Inflación: el reino de los tecnócratas

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Inflación: el reino de los tecnócratas

18 Septiembre 2015

Por Juan Ciucci

APU: Si bien el libro habla de los economistas, sirve para pensar a los “especialistas” y su rol preponderante en las sociedades actuales.

Mariana Heredia: Muchas veces se escucha este llamado a que el Estado se nutra de especialistas, como una cierta tendencia del Estado argentino en no tener criterio de reclutamiento en la especialización, el conocimiento específico sobre el área en la que van a actuar sus funcionarios. Y, efectivamente, creo que es una preocupación legítima, y en algunos casos se asocia este ascenso de los economistas (que ocurrió a partir de los´70) a la conquista de un espacio estatal por parte de quienes tenían mayores conocimientos sobre esas problemáticas. Ahí el libro propone dos aclaraciones: en realidad no se da una tecnificación de todas las áreas de la intervención estatal. Los economistas tienen una presencia singular: ninguna cartera en la Argentina tiene una asociación tan estrecha con un grupo de especialistas como el Ministerio de Economía y el Banco Central. Los economistas casi que monopolizan el acceso a esas carteras públicas, y además han logrado acceder a la dirección de otras. Tal vez la otra asociación que se podría hacer es entre el Ministerio de Justicia y la abogacía, que ha sido históricamente la profesión de estado por excelencia. Más recientemente son los economistas y en menor medida los ingenieros, los que han ido disputando este espacio.

La otra cuestión interesante es que mientras hasta los´60 eran los Estados los que formaban a través de las universidades públicas y luego reclutaban en sus agencias a los especialistas y creaban ahí espacios de diagnóstico y luego de elaboración de políticas públicas; lo que se da a partir de los ´70 es que el Estado muchas veces importa a los especialistas de espacios que se fueron creando a tal fin, como por ejemplo los think tanks. Y los economistas tienen una posición de vanguardia en la creación de estos espacios, la primera profesión que se empleó en centros privados de investigación cuyo objetivo era asistir a los políticos y a los gobiernos. Fueron creando un espacio paraestatal, que ni está en la administración pública ni en las formaciones partidarias, pero que tiene un contacto permanente con ellas en la identificación de problemas y la propuesta de soluciones. Hoy eso se observa en el área educativa, de justicia, de salud.

APU: Es al aparición del tecnócrata…

MH: Exactamente. Esta figura con la que hubo muchas discusiones conceptuales porque desde la sociología clásica con las conferencias de Weber de principios del siglo XX estaba esta idea de que en la modernidad existen estas figuras que se relacionan con la comprensión y la eventual transformación de nuestro mundo: el político, el científico, y el burócrata, que tendría en la sociología de Weber un lugar más gris, limitado a obedecer. El tecnócrata entraba mal en esa clasificación, no es un político porque no son elegidos por el voto ciudadano ni tienen una gran vocación por arengar y conducir a las mayorías. Tampoco son científicos porque no se dedican solo a contemplar la vida social y a describirla, pero tampoco son burócratas que simplemente siguen rutinas y obedecen. Son figuras hibridas, porque combinan un poco de estas que mencionaba.

APU: Sí ha sucedido en nuestra historia reciente, que luego de cumplir sus funciones, han querido dar el salto a la política…

MH: Es interesante eso porque en algunos momentos se interpeló a un electorado que cree necesario que sean los especialistas los que gobiernen, muchos economistas que tuvieron funciones públicas importantes (Cavallo, López Murphy, en su momento Alsogaray) intentaron crear formaciones partidarias. No les fue tan mal, en general logaron en distintos momentos constituirse como tercera fuerza…

APU: En la actualidad, Lavagna o Lousteau…

MH: Sí, pero es un poco diferente, porque una cosa es cuando se forma un partido político con una coherencia y una tradición que se ancla en los think tanks o en los espacios de diagnóstico técnico. Otra cosa es el caso de Lousteau donde se asientan o intentan crear formaciones partidarias con un anclaje o acuerdos con otras fuerzas, como es el caso del radicalismo. Ahí ya hay una convivencia de partida, si bien él tiene muchos de los atributos que se le asimilarían a los economistas del pasado, tiene una voluntad de consenso y de movilización que trasciende las características de esas formaciones creadas por los economistas en el pasado. Lavagna se presentó a elecciones acompañado por una fuerza política de larga data.

