre las paredes marrones o mostaza, o de blanco descascarado y viejo. Los transeúntes pasan esquivando las cholas con sus vestidos de caderas anchas y sus trenzas hasta la cintura. Ellas van lento, o están sentadas inmóviles en las veredas y en los zaguanes húmedos vendiendo frutas, pollos o artesanías. Todos en la calle tienen piel de chocolate o café con leche, curtida y áspera. Los rasgos asiáticos. Las palabras escurridizas y siseantes. La mirada baja.

Caótica, vieja y lluviosa, La Paz resulta encantadora. 

Recorriendo 850 kilómetros al oriente, después de descender tres mil kilómetros de altitud, está Santa Cruz. Una ciudad plana, más limpia y ordenada. Su traza está compuesta por doce anillos concéntricos, aunque en los mapas sólo aparecen los primeros cuatro. Los otros ocho son parte de una acelerada expansión de parques empresariales e industriales y proyectos de vivienda, resultado de un veloz proceso de migración interna y de países como Argentina, Brasil y Uruguay. A mediados del siglo XX la ciudad tenía 40.000 habitantes y hoy es un monstruo fuera de control que supera los dos millones y hace más de una década quiere separarse de Bolivia. 

El calor del verano roza los cuarenta grados, el sol encandila y la humedad se pegotea en el cuerpo. Caminar por las calles de Santa Cruz puede llevar al atontamiento. Quizás por eso la gente anda más lento, aunque simule ir más relajada y resuelta. Los varones y mujeres son un poco más altos y coquetos que en La Paz. Mantienen los rasgos andinos. Más adentro, en los dos primeros anillos, la ciudad tiene ínfulas de otra cosa. En las calles anchas de casas y edificios bajos hay una ostentosa diversidad de autos y camionetas caras, que igual conviven con taxis destartalados y las combis, aunque son menos y sin el ritmo frenético que llevan en La Paz. Van más despacio y frenan en las esquinas. En las veredas salen ráfagas de desodorante de ambiente y aire acondicionado que expulsan los negocios de ropa de marca o de electrónica. Hay shoppings, galerías y franquicias McDonald´s y Hard Rock, que a los cruceños los hacen sentir que están en otro lado. En los edificios públicos, en las veredas y en los taxis flamea la bandera verde y blanca de Santa Cruz. A veces, la verde amarilla y roja de Bolivia. 

En la vereda de la catedral metropolitana, más adelante en mi viaje, le compré caramelos y le saqué conversación a un vendedor que tenía una camiseta de la Juventus, bajito y de fisonomía aindiada. Me dijo que en Santa Cruz no hay collas. La negación es total. Es verdad que no vi cholas ni wiphalas, la bandera multicolor que representa al Estado Plurinacional y está en los mástiles de todos los edificios públicos de La Paz. Pero por más que se esfuercen por dejar de serlo, los cruceños siguen siendo bolivianos. 

Con eje en la actividad agroindustrial, el sector textil y automotriz, Santa Cruz aporta el 30% del PBI de un país al que desdeña. La Paz, el 27%, con el aporte del turismo, el sector financiero y el comercio. Los cruceños, con lo suyo, se sienten distintos y le tienen fobia al caos, a los olores, a la gente de La Paz.  

La tensión entre las grandes ciudades bolivianas de oriente y occidente es la más conocida afuera del país. Pero no es la única. 

Para el exterior, los catorce años de gobierno de Evo han sido narrados como la historia del primer presidente indígena, que ha sabido aglutinar las demandas populares y gobernar para mejorar la calidad de vida de los que menos tienen en Bolivia. Y en gran medida ha sido así. Pero el poder político del MAS ha estado sostenido por una muy precaria red de alianzas. En estos catorce años se ha sostenido el peso de una clase media racista, cada vez más indignada por el reconocimiento a los indígenas y las denuncias de casos de corrupción del gobierno. 

