Sororidad al rescate

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Sororidad al rescate

08 Marzo 2018

Nos, las militantes del pueblo nacional y popular de nuestra Argentina, reunidas en sororidad general constituyente del grito liberador de nuestra causa, por voluntad y elección de nosotras mismas, en cumplimiento de pactos preexistentes, ancestrales, espirituales y militantes con el objeto de constituir la unión nacional de nuestros derechos, afianzar la justicia social, consolidar la vida sin violencias contra nosotras, en defensa común de todas las mujeres y todos los géneros autopercibidos, promovemos la lucha por el bienestar nuestro, y combatir hasta el cansancio por los beneficios de caminar en libertad, para las generaciones futuras, para nuestra actual convicción y para todas las mujeres del mundo que quieran habitar en el suelo argentino: invocando la protección de nuestra sororidad inclaudicable, fuente de toda razón y justicia: ordenamos, decretamos y establecemos esta lucha para la Nación Argentina.

Con 15 años tuve mi primer atraso: hola al miedo de quedar embarazada. Así fue que en el camino de la escuela a la farmacia, y hasta que hice pis en el palito, mis amigas me acompañaron por mensaje de texto. Un minuto a minuto casi analógico, quemándome el crédito mensual. Lo pillé, me mojé, lo solté, lo dejé. Me fui corriendo al otro lado de la casa. Esperé, volví. El anteúltimo mensaje enviado nos dió el clímax: "Boluda, se puso todo de un color ¿Ah re? Estoy re embarazada" y las risas. Ellas son mis actuales compañeras, las que de a poco caminan y condenan cada injusticia con su puta lengua. Bien puta y hablada, nos encanta meterla donde nos quieren convencer que las cosas sigan igual de calladas.  

Llegó con miedo a mi casa. Conseguimos que un amigo nos comprara el misoprostol, mi esposo estaba de viaje. Vino con su hija de 5 años temblando, tomó las pastillas y bebió mucha agua. No sabía qué hacer pero estaba preparada para llamar una ambulancia si algo se salía de lugar. Jugué con la nena durante horas, ella sólo tomó sopa y estuvo en cama. Al poco tiempo le vino. Nos dormimos: yo en el piso con la pequeña y ella en la cama matrimonial. De a ratos despertaba para ver si respiraba y le daba agua. Teníamos terror. Se quedó dos días y cuando se sintió mejor fuimos al ginecólogo de la clínica con mi carnet, él nos dijo que estaba normal, teniendo su periodo. No hablamos nada. Solo miradas. Estuvimos juntas en ese momento. Y nunca recordamos el tema. Como un evento que jamás sucedió, no estábamos segura de nada hasta que el doctor la vio, solo sabíamos que si estábamos juntas, cualquier suceso sería más fácil de afrontar.

En APU, hay muchas compañeras que son madres. Cuando una de ellas tiene que venir a las reuniones con su hijo/a, siempre está la voluntad de ayudarla, cuidando o entreteniendo al/la pibe/a. En ese sentido, creo que hay una solidaridad muy grande entre nosotras, que le permite a las compañeras no tener que perderse cosas porque sabe que puede contar con la colaboración de todas.

2014. Salta. Encuentro Nacional de Mujeres. Camino con dos mujeres, mi madre y mi hermana. Camino hacia lo que sería mi primera “comunión”. Entiendo como coincidencia haberme cruzado sólo mujeres en un trayecto de 20 cuadras. Sin embargo, esa coincidencia se vuelve causa y efecto de una marea de 50 mil mujeres que observo luego de dar vuelta la esquina. Mujeres. Veo mujeres caminando. 50 mil mujeres caminando. La piel se me eriza. Lloro y veo la emoción de mi madre y mi hermana debajo de sus anteojos negros. Hay mujeres, delante y detrás de mí. Hay mujeres a los costados. Hay mujeres. Nunca más volví a sentirme sola.

¡Vamos las pibas! Nos decimos entre mis compañeras periodistas militantes. Cuando una, algunas o todas metemos un gol, es muy común que suene entre nosotras esa expresión. Si estamos juntas aparece con abrazo. Si va por mensaje, seguro la ves acompañada de un emoji con brazos de mujeres al poder. En cambio si es por audio, suena con un cantito alentador. Para mí, esos son festejos sororos.