En ese sentido, cuando comencé con el libro, creía que había una diferencian muy clara en la formación ideológica de los economistas, que tenían una manera de pensar la política pública y de vivir su intervención en ella muy diferente. Es cierto que muchas veces se da así, pero muchas otras más allá de cual sea la formación o preferencia ideológica, hay algo de la experiencia de pasar por el Estado y convivir con burócratas y políticos que les hace sentir experiencias bastante parecidas. Todos se quejan de la improvisación que caracteriza a los dirigentes públicos, de la ineficacia que caracteriza a los empleados que deben conducir. Y es cierto que es una gimnasia que no todos los expertos logran sortear. Algunos duran muy poco, y otros aprenden a jugar distintos juegos para poder participar de esos espacios donde se elabora y ejecuta la política.

APU: Al mismo tiempo esas quejas les permiten justificar las falencias de sus planes económicos…

MH: En los ´90 había una tesis recurrente en que el problema no había estado en las políticas de mercado sino en su aplicación. Eso de algún modo distribuía responsabilidades: los tecnócratas quedaban a salvo y los políticos y burócratas quedaban comprometidos. El tema de la responsabilidad recorre todo el libro, no se puede pensar el poder sin pensar los constreñimientos a los que se enfrentan quienes tratan de, como decía Weber, meter la mano en la rueda de la historia. Pero tampoco sin las responsabilidades que asumen al querer participar de semejante empresa. En la medida en que muchas de las falencias que demostraron ciertas políticas ya eran anticipadas por los contemporáneos en el momento en que fueron adoptadas, no se pueden imputar sólo a errores de implementación. Tiene que ver también con el modo en que esas políticas concebían el cambio y las prioridades que establecían.

APU: El libro toma el período 1976-2001, y lo señala como la más reciente “utopía tecnocrática”…

MH: Sí, es cierto que cuando uno mira los diarios de los ´50-´60 aparecen pocos economistas, no son una profesión consolidada y los grandes problemas del país todavía no se definen como problemas estrictamente económicos. Si bien Perón, Frondizi u Onganía estaban preocupados por el desarrollo del país y la Argentina potencia, solo tardíamente (Onganía en particular) comienzan a definir eso como un problema económico que puede escindirse de la integración de las mayorías o de la construcción de un Estado eficiente o un régimen político que acompañara y apuntalara el progreso colectivo. Es a partir de la década de los ´70 que comienza a a construirse como un problema económico vinculado con la inflación, y que los economistas van a intentar con sus herramientas a darle respuesta. La política económica de los ´30 a los ´80 se caracteriza por una enorme inestabilidad, y los Ministros de Economía fueron los más inestables de todos. Recién a partir del ´76 con Martínez de Hoz van a adquirir unas potestades y una influencia pública y política de la que antes habían carecido. De allí que la estabilidad era una utopía de una Argentina muy inflacionaria, también lo era creer que es a través de las reglas del mercado y de esa autorregulación y coordinación de conductas egoístas el mecanismo a través del cual se podía acceder a esa estabilidad. El modo en que antes se había intentado resolver el tema de la inflación delegaba menos atribuciones a los agentes económicos: le daba al Estado una capacidad de sanción y decisión que va a ir delegando en los economistas.

