Jorge Alemán: "Es muy importante en la militancia, más que la batalla por el sentido, la invención de un sentido”

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Jorge Alemán: "Es muy importante en la militancia, más que la batalla por el sentido, la invención de un sentido”

05 Abril 2021

Por Eliana Verón

El psicoanalista y ensayista Jorge Alemán (escribió más de 10 libros, entre ellos: Horizontes neoliberales en la subjetividad o Capitalismo: Crimen perfecto o emancipación) dialogó con AGENCIA PACO URONDO sobre diferentes aspectos del debate político-intelectual en el país. "La categoría del antagonismo es irreductible, es decir, hay que mantenerla porque si no la representación de lo social se vuelve una totalidad que simplemente debe quedar unificada a través de intereses y objetivos comunes de la nación. Entonces, me parece que la política queda reducida solamente a una gestión o a una especie de formalismo procedimental", aseguró. 

AGENCIA PACO URONDO: A propósito del affaire que involucró a Beatriz Sarlo. ¿Hay errores, “ingenuidad”, en su intervención? ¿Qué opina respecto del campo de los intelectuales argentinos en esta coyuntura? 

Jorge Alemán: Clásicamente, la palabra “intelectual” es de procedencia francesa. Tiene muchísimo que ver con el periodo de la ilustración y con la contemporaneidad del mundo francés. En ese contexto, tomó gran relevancia el intelectual cumpliendo una doble función: por un lado, logrando trazar y articular una obra y, a la vez, ejercer una cierta función crítica con respecto al momento social en el que vive. Todo esto sucedió antes de que existiera la presencia mediática del mundo. Es decir, antes que se desencadenara en el mundo la presión bajo el capitalismo de las operaciones mediáticas.

Por eso, en primer lugar, no haría nunca una defensa corporativa de los intelectuales. Es decir, no me parece que sean suficientes aquellos argumentos que relativizan un acto que tiene consecuencias políticas e ideológicas negativas, de manera muy determinante, para el proyecto que es importante defender.

 Desde mi punto de vista, no relativizaría el tema basándome en el sustento de que forman parte del mundo intelectual y que han hecho una gran obra. Esa obra o trayectoria, que es muy valiosa, no los exime de lo que ha ocurrido a partir de sus actos y, a su vez, sus actos no invalidan la obra. Después, cada uno tiene sus gustos.

Creo que no es pertinente que se reúnan argumentos sobre una persona con tal o cual trayectoria, ya que el acto en sí mismo merece ser enjuiciado en sus consecuencias político-ideológicas. Asimismo, tampoco inválida para siempre al sujeto de ese acto. Concretamente, mi posición es que estos actos no invalidan la obra del que los realiza, ni su trayectoria, ni incluso su posterior trayectoria, es decir, lo que haga en el futuro. Sin embargo, tampoco me parece que uno pueda utilizar esos argumentos cuando se produce un hecho que verdaderamente lo implica, puesto que no podemos ignorar que hay un antagonismo constitutivo de lo social y que, desde allí, hoy en día todos aquellos que somos y son denominados como “intelectuales” no están por fuera de ese antagonismo. De hecho, atraviesa lo social de tal manera que divide las aguas también en el mundo intelectual.

Aquella esfera intelectual que hubo en el siglo XIX y a comienzo del siglo XX, donde los intelectuales formaban parte de un mundo aún respetable en sus propias creaciones intelectuales, actualmente ya es más difícil por distintas razones. Entonces, pienso tal cual lo he expresado, que esos actos son merecedores, a mi juicio, de las críticas que los mismos merecen y que son pertinentes de acuerdo a como se han realizado.

Ahora, en lo que no acuerdo es en la idea de considerar la trayectoria por sobre la persona, porque en ese camino me parece que se establece una jerarquía.

APU: Hace tiempo que se vislumbra una banalización en los debates de ideas, que tiende a anular el pensamiento y el intercambio. ¿Qué piensa de la estrategia del denuncismo y la referencia a la indignación como herramienta política?

J. A.: Normalmente, lo que sucede es que, en general, el propio discurso televisivo y su propia matriz discursiva impiden un debate intelectual. Hay medios que buscan un determinado tipo de definiciones y hay otros, menos en este caso, que buscan otras definiciones. En cambio, en la radio, aún puede haber experiencias muy sugerentes en las que todavía uno puede articular lo que está trabajando verdaderamente. Supongamos que estoy trabajando en algo que no es exactamente coyuntural y no está inmerso actualmente en la situación de la Argentina, del Frente de Todos y de sus adversarios terribles. Esto, en la televisión, es prácticamente inviable, por lo tanto, uno mismo se tiene que dividir y aceptar estas reglas de juego si se pretende ser alguien que de algún modo colabore con un proyecto. Personalmente, a veces acepto ir a algún programa, de estos en donde hay que hablar a toda velocidad y con muchísima brevedad, donde verdaderamente los matices se pierden mientras que el debate de ideas no puede surgir.

