La envidia de Sarlo

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La envidia de Sarlo

22 Julio 2019

Por Juan Venturini

“(A Cristina) más le conviene ir a visitar a su hija a Cuba que seguir dando vueltas con su libro que, además, ya presentó por todas partes. Hizo su campaña como Sarmiento, pero con un escrito elemental y aburridísimo. De todos modos, hoy por hoy, nadie le toma examen de estilo a lo que escribe un político. Ha pasado un siglo y medio desde que Alsina criticó el Facundo. No tiene sentido ocuparse en serio de Sinceramente. Es un libro aburrido, porque recuerda los discursos de su autora. Nos trae su oralidad, captada en grabador y transcripta, pero carece de sus cualidades actorales”.

(Beatriz Sarlo, Mala memoria, domingo 14 julio, de 2019, Perfil)

Representantes de todas las tribus y capillas ideológicas no han podido más que reconocer el enorme éxito y repercusión del libro de Cristina, “Sinceramente”. No es para menos: 320.000 ejemplares vendidos hasta ahora (tres meses), representan un verdadero boom, récord histórico en la industria editorial vernácula. Más, si se tiene en cuenta el dramático entorno de la crisis económica galopante y la miseria creciente que asola a todas las capas populares, incluyendo a la clase media acomodada.

Para todos, aún para el más desavisado sobre los meandros de la literatura, este resonante éxito no se puede explicar, únicamente, por la adhesión política masiva que acompaña a la figura de la ex-presidenta. El escrito debe tener algún valor, alguna cualidad, que lleva al lector a devorarlo, a no poder abandonarlo hasta no dar cuenta de sus quinientas cincuenta y cuatro páginas. Así, efectivamente, lo han comentado numerosísimos lectores y lectoras que, luego de haber comprado y leído el ejemplar propio, han comprado uno o dos más para regalarlo a una madre, a un amigo, a un hijo. En la última presentación se relató el testimonio de un hijo que contaba, emocionado, que sus padres, ancianos, se reunían todas las tardes en la cocina a tomar mate y allí su padre le leía en voz alta a su madre, el ejemplar que él les había regalado. Ninguno de los dos, agregaba, habían sido, nunca, asiduos a la lectura.

Como bien debe saberlo Sarlo, una cualidad sustancial de cualquier obra literaria es la verosimilitud. Verosímil quiere decir similar a lo verdadero. Aunque el relato sea de ciencia ficción o, aún, de literatura fantástica, su acción, su trama, debe ser creíble. Sus personajes, sus conflictos, sus pasiones, nos deben llevan a concluir: esta bien, esto es ficción, pero podría haber ocurrido. Es verosímil. Me lo creo. En cambio, muchas veces, en un relato estrictamente realista, la ficción se desploma porque se nota el cartón pintado, el decorado, lo artificioso, lo forzado, lo remilgado, como en las malas películas norteamericanas del oeste. No es verosímil. No me lo creo.

Si esto es importante en las obras de ficción, en un escrito testimonial, como el de Cristina, resulta esencial. Y el libro de Cristina cumple con creces con esta exigencia. Como lo han dicho muchos escritores, la lectura de todos sus capítulos nos dan la impresión inequívoca de estar escuchando a Cristina, con sus modismos, con sus exclamaciones, con su ironía. Cuando esto ocurre, cuando uno al leer algunos párrafos reconoce inmediatamente al autor, esto significa que el autor ha encontrado su estilo propio. Y ésta es una de las conquistas más difíciles y esquivas, en el arduo camino de todo escritor, como fue correctamente resaltado por Marcelo Figueras, en la primera presentación. Esto da por tierra, aparte, con las prevenciones de los enemigos que, de entrada, deslizaron la idea maliciosa de que había sido escrito por otro, por encargo. Como Sarlo no se puede apartar de esta constatación evidente, afirma que el texto “nos trae su oralidad, captada en grabador y transcripta”, como si Cristina no fuese capaz de redactar y corregir, como hace cualquier escritor. Sarlo no puede aceptar que Cristina, aparte de todas sus evidentes cualidades sea, además! una escritora. Eso ya es demasiado! Por otra parte, es sabido que algunos escritores no escriben, sino que dictan su primera versión a algún secretario o colaborador, sin que ello signifique algún menoscabo para evaluar la calidad de su obra.