Pero también hay divisiones raciales y políticas hacia el interior de las treinta y siete etnias que conviven en el país. Hay indígenas que apoyan a Evo, y también los hay opositores y de derecha. Como Soledad Chapetón, la joven alcaldesa de El Alto. De ascendencia aimara, ha logrado seducir a la nueva burguesía comerciante indígena que se ha hecho rica en esa ciudad con la bonanza económica de los últimos años y ve a la vecina ciudad de La Paz – y a los demás bolivianos – desde arriba Geográficamente y en términos de clase.  

También hay profundas divisiones entre los trabajadores. Están los mineros cooperativistas, que a fin de cuenta son empresarios del sector y están hace varios años  enfrentados a Evo Morales. Los mineros asalariados, en general, lo apoyan. 

La cúpula de las fuerzas de seguridad designada por Evo y que le respondía ideológicamente, padecía la desconfianza de las bases, que tenían otra formación y rechazaban muchas de las medidas de gobierno. 

Las iglesias evangélicas se han metido cada vez más en la política para combatir abiertamente el avance al reconocimiento y la expansión de los cultos indígenas, por los que se sienten seriamente amenazados e insultados. 

Evo gobernaba sobre una olla a presión.

Crear un nuevo Estado, nacionalizar los recursos naturales y aliarse estratégicamente con los países del Alba, le granjeó además la enemistad y la presión de los Estados Unidos. Y esto le costó todavía más caro.

Caminando por la plaza San Pedro de La Paz, vi a un guía boliviano hablándole a un grupo de turistas norteamericanos, que seguramente habían llegado atraídos por los paisajes y la cultura. En un inglés a las patadas, el muchacho intentaba explicarles qué está pasando en el país después del golpe. Me quedó la frase que dijo al final: 

– It was a fairy tail that went wrong

La Bolivia de Evo fue un cuento de hadas que terminó mal. 

***

El miércoles 22 de enero se cumplieron catorce años la fundación del Estado Plurinacional de Bolivia, consagrado en la Constitución de 2009. Desde entonces esa fecha es feriado y fiesta. La presidenta Jeanine Áñez debía cumplir la tradición de dar un discurso en la Legislatura, en una fecha que celebra el gobierno que ella, sus adláteres y aliados han demonizado e intentan terminar de borrar. 

A principios de semana Áñez tomó dos decisiones: suspendió la obligación que tenían los medios de transmitir el mensaje presidencial en cadena, y ordenó un despliegue de setenta mil efectivos, entre policías y militares. Salieron pertrechados con armas pesadas y tanquetas por La Paz y distintos puntos estratégicos del país. 

Por otra parte, la autodenominada Resistencia Civil anunció que el 22 saldría a manifestarse a las calles para apoyar al gobierno de transición. La Resistencia está conformada principalmente por jóvenes que apoyan a Áñez, coordinan acciones con la Presidencia y han sido vistos en actos públicos oficiando de seguridad y controlando los accesos. 

La mañana del 22 salí rumbo al centro de La Paz. Algunos comercios, que normalmente permanecían cerrados cada 22 de enero, ahora estaban abiertos. Todo andaba, pero andaba más lento. Como si los paceños caminaran ese día calculando sus pasos, porque podía ocurrir cualquier cosa. 

A medida que me acercaba a Plaza Murillo, donde está la Legislatura y el Palacio Quemado, empezaron a aparecer más policías de negro y militares de verde. Todos con grandes chalecos antibalas, cascos y armas gruesas. Noté que los anuncios de Áñez y La Resistencia habían surtido efecto: ni una pista del MAS en la calle. No hubo movilizaciones, no quedaban pintadas ni carteles en las paredes. Nada. Era como si el partido que había gobernado hasta unas semanas atrás hubiera sido borrado de la escena política. 

Unas horas antes Joaquín Arancibia, coordinador del MAS en La Paz, había confirmado que todos los actos del partido se realizarían en Buenos Aires. Que en La Paz no habría reuniones públicas ni se pondrían pantallas para escuchar el mensaje de Evo desde Argentina, como había anticipado un rumor. Tenían miedo. 

