Si me querés empoderada, pagame la terapia

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Si me querés empoderada, pagame la terapia

01 Febrero 2019

Fotografía de Lucía Barrera Oro

Por Florencia Di Paolo

Hace unos meses en el colectivo camino a la radio, una chica se sentó a mi lado. Yo escuché el audio de una amiga hablando sobre lo que trata esta nota, en lo particular era sobre el culo de Jimena Barón en aquel posteo en el que se comparaba a sí misma. Aunque el teléfono estaba en mi oído, la chica logró escuchar algo. Cuando me habló, me di cuenta de que tenía un ambo debajo de la campera de hilo azul. Retomo todo este quilombo absurdo en Twitter y hago una nota, aunque nadie me haya pedido opinión.

—Es re decadente ver como se quejan de todo.

—¿Quiénes?

—Las mujeres…

—…

—Yo soy médica y trabajo con varones todo el tiempo. Soy profesional y me mantengo sola, me llevo re bien con mis compañeros, soy uno más.

—Ajá.

—Estoy re empoderada.

No sé por dónde empezar, así que empiezo por los lugares comunes. El empoderamiento que se propone desde capitalismo rancio que se retroalimenta con el patriarcado es el de celebrar a las mujeres en lugares, más o menos de relevancia, o simplemente celebrar a las mujeres y su feminidad. Es peligroso, muy peligroso, caer en la trampa. Claramente está buenísimo vernos en lugares de relevancia, obviamente eso es gracias al feminismo. Ahora bien, el hecho de ser mujer y trabajar no te hace empoderada, feminista o buena persona. El hecho de ser mujer y trabajar te hace una mujer que trabaja. Sino miremos a la diputada Lospenato, que votó a favor de la legalización del aborto, emocionó a muchas con su discurso, pero votó además, entre tantas leyes de miseria planificada, la reforma previsional que impide a una persona sin aportes acceder a la jubilación; dejando en jaque a cualquier ama de casa que trabaja de forma no remunerada hace siglos. Qué empoderamiento profesa la diputada si las amas de casa deben depender de si sus maridos les dan dinero o no para cubrir los aportes. En el capitalismo, el dinero es poder. Ya lo dijo Virginia Woolf en Un cuarto propio.

¿No sería hora de empezar a celebrarnos con menos bombos y platillos en lugares? Las frases «la primera mujer en…» o «¿Qué se siente ser la primera mujer en…?», nos recuerdan lo meritorio que es llegar a determinado lugar para una mujer. Usemos los precedentes que tenemos: tuvimos una mujer presidenta. Obviamente ser presidenta no te da el poder supremo, pero es un precedente importantísimo y si nos quedamos en lo meritorio de ser mujer y ser jefa, seguimos perpetuando el discurso del mérito y no avanzamos. Ojo, no quiero decir que no haya que denunciar la falta de cupo femenino y trans en la mayoría de los lugares. Lo que digo es que si estamos en ese lugar es porque podemos hacerlo, nos cuesta más por el machismo, pero hemos demostrado que venimos por todo y debemos dejar de ver con buenos ojos de enamoradas y enamorados a las empresas y partidos políticos que cumplen con el cupo. Exijamos y no dejemos de exigir derechos y mejores condiciones de vida y de trabajo. No voy a felicitar a nadie por hacer algo que debe hacer. Basta. Convirtamos en norma la inclusión. Y para eso tendríamos que repensar la palabrita empoderamiento. A veces se siente como un obstáculo a atravesar para llegar a un lugar mejor, ¿acaso será una excusa para que dejemos de avanzar? Pensemos quién nos dice que debemos estar empoderadas y cómo.

Empoderamiento es una palabra de la que reniego siempre porque es inespecífica y sectaria, algo de lo que habló Julia Mengolini en Twitter. En ocasiones se utiliza como individual y no en términos colectivo. Quizás sirva para sabernos fuertes en la intimidad y salir a comernos el mundo con las y los otros. En fin, puede que esto suceda porque en la sociedad patriarcal en la que vivimos hay referentes en todos los ámbitos y a las mujeres nos han enseñado a mirarnos el ombligo dentro de casa por siglos y siglos. La creación de referentes y estereotipos, y referentes que responden a esos estereotipos imposibles de, por ejemplo, belleza, nos esclaviza e invisibiliza. Nos encuentra en la intimidad de nuestras inseguridades comparándonos con promesas de revoluciones que no existen.