Comparto espacios de laburo con la ex novia de mi pareja actual. A la hora de empezar a participar en uno de ellos, decidí hablarlo con ella para evitar incomodidades. En ningún momento me negó el espacio porque no nos obstaculizamos, ni nos odiamos absurdamente. Nos tratamos como con cualquiera, con respeto. Porque somos, ante todo, compañeras.

Trabajé durante casi tres años a dúo con una compañera de mí misma edad. Trabajar en territorio es hostil, con 24 años, rodeadas de hombres y alejadas físicamente del total de un equipo laboral. Nuestro jefe directo era hombre también. El tenía una fijación con ella -dos años después, la tendría conmigo-. Nos apodaban "Las huguitas" y como buen Burgués, se creía que éramos de su propiedad, "como si fueran mis hijas". Pero a tus hijas no le preguntas frente a más de 20 hombres qué método anticonceptivo usa. Los momentos incómodos también pasaban por  invitaciones a tomar cerveza como  premio de las tareas laborales bien cumplidas, de puteadas por los errores cometidos, de preguntas indebidas sobre nuestras intimidades. El maltrato era sistemático. Nos costó un tiempo dimensionar lo que significaban esos momentos. Que el maltrato era acoso laboral. Y que lo laboral no debía pasar por lo personal. Sin embargo, esos años me dejaron una amiga, una hermana y que nos contuvo la sororidad. Porque en los momentos en que no aguantabamos más, nos recordábamos que nos teníamos la una a la otra. Y nos decíamos: "Qué haríamos sin nosotras".

Me saludó y entró. Reconoció al violador de nuestra amiga y salió rápido a avisarme. Además de una “justicia” que no avanza, ¿por qué carajo nos teníamos que bancar que el machirulo siga yendo al lugar al que más nos gustaba ir a divertirnos? Nuestra amiga, en camino. Entramos. Lo cagamos a trompadas. Falso plural, sólo pude darle un par de patadas cuando ya estaba tirado en el piso después de la piña que lo noqueó. Nos abrazamos apretado y celebramos la sororidad. Los patovas y sus “nos hubiesen avisado, lo sacábamos nosotros”. Nosotras podemos, nos tenemos. 

Mi abuela mira Intrusos religiosamente. Mira la televisión religiosamente. Un día aparece Bimbo. Mi abuela la mira y me llama, como me llama con frecuencia para hablar acerca de lo que ve en la tele. "Es terrible que el aborto no sea legal" dice la mujer que vivió convencida de que sus cuatro hijos eran lo más grande que podría haber hecho. "Y es terrible lo que pasa con Juan Darthés", me dice otro día, en un llamado. "Esa chica la pasó muy mal. Todas la pasamos muy mal". Y empieza a desempolvar su propia historia de abuso, de hace 73 años. "Ahora puedo contarlo. Aunque haya pasado tiempo me siento mejor". Mi abuela lo sabe: ninguna de nosotras va a volver a estar sola.

Realizamos una asamblea en mi trabajo para definir por primera vez de manera colectiva como organizarnos de cara al Paro Internacional de Mujeres. Jóvenes, mayores, tímidas, avasallantes, madres, solteras, juntadas, migrantes, precarizadas, luchadoras. Años trabajando juntas, y sin embargo la sensación de que nos mirábamos a los ojos por primera vez. Complementándonos, reconociéndonos en nuestras diferencias e identificando a su vez similitudes en las marcas de nuestras trayectorias personales signadas por las múltiples aristas de la violencia. Nos miramos por primera vez y nos descubrimos: compañeras, sororas, empoderadas. 

Tengo una compañera en la facultad, Lili, que es remisera. Nunca se lo dije. Pero qué alivio es tener un contacto de remisera mujer. La podes llamar a cualquier hora. Había dejado de salir hasta tan tarde para evitar tomar un remis con un hombre. Desde donde estaba hasta llegar a mi destino todo el trayecto iba con miedo. No sé si Lili sabe la importancia de su labor. Que muchas viajamos más tranquilas con ella. Ojalá existan más mujeres remiseras como Lili.