El discurso de la presidenta estaba programado para las once. A las diez y media llegué por la calle Comercio, donde la mayoría de los negocios estaban abiertos, hasta el cruce con Yanacocha, una cuadra antes de la plaza. En la esquina una barricada de hierro y una veintena de militares impedía el paso. Seguí rondando para buscar otro acceso pero en cada bocacalle me encontré el mismo dispositivo. Las ocho manzanas que rodeaban la plaza estaban herméticamente selladas. Sólo pasaban hombres y mujeres de traje con credenciales, de a dos o de a tres. Luego se vieron fotos de pequeños grupos de manifestantes dentro de la plaza. La Resistencia Civil.

Mientras daba vueltas alrededor del perímetro trazado por los militares, prendí la radio de mi teléfono celular. En la radio de la Federación de Cooperativas Mineras hablaba Esmer Larrazabal, representante del Comité Cívico de Achacachi, un pequeño municipio al oeste de La Paz: 

– El proceso de transición ha sido positivo- decía -Se ha logrado la pacificación y el llamado a elecciones. El objetivo es defender la democracia y que nunca más el Movimiento al Socialismo esté en el poder. Son corrupción, soberbia y prepotencia. 

Inmediatamente después, salió por teléfono el pastor Luis Aruquipa, líder de las iglesias evangélicas, que en octubre había convocado a la resistencia civil diciendo que no había que parar hasta que Evo Morales se fuera del gobierno: 

– El mundo espiritual ha cambiado- dijo el pastor al periodista de la radio minera -En el anterior nos sentíamos relegados. Se ha ido el faraón y hemos sacado el altar a la Pachamama. Agradecemos que en estos setenta y dos días ha cambiado la cosmovisión andina por la cosmovisión bíblica.

Mientras bajaba por calle Sanjurjo, rodeando el perímetro militarizado, seguía escuchando las declaraciones del pastor, como si fuera una película en la que cada uno jugaba su papel. Unos en la calle, otros en los medios: 

– Hay cinco millones y medio de evangélicos en Bolivia. Jeanine es cristiana evangélica y su hermano es pastor – seguía Aruquipa en la radio – Está con ella en el palacio. Por otro lado, el MAS mismo está haciendo una limpieza espiritual. Ya no tiene esa brujería que metían en las casas. Hoy vemos una nueva generación, librepensante. A la cabeza está Eva Copa, presidenta del senado que también es miembro de una de las congregaciones. Agradecemos a Dios que hoy estén estas dos mujeres cristianas evangélicas a la cabeza. Este 22 enterramos al faraón con la venida de Cristo el señor.

***

Sin forma de entrar a Plaza Murillo, me metí en un café a la vuelta del Palacio Quemado. La televisión, como si no pasara nada, estaba sintonizada en un canal que pasaba videoclips de clásicos de los 90. Tuve que escuchar el discurso de la presidenta por la radio. 

Pude ver después las fotos y videos de la Legislatura. Vestida con un saco verde sobre una camisa blanca, donde caía la cabellera pintada de rubio, Áñez leyó su mensaje que duró poco más de media hora. La boca y las cejas estiradas largamente hacia los lados de la cara le daban un aire ofidio. 

Áñez dijo que sus tres objetivos principales eran la pacificación, el llamado a elecciones y garantizar la transparencia de los actos de gobierno. Luego enumeró una lista de casos que dijo, eran los más importantes ejemplos de corrupción del gobierno. La malversación de fondos en una planta de amoníaco y en la empresa de telecomunicaciones, y denunció la presencia de falsos médicos cubanos en el país. Agradeció el apoyo a los jóvenes, a las mujeres, a los pueblos indígenas, a los trabajadores y empresarios, a las fuerzas armadas y la policía. A los periodistas. Al final agradeció a su familia y pidió perdón a sus hijos por estar ausente. Hizo como que contenía un llanto. 