APU: Allí el tema a discutir es la inflación, cómo se construye en el “sujeto” que permite las medidas drásticas que se van a tomar…

MH: De algún modo el libro tiene dos personajes: a los economistas y a la inflación. Y un tercero podrían ser las políticas económicas y las influencias de terceros que hicieron la historia argentina de los últimos 30 años. Son tiempos en donde se fueron tomando decisiones y muchas tuvieron que ver con el modo en que se entendió el problema de la inflación. Entender un problema es también imputar responsabilidades, establecer explicaciones y a partir de ahí querer intervenir sobre esos sistemas complejos que son los países. En la medida en que la inflación fue un caballo difícil de domar, y fue mutando a partir de las medidas tomadas, fue llamando a que cada vez se tomaran medidas más drásticas. Que cada vez se apostara más fuerte y con más riesgos, en pos de poder disciplinar a los precios.

APU: Y al mismo tiempo la trampa de eso, que permitió llevar adelante medidas que habían sido previamente rechazadas y que no contaban con apoyo popular.

MH: En el segundo capítulo cuneta cómo la Argentina desde los años cuarenta vivió siempre con inflación, es una costumbre argentina de larga data, que alcanzó niveles promedio parecidos a los que tenemos hoy. Pero es a partir del rodrigazo y del gran salto a tres dígitos que va a empezar a ser preocupante y que va a generar combinada con un conjunto de políticas económicas que liberalizaron ciertas decisiones (la fijación de la tasa de interés, la apertura del mercado a las importaciones sin aranceles, la libertad cambiaria) fue generando un conjunto de prácticas especulativas, una suerte de dislocamiento en los precios relativos. Se convirtió en una experiencia cada vez más traumática hasta llegar a la hiperinflación de 1989/1990, que fueron experiencias que pocos países han atravesado. Y lo que me parece un aporte del libro es ver cómo a veces construyendo un problema y tratando de solucionarlo, se transforman formas de organización que parecían intocables: el empresariado nacional, el movimiento obrero, la soberanía del Estado argentino; fueron parte de las víctimas de este proceso de lucha contra la inflación.

APU: Cuando se habla de los grandes disciplinadores sociales, se habla del golpe del ´76 y la hiperinflación…

MH: Sí, estaba en la tesis de muchos de los que intervinieron en estos procesos la idea de que la sociedad argentina es ingobernable, que no hay manera de establecer un acuerdo virtuoso entre las distintas fuerzas que organizan esta sociedad. Y entonces la única manera es el rigor del mercado. Hay algo de eso que vuelve, tanto por los errores de los actores sociales como por las teorías que resurgen y llaman a un disciplinamiento. Que no sólo tiene a los sectores populares como principales víctimas, los sectores medios y medio altos también sufrieron las políticas anti-inflacionarias y sus efectos.

APU: Algo que historiza en el libro es la cuestión de los experimentos y medidas que se van tomando en el día a día, pensando un poco en los duros primeros años del menemismo hasta que “aparece” la convertibilidad.

MH: Cuando uno conversa con quienes toman las decisiones económicas de distintas épocas se da cuenta que viven muy atados a la urgencia del momento, y en ese sentido muchas veces hablamos de modelos y terminan siendo resultado de una carambola. O de decisiones que no tenían la pretensión de derivar en grandes instituciones intocables, como es el resultado de la convertibilidad. El FMI y el gobierno de EEUU no querían que la Argentina tomara la decisión de una caja de conversión, digamos. Y ni siquiera Cavallo quería originariamente que ocurriera, termina plegándose a esa solución porque considera que es la única que tiene disponible. Incluso al adoptar la convertibilidad, los mismos expertos que la elaboraron son muy críticos y piensan que van a tener que abandonarla rápido porque entraña muchos riesgos. Los que efectivamente tuvieron lugar en la segunda mitad de los ´90.

APU: Algo también presente es la perplejidad ante las crisis de sus modelos, pensando en especial en el 2001, y cómo rápidamente pierden prestigio los economistas.

