La interna del FdT: sin coalición social no hay coalición electoral, por Ricardo Tasquer

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    Alberto Fernández

La interna del FdT: sin coalición social no hay coalición electoral, por Ricardo Tasquer

25 Marzo 2022

Por Ricardo Tasquer | @Ricardo_blogger

Todo momento de incertidumbre es ocasión para la sobreproducción de interpretaciones. ¿Qué es el Frente de Todos? ¿Para qué nació? ¿Qué fue primero, el huevo del massismo cultural o la gallina de los votos kirchneristas? ¿Y por qué el pollo albertista cruzó la calle? Son muchas preguntas. Quizás haya otras más urgentes: ¿se van a cagar a piñas? Y una vez que termine la pelea, ¿se van a abrazar como los amigos que se desconocieron por una situación particular o seguirá cada uno su camino, guiado por el rencor? Desde esta columna podemos ofrecer algún mapa para que construyan su propia lectura.

Hay unanimidad en una conclusión: el Frente de Todos es una coalición de gobierno para un partido —y un país— acostumbrado al presidencialismo. El orden presidencial, inapelable durante Perón, durante Menem, durante Kirchner, puesto en entredicho durante Cristina —por falencias de tipo comprensivas por parte del peronismo no K primero, muy asociadas a la cultura machista, y por culpas compartidas en la estrategia de (de)construcción política después— está en crisis con Alberto, Cristina y el FdT. ¿Pero cómo llegamos a eso? Ganarle al macrismo y a la derechización propuesta para y por la sociedad hizo necesario el Frente, que intentó ser una reconstrucción del duhaldismo con una inscripción kirchnerista pre-2008 en el ideario político. Parece traído de los pelos pero denmé (sic) el changüí antes de decir “este pelotudo...” y cerrar la pestaña.

Veamos el esquema duhaldista: luego de apagarle la luz a Rodríguez Saá, fue el periodo iniciado en 2002 pero con nacimiento electoral en 2003 el último en el que podemos recordar a un peronismo encolumnado sin grietas internas. Coincidió con la implosión de la Unión Cívica Radical, la adscripción del alfonsinismo al gobierno de Duhalde y con los factores de poder cantando loas al estatismo en vista de la magnitud de la crisis. A partir de 2005 debimos hablar de peronismo “realmente existente” y el establishment comenzó a desmarcarse.

Conclusión: el FdT no podía ser una primavera duhaldista si en el escenario persiste como amenaza electoral Juntos por el Cambio, ocupando el lugar de la UCR, y los grupos económicos nunca apostaron por Alberto y Cristina. Se desprende también de lo anterior el ideario nestorista, que no es lo mismo que decir kirchnerista post-2008. Alberto tiene la lapicera del duhaldismo pero Cristina entiende que en 2019 ganó ella porque votaron al ideario kirchnerista. La coyuntura brinda entonces oportunidades para sacar de la mochila el bastón de mariscal y revolear peronómetros, kirchnerómetros e interpretrómetros-de-la-voluntad-popular. “La ortodoxia peronista dicta que...”, “la heterodoxia cristinista nos recuerda...”, pero “todo círculo político es antipopular y por lo tanto...”, “se olvidan de que Kirchner dijo en 678 que...”; todo sazonado, claro, con apelaciones a motivos altruistas y escondiendo con vergüenza que lo que se pone en entredicho es el poder para la toma de decisiones, algo inherente al debate y disputa política. El problema es cuando hay gente con la ñata contra el vidrio:

—De chiquilín te miraba de afuera, como a esas cosas que nunca se alcanzan...

—Como un kilo de carne y un paquete de yerba.

—No se puede apelar ni un poquito a la poesía acá, viejo...