Poco después de que terminó el discurso, llegó al café Isabel Villarroel. La conozco porque fue profesora visitante en la Universidad Nacional de Santiago del Estero, donde trabajo. En La Universidad de San Andrés de La Paz, está a cargo de la cátedra de Problemáticas Políticas Contemporáneas. Hablamos del discurso, de lo que pasa en Bolivia y de qué ocurre con el MAS: 

– Quedó claro que a pesar de haber estado catorce años en el poder, el MAS no construyó una estructura orgánica que le permita transitar de la naturaleza de un movimiento a la de un partido en el sentido estricto del término- me explicó Isabel -Tal vez por ello la salida del país de Evo y Álvaro provocó un verdadero vacío de poder, no sólo políticamente, sino también organizativa, social, e ideológicamente. 

Cerca del mediodía, cuando salimos del café, todavía estaban las barricadas, aunque quedaba muy poca gente en la calle. 

Entre los soldados vimos merodear a María Galindo, una conocida periodista radial, psicóloga y activista LGBT de Bolivia. A sus 57 años, con su pelo teñido de verde, la piel blanca, la boca roja, y un grabador como arma, se plantaba sin miedo frente a los hombres de seguridad, intentando ver qué pasaba más allá de ellos. Nos acercamos con Isabel y le preguntamos qué le había parecido el discurso: 

– Ha sido un discurso muy efectivo – asintió Galindo resoplando – Con 34 minutos muy bien utilizados, donde la presidenta se ha metido al país en el bolsillo. No ha malgastado el tiempo. Ha hecho críticas muy puntuales. Por supuesto que es un discurso hipócrita, porque aquí no hay pacificación, no hay democracia ni respeto a los pueblos indígenas. Pero ha manifestado eso con suficiente capacidad y tranquilidad como para convencerte de que así es.  

El jueves 23 el diario Bolivia publicó en tres páginas completas el discurso de la Presidenta. Recién en la página 14, una nota de siete párrafos hablaba de Evo. Citaba al diario Clarín, que marcaba la presencia de Juan Grabois, Raúl Zaffaroni y Pablo Moyano en el acto del club Deportivo Español. Más adelante la nota decía que “Morales, con el rostro visiblemente cansado, emitió un discurso corto de 20 minutos” y que “el ex mandatario desestimó nuevamente el pedido del gobierno de Alberto Fernández de evitar actividades políticas durante su estadía como asilado en la Argentina”. No había imágenes de la gente reunida en el club.

En el acto en Buenos Aires estuvo en primera fila Luis Arce, el candidato a presidente ungido por Evo. El ex ministro de economía, un académico blanco formado en la Universidad de San Andrés, representa los dos logros más importantes del gobierno del MAS entre 2006 y 2019: el crecimiento del PBI de 9 millones a 42 millones de dólares y la reducción de la pobreza del 38 al 15 por ciento. Su compañero de fórmula, David Choquehuanca, aimara, dirigente sindical y ex canciller, conoce y maneja la rosca política en las calles, el campo y los salones. 

Es un binomio estratégicamente pensado por Evo. Pero ni el milagro económico ni el reconocimiento a las comunidades indígenas alcanzan para asegurar un triunfo el 3 de mayo. 

Del otro lado de la balanza, parecen pesar cada vez más las denuncias de corrupción y los escándalos políticos, como el supuesto romance de Evo Morales con la empresaria Gabriela Zapata, beneficiada con contratos estatales, o el asesinato del ministro del interior Rodolfo Illanes durante el conflicto minero en 2016. Y el detonante final: la desconfianza que provocaron los embarrados esfuerzos de Evo por permanecer en el poder, después de desoír la derrota en el referéndum y de ser denunciado por fraude en las elecciones. 

La oposición ha capitalizado estos puntos en contra, pero toda esa tensión magnificada en la calle no era nueva. El gobierno del MAS ha convivido los catorce años de gobierno con ella y resistió al menos tres embates desestabilizadores con pretensiones destituyentes: las movilizaciones en contra de la Asamblea Constituyente en 2006, el golpe cívico-prefectural en 2008 y las movilizaciones separatistas de la región de la medialuna en 2009. 