MH: Construir la historia en el momento que se va anudando y no ex post, permite tener una mirada más crítica en los momentos de éxito y más compasiva en los momentos de fracaso. Una de las preguntas del libro es hasta qué punto los economistas fueron los salvadores de la patria o los artífices de la debacle. Y la verdad es que fueron las dos cosas, y hay algo de la sociedad argentina que descarga en alguna de sus elites procesos complejos. Si uno evaluaba la convertibilidad en el ´93 había sido un exitazo, y de todas maneras quienes leían la realidad con un poco de cuidado se daban cuenta que los riesgos ya estaban, anidaban en esa medida. Y lo que es cierto en el 2001 es que todos los actores políticos y sociales le vuelven a entregar al creador de la criatura el paquete para que haga algo con ella, porque el desconcierto es total.

APU: El libro termina en el 2002, y es interesante ver cómo el desprestigio de los políticos también se dio hacia los tecnócratas. Y que luego la recuperación de la política también fue de los economistas, con la figura de Lavagna como continuador entre Duhalde y Kirchner.

MH: El lugar de Lavagna es muy interesante, porque hice las entrevistas en el momento en que era Ministro de Economía de ambos, y para gran parte de los economistas de esa época no era considerado un economista prestigioso. Era un heterodoxo que aconsejaba a los políticos populistas, y que hacía una negociación de deuda riesgosa para el país. Años después es reivindicado como parte de los economistas honestos y serios, es un sujeto más de estas evaluaciones contextuales. Parte de eso es jugar en política: tomar decisiones en contextos de incertidumbre sin saber bien cuál va a ser el resultado y entregándose a que la historia en sus distintos momentos decida sobre la virtud de esa decisión.

APU: Lo pensaba también en la esperanza popular en el tecnócrata, Lavagna en ese momento representaba una especie de continuidad, su participación en el gobierno de Kirchner reflejaba la idea del “país serio” que era el eslogan de la campaña.

MH: Lo que también es interesante decir de los primeros momentos de Kirchner es que se rodeo de muchos expertos de prestigio, no solamente en economía. Gente que no venía necesariamente del riñón peronista pero que había conquistado cierto prestigio entre sus pares. Hubo una incorporación de distintos especialistas a la hora de elaborar política. En la medida en que después la economía se aquietó y que el kirchnerismo logró honrar mucho de lo que el neoliberalismo no había podido (básicamente el superávit gemelo), prácticamente los economistas desaparecieron de la escena. Esta última década corrobora la tesis del libro: cuando la deuda, el dólar y la inflación volvieron a ser un problema en la Argentina, los economistas volvieron a tener un lugar de protagonismo en el debate público. También porque yo creo que en los primeros años después de la situación calamitosa del 2001, hubo como una conciencia generalizada incluso dentro del mundo de los economistas, de que la política económica no se podía circunscribir a cuestiones monetarias y financieras. Que un modelo que generaba mucho desempleo y que no lograba ser competitivo internacionalmente con sus exportaciones, era socialmente insostenible. Que la política económica era necesariamente a la vez política laboral, social, asistencial, educativa. Que eso es lo que se pierde cuando la inflación y el dólar acaparan el interés público.

APU: Algo de esto está presente en el epílogo, donde habla del “retorno de la inflación” y cómo se intenta avanzar sobre la intervención del Estado.

MH: Creo que el gran triunfo del primer gobierno de Kirchner fue haber desmontado un poco esa antinomia liberalismo/populismo, porque claramente en alguna de las áreas había logrado incorporar algunas de las críticas que muchas veces se formulan desde esta polaridad. Y ciertamente hay riesgos de que esa polaridad se restituya. Uno de los riesgos es creer que puede haber gente seria que desde los libros puede gobernar en nombre de la verdad. Sin dudas puede haber funcionarios que tienen más formación y que en sus distintas áreas tienen más elementos para tomar decisiones. Ahora las decisiones políticas siempre tiene un componente moral o ideológico, que establecer prioridades, quién va a salir más o menos beneficiado. Eso, como dice Weber en 1912, los libros no lo resuelven.