Retorna el epistolario: Carta de intelectuales peronistas/albertistas, Carta de intelectuales K, Carta de intendentes de la Primera y Tercera Sección de PBA, Carta del Indio (ah, no, esa todavía no), Carta de Leuco al Papa (¡esa es de 2015!), nota de opinión sobre el futuro del kirchnerismo en Página12, revoleos de acusaciones tuiteras (“tibio albertista”, “sectario kirchnerista”, “sindicalista entreguista”, “vos preferías a Oscar Ahumada sobre Ponzio”). Se las resumo por si anduvieron distraídos (!) por los aumentos del alquiler:

—Unidad.

—¿Unidad para qué?

—Para que no vuelva la derecha.

—La derecha vuelve igual si continúan así.

Puesto así, ambos tienen razón, ¿no? Pero se parten de presunciones y no de diagnósticos, de intereses particulares y no generales. Volveremos sobre esto. Antes, un devenir posible si luego de la pelea deciden continuar cada cual su camino y volver derrotados a la casita de sus viejos.

Durante el macrismo vimos un Poder Ejecutivo que tomaba decisiones y un Legislativo con poca actividad. Cuando era necesario, Cambiemos alcanzaba mayorías con el aporte de los peronismos provinciales. Desde el FdT línea Alberto no es posible pensar ahora en un gobierno en el que PEN y PL reediten esos acuerdos de convivencia, no sólo porque los intereses del peronismo y del macrismo en oposición difieren sino por el elevado precio político que ambos, gobierno y oposición, deberían pagar. Desde el FdT línea kirchnerista, si lo expresado en P/12 fuera una hoja de ruta, estarían condenándose a fundar un partido del Conurbano, alentados por un movimientismo para el que no existe base fuera de la militancia y las redes sociales.

Desde el punto de vista de la sociedad, esto no sería sin consecuencias: es dable pensar que una nueva encarnación del partido liberal-conservador argentino tendría —ahora sí— la crisis que no tuvo Mauricio Macri para avanzar aun más rápido, tal como le prometió a Vargas Llosa mientras reconocía envidiar al Brasil de Temer. Lo apuntó además Frigerio en campaña, y empujan una agenda más extrema los liberales que podrían otorgarle un triunfo en primera vuelta a Juntos por el Cambio.

En un loop de 2015, algunos peronistas creen todavía que pueden “correr” al kirchnerismo mientras algunos K imaginan un gobierno ideológicamente puro, olvidando ambos algo básico: lo superestructural puede lucir muy ordenado en la mesa de arena pero sin una coalición social no hay coalición electoral. Y volvemos entonces a lo adeudado un par de párrafos atrás: no es con una discusión semántica en torno al significado de términos como “unidad” o “neoliberalismo” que vamos a interpelar al soberano. Tampoco con la agenda capitalina de derechos sin traducción en el salario real o hablando de reforma judicial y ley de humedales. En una columna anterior apuntamos que el mandato del FdT era uno: encender la economía. La promesa de Alberto no se refería a la macroeconomía. Ok, había que ordenarla porque Macri la puso patas arriba (arrimándonos al abismo en el que cayó De la Rúa), y para eso había arreglar con los privados y con el FMI luego. Listo, saldado. Ahora, como sostiene Ricardo Rotzstein, existe la oportunidad de utilizar los dólares que no deberemos girar al Fondo para dinamizar la economía y que esto se traduzca en mejora de los ingresos, aplanamiento de la curva de inercia inflacionaria y, en definitiva, permitir que la gente pueda planificar nuevamente su economía y futuro, eso que el macrismo desordenó mientras lo justificaba con un Elogio de la Incertidumbre.

La unidad del arco peronista en el Frente de Todos es condición necesaria para ser competitivo en 2023. Debe ser, además, una unidad de concepción y no sólo nominal, puesto que ya atravesamos la amarga experiencia de que fuera realismo mágico latinoamericano cuando el candidato era el proyecto. Unas PASO no serían condición pero sí una herramienta para cristalizar en números el peso de cada parte del Todos. La unidad genera un beneficio cuando existe una demanda social, como en 2019. Por eso la condición esencial, fundamental para pensar en 2023, es la economía de bolsillo. Ese será el incentivo para que el FdT permanezca unido y no quién pueda sentarse a tomar un café con Wittgenstein.