Ahora bien, el libro de Cristina ofrece un frondoso anecdotario personal que, naturalmente, es intensamente político, dado que tanto ella como Néstor ocuparon lugares prominentes en la vida política del país. Se trata de una historia conocida por todos nosotros. Por lo que todos tenemos la oportunidad de revivirla y constatar que de todo el relato se desprende, con contundencia, la sinceridad, haciendo honor al título del libro. En este caso, verosimilitud y sinceridad se amalgaman construyendo una respuesta política eficaz a la enorme campaña de difamación que sufre el personaje (Cristina), por su enfrentamiento a los grandes poderes fácticos hegemónicos. Aquí es donde Sarlo tropieza con un obstáculo insalvable. Reconocer su calidad literaria implica, también, casi obligadamente, admitir la verdad de sus enunciados y la falsedad de las diatribas en su contra. Por eso es que Sarlo no puede hacer un análisis literario del libro, limitándose a proferir que es “abrurridísimo”. La verdadera razón es que no puede ratificar o justificar las acusaciones. “No tiene sentido ocuparse en serio de Sinceramente”, afirma, sin percibir la enormidad de su dislate. Si no tiene sentido ocuparse de “Sinceramente” no tiene sentido ocuparse de ningún libro. Sin embargo agrega, con falsa condescendencia: “De todos modos, hoy por hoy, nadie le toma examen de estilo a lo que escribe un político”. Aquí hay un cínico descrédito larvado, a dos puntas. Por un lado sugiere que el libro de Cristina tiene problemas de “estilo” pero que ella, desde su pedestal, no se digna revelarlos porque no vale la pena. Por otro lado, insinúa que todo lo que escribe un político es de baja calidad, enrolándose en la común denostación de la política, típica del macrismo y de las dictaduras de todo pelaje. Como también bien lo sabe Sarlo, lo cierto es lo contrario: la historia nos señala que siempre hubo políticos que fueron, también, buenos o excelentes escritores. Ahora, también.

Lástima. Nos hubiese encantado conocer su crítica literaria del libro. Pero Sarlo no está capacitada para realizarla. Está tan imbuida y envenenada por el odio a Cristina que no puede leerlo, le resulta aburridísimo. Sarlo no se anima a decirlo, pero cree que Cristina miente. Pero no puede demostrarlo. No tiene argumentos para justificar las difamaciones. Por eso se aburre y abandona la tarea. No puede refutar a Cristina. Se llama impotencia.

Que una intelectual valorada, como Sarlo, que ha hecho de la crítica literaria un componente importante de su carrera, se demuestre incapaz de comentar y analizar el libro de Cristina, nos habla de un verdadero derrumbe. Es la decadencia contumáz de los intelectuales antiperonistas, que han suplantado la inteligencia por el odio y, una y otra vez, pugnan por resucitar una Argentina elitista, que cayó herida de muerte con la irrupción del peronismo, allá por el año 1945.

Para colmo, Sarlo se permite aconsejarle a Cristina que se ocupe de su hija y que se deje de dar vueltas con su libro, que ya presentó tantas veces. Cada presentación es un acontecimiento político y social, saludado por concentraciones multitudinarias, como nunca se había visto. Pero Sarlo le pide que la termine. Nadie ignora que la seguidilla de presentaciones está asociada a la campaña electoral. Cristina no solo no lo oculta sino que lo proclama. En la presentación en Mar del Plata saludó expresamente a los candidatos (Kicillof y Raverta) como ya lo había hecho, con los candidatos locales, en las presentaciones anteriores. Pero Sarlo, en onda machirula, la manda a cuidar a su hija (que suena como mandarla a lavar los platos). Sarlo no entiende nada o está furiosa. O, seguramente, ambas cosas: no entiende y está furiosa. La eficacia de Cristina (política y literaria) la exaspera y le hace perder el rumbo. Sería aconsejable que se calme. Que respire hondo y retorne a sus antiguos análisis literarios. Que eran tan valiosos.