Frida Kahlo no fue feminista por no depilarse y ser famosa en un mundo de hombres. Incluso no fue tan conocida sino hasta después de su muerte. El mercado la retoma y nos la impone como ícono de algo que no sabemos bien qué es. Dejen a Frida Kahlo tranquila. Frida era comunista y se la ve en remeras de personas que votan a la derecha. Quizás Lospenato haya compartido alguna vez esa frase pedorra de «pies para qué los quiero si tengo alas para volar». Usan esa frase como si no estuviera dicha por una persona en silla de ruedas ironizando sobre su condición y dejando un mensaje que va más allá de un mandala de colores.

Mi intención no es sacar el feminómetro porque no construye y esa forma de tomarse la vida es muy patriarcal: es medirse el pito. Hay quienes no tenemos pito. Dejemos a Frida en paz y dejemos de idealizar personas que comen y cagan. Frida mantuvo una relación tóxica con Diego Rivera hasta su muerte. Las contradicciones de este personaje son las de cualquiera. Pintándose a sí misma desnuda y con el corazón expuesto transmitió dolor, amor y arte, nos recordó que el arte es político y que lo personal también lo es. Eso es lo más valioso de ella. Tener pelos en el chivo no construye ni desarma nada, no es revolucionario, es una decisión que debería respetarse tanto como no tenerlos. No queremos coerción en nuestros cuerpos, pero no nos engañemos, fotografiarse en culo no es empoderamiento: es amor propio. Y está bien. Lo que preocupa es la ingenuidad de las personas que tienen una llegada masiva y unos cuerpos esculturales hablando de auto-aceptación. Esa no es tu batalla, amiga. Qué fácil es aceptarse a una misma frente al espejo tachando casi todas las condiciones físicas hegemónicas de la lista. Y digo casi porque nunca es suficiente. Eso es lo que debemos plantearnos, por qué en el mundo macho heterocis no se habla de auto-aceptación o empoderamiento en varones heterocis. ¿Qué es lo que cambiaría la más cool de las modelos en su cuerpo? Seguro hay algo.

Con una amiga siempre hablamos de Beyoncé y los videos en los que ella es una chica fuerte y bella y baila diosa delante de un ejército de mujeres moviendo partes del cuerpo que una no saben que existen. Beyoncé es genial, pero a veces trama en ella —o traman alrededor de ella— un mensaje de poder que sólo tiene una persona con una cuenta bancaria de su talla. Es peligroso que veamos al empoderamiento como unas piernas esculturales súper flexibles y una cuenta bancaria abundante. Es peligroso porque siempre terminaremos viéndonos los pelos del gato en el pulóver y nunca podremos hacer nuestro camino. La infelicidad que nos provoca esto nos frena y nos hace consumistas, ¿está mal consumir cosas que nos gustan? No, claro, no voy a ser yo la que te diga que no te compres esos zapatos, amiga. Lo que está mal es la insatisfacción constante de seguir el mensaje irrisorio de la auto-aceptación, la urgencia y la obligación de empoderamiento y amarse a sí misma. Que nos paguen terapia.

Entonces, ¿qué es el empoderamiento? ¿No será acaso una forma de coerción? ¿Se utiliza la palabra para hablar de varones heterocis? ¿Podemos cerrar ya ese antro? Quizás el empoderamiento sea como la felicidad: la buscamos siempre, pero llega en momentos específicos para hacernos sentir que estamos vives, para ganar pequeñas batallas cotidianas y decirle que no al chabón que te dejó plantada la vez pasada y salir con amigas, o plantarte ante ese jefe que no te paga, escribir ficción sin pensar en literatura, decirle que te gusta a la persona que te gusta y taparte el tatuaje que te hizo tu ex con unas flores de colores.

—Si decís que estás empoderada no estás empoderada.

Parada.