Los cables filtrados de Wikileaks en 2010 demostraron que en todos ellos estaba involucrada la Embajada de Estados Unidos y las distintas agencias de cooperación como USAID o la National Endowment for Democracy (NAD). 

Un cable confidencial enviado a Washington desde la embajada en La Paz el 30 de agosto de 2007 confirma que a través de estas agencias se canalizaron distintas subvenciones para ayudar – y agitar – a los gobiernos departamentales y los grupos indígenas opuestos a Evo Morales, por montos que superaban los 120 millones de dólares. Otros cientos de cables que salieron a la luz ratifican las reuniones del embajador Goldberg con dirigentes partidarios, sindicales y campesinos, y decenas de informantes bolivianos de las altas esferas que periódicamente reportaban a la embajada. 

El amigable cineclub no fue el único modo en que la embajada siguió operando después del golpe de 2019. El principal asesor que se sumó al equipo de Jeanine Áñez cuando asumió la presidencia fue Erick Foronda, quien fuera durante 25 años encargado de prensa de la embajada norteamericana, hasta momentos previos a la ruptura de las relaciones. Hoy es secretario privado de la presidencia, y se ha ganado el título extraoficial del Rasputín de Jeanine Áñez. Lo que discuten, sólo ellos lo saben.

El martes 21, el mismo día del cineclub, la presidenta había anunciado el acuerdo para el envío de un nuevo embajador estadounidense a La Paz. Además de esto, Áñez tomó otras medidas fuertes como la ruptura de relaciones con Cuba y Venezuela, y otras que se han ganado cierto agrado popular, como la reserva del 10% del presupuesto nacional para políticas sanitarias y la reducción de tarifas de energía de hasta el 50%. Medidas quizás demasiado definitorias para un supuesto gobierno de transición.

El viernes 24 de enero, fecha límite para la inscripción de frentes y alianzas, Áñez anunció formalmente su candidatura, que había desestimado algunas semanas atrás. Ese mismo viernes renunció la ministra de comunicaciones, Roxana Lizárraga, descontenta con la decisión de la presidenta. El domingo 26 la mandataria pidió la renuncia a todo su gabinete. 

La fecha prevista para las elecciones es el domingo 3 de mayo. Inscriptos los frentes, el plazo límite para la consagración de candidaturas es el próximo 3 de febrero, pero ya casi todos los candidatos están cantados.

Fernando Camacho, líder cruceño de las movilizaciones antigubernamentales de 2019, famoso por entrar al Palacio Quemado con la Biblia luego de la renuncia de Evo Morales, encabezará el frente Creemos. El viernes quiso lanzar su candidatura en La Paz, pero fue echado a botellazos y huevazos del mercado de las Alasitas. El sábado llegó al aeropuerto de Santa Cruz aclamado como un héroe. 

Luego están el Frente Libre 21 y Comunidad Ciudadana, que lideran los ex presidentes Jorge Tuto Quiroga y Carlos Mesa, y el Frente Pueblo Unido, donde se perfila como candidata Norma Pierola, diputada de la Democracia Cristiana y admiradora de Jair Bolsonaro. 

Hablé por teléfono con mi amiga Isabel ni bien se conocieron las inscripciones de los frentes: 

– Las cinco son fuerzas de derecha – me dijo – No obstante el golpe de Estado cívico policial, no han logrado construir una propuesta colectiva y van por separado. Lo único que sí han logrado por ahora es el retorno visible y fortalecido de la derecha señorial y colonial.  

La sexta fuerza es la del MAS, que se inscribió antes que el resto, con el binomio Arce-Choquehuanca. Tendrán una dura batalla para poder volver al poder. A pesar de haber faltado a su palabra sobre la candidatura, Áñez cuenta con líderes indígenas y mineros que la apoyan, el respaldo cada vez menos discreto de la embajada de Estados Unidos, y la casi segura tracción de votos de las otras listas de la derecha en una eventual segunda vuelta, prevista para el 14 de junio.