¿Por qué es tan caro menstruar?

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¿Por qué es tan caro menstruar?

05 Junio 2018

Por Julia Pascolini

En el marco del 8 de marzo de 2017, Economía Feminista lanzó la campaña llamada #MenstruAcción. La misma consiste en hacer visible que la menstruación es un factor que aporta a la desigualdad social y económica de quienes menstrúan con respecto de quienes no. Sin ir más lejos, los productos de primera necesidad que acarrea la menstruación no son contemplados como tal en las góndolas, ¿por qué?

La menstruación es tabú en un sistema patriarcal, ligada socialmente a la histeria, la incapacidad y la incomodidad. Camina, al igual que lo hace la práctica del aborto, sobre un charco de estigmatización: se desarrolla en el ámbito privado y es negada en el público. Tal es así que hace sólo algunos meses fue lanzada la primera campaña de toallas que traza sus características haciendo uso del color que a tantos espanta: el rojo.

Surgimiento de los tampones y toallitas 

La segunda guerra mundial dejó a la empresa estadounidense Kimberly Clark (Kotex), fabricante de cellucotton -una versión alternativa al algodón- en la ruina. La consecuente acumulación masiva de stock sin demanda desencadenó en la creación de las toallas descartables, promocionadas bajo la consigna que ocupaba toda la atención: la guerra. Curar cuerpos heridos, enfermos, cuerpos menstruantes.

La aparición del tampón tanto como de las toallas descartables, tuvo otros objetivos además de la pronta liquidación de stock. Uno de ellos fue el cese de ausentismo laboral por parte de las mujeres, a través de la reducción de olores y manchas propias del ciclo menstrual. El dato surge a partir de la investigación realizada hace ya algunos años por Eugenia Tarzibachi, psicóloga y entonces becaria de investigación del Conicet. El nacimiento de los productos destinados a “esos días” radicó  entonces en el ocultamiento del “olor a pescado” con que según la tribuna masculina portaban las personas menstruantes. 

Economía del cuerpo menstrual

El punto de mayor impacto es, sin dudas, el económico. Simbólica y materialmente. Según investigaciones realizadas por Economía Feminista,  los productos destinados a los días de menstruación demandan un total aproximado de 2000 pesos anuales para quienes los requieren. Aún así ninguno de ellos es contemplado como de primera necesidad.

El consumo anual de toallas sólo en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires es de 334.285.550 unidades. Esto quiere decir que las empresas responsables de su producción y distribución acumulan una ganancia aproximada de 1.196.210.990 pesos respectivamente. A nivel global las toallitas generan, en el mismo período, 22.230 millones de dólares, los tampones 2.847 millones de dólares y los protectores diarios 4.457 millones de dólares según datos recabados por Tarzibachi. Al igual que sucede con el aborto clandestino, la ganancia (de las corporaciones) crece en proporción a la vergüenza y la clandestinidad de las situaciones. El uso y desuso de dichos productos se relaciona directamente con el concepto estético/moral de mujer y femineidad que históricamente se le ha adjudicado a los cuerpos menstruantes. 

Estrategias de ocultamiento del cuerpo menstrual

El cuerpo menstrual -”mujer” en el imaginario social- ha transmutado tanto a partir de avances y retrocesos sociopolíticos como de necesidades económicas por parte de corporaciones. En un primer momento, principios del siglo XX, a la vez que el ciclo menstrual era sinónimo de suciedad e impureza, indicaba condiciones de fertilidad y consecuentemente de femineidad y maternidad. Las toallitas cumplieron casi exclusivamente con un rol de limpieza y encubrimiento. 

En un segundo período, llegados los ‘60/’70, la aparición de los métodos anticonceptivos convirtieron a la menstruación en un hecho molesto e inclusive peligroso. Las toallas y tampones encontraron en la industria de la anticoncepción una amenaza fatal. En uno y otro caso la menstruación fue socialmente anulada. En el primer caso a través de la limpieza de la sangre y el olor; más tarde a través de su negación casi total. La idea de ‘liberación de la mujer’ que promovían entonces las industrias manufactureras  no hizo -ni hace- otra cosa que fomentar su represión.

Por estas razones, y otras, es que la menstruación ha sido para el cuerpo menstrual una carga económica enorme. Lo es para esa mitad del mundo que recibe un 33% menos de ingresos por un mismo trabajo, que no es reconocida en la labor mal adjudicada al amor (amas de casa, por ejemplo) y que es explotada económica, simbólica y sexualmente sin medida. Por esta y otras razones que exigen luchar por los mismos derechos que para otra parte de la sociedad resultan básicos e indiscutibles, es que se plantea la incorporación a la canasta básica de los productos anteriormente referidos.