Esto es realmente un problema porque, entonces, esos debates de ideas quedan sumidos exclusivamente al ambiente académico. Lo interesante sería que esos debates de ideas que no siempre son coyunturales, pudieran ayudar para caracterizar una época, para teorizar cómo debe construirse una fuerza política o, incluso, para hablar de la misma militancia. Sería interesante que pudiera volver a estar presente en la ciudad, en los movimientos sociales y en las distintas praxis. El problema a atravesar refiere, por un lado, a los medios y, por otro, el mundo académico porque ambos son insuficientes. En el mundo académico porque hay todo el tiempo un repliegue a su propio funcionamiento estatutario y a sus jerarquías, y en el mundo mediático por lo mencionado anteriormente.

Por ejemplo, hace poco di un seminario para recaudar fondos para los comedores populares en la Ciudad y el Gran Buenos Aires. Allí, el “Cuervo” Larroque, el ministro de Desarrollo para la Comunidad, mencionó que había una suerte de provocación porque, por un lado, había reflexión teórica, y por el otro, había una recaudación para comedores populares. Creo que acertó en el diagnóstico porque en ese seminario traté de desarrollar algo que no estaba en lo inmediato, vinculado a lo concreto. Por el contrario, lo considero decisivo y determinante para pensar una militancia, un modo de considerar cómo uno se tiene que posicionar en este mundo, un modo de pensar cómo analizar la realidad, ya que estamos involucrados y esa realidad se construye. Es decir, un modo de pensar qué hacemos nosotros con nosotros mismos en esa realidad que se está construyendo. Ahí es donde me parece que estaría el gran desafío, en la posibilidad de generar espacios que encuentren vías de transmisión que promuevan algo que no sea la universidad ni el aparato mediático. Como lo hace, por ejemplo, la AGENCIA PACO URONDO.

APU: ¿Está de acuerdo con la noción de una “izquierda clásica que está vieja, obsoleta, que debe renovar conceptos”?

J. A.: Coincido plenamente con la idea de una izquierda clásica obsoleta. De hecho, en mis trabajos, incluso uno que se llama “izquierda lacaniana”, puse en tela de juicio a esa izquierda. La izquierda clásica es aquella que cree que todo lo que no esté garantizado en un proceso histórico, lleve al proyecto revolucionario y destruya el capitalismo no es válido. Ese es un principio metafísico que no se puede denominar de izquierda. Solamente da lugar a que uno tenga una buena imagen de sí mismo y esté contento con esa imagen. Pero eso no va a provocar ningún efecto de transmisión del que mencioné antes. Les guste o no a los marxistas, es una teoría metafísica, el colmo del idealismo, en el sentido de que es una teoría que adelantaría cómo van a ser los hechos y cómo deberían ser los hechos en el futuro y sabe de antemano cuál va a ser el sujeto político de esos hechos. Es una pésima caracterización del capitalismo, de la época y de lo que puede ser un proceso transformador.

APU: No le gusta terminar con la distinción entre izquierda y derecha. ¿Por qué?

J. A.: Podemos no definir la izquierda por el momento, pero no disolvamos la idea de qué es la derecha. Ahora, en Madrid está a punto de gobernar la ultraderecha, en una relación de frontera porosa absolutamente unificada. Cuando aparecen esos discursos que mencionan que no hay izquierda ni derecha, mi experiencia dice que son extremadamente peligrosos, que encierran una trampa. Por ejemplo, cuando aparece ese peronismo esencialista que dice: “ni las categorías de izquierda ni la de derecha, etc.”, creo que es sumamente problemático. Ahora bien, el suspenso de la palabra “izquierda” implica aceptar que actualmente no hay definiciones estables ni un corpus teórico que le otorgue a esa palabra consistencia.

Lo mismo digo del movimiento nacional y popular. Es decir, en el siglo XXI hablar de Pueblo, nacional y popular está constituido en el léxico, pero a la hora de la eficacia transformadora eso debe ser también revisado. Incluso construido. Son categorías que proceden de nuestro legado histórico, que son importantes y muy inspiradoras, pero no necesariamente podemos darlas por hechas o constituidas para siempre. La contingencia atraviesa siempre al ser de lo político.

Entonces, la izquierda clásica propone una espera eterna a un momento anticapitalista. Realmente las situaciones son tan graves y urgentes para el pueblo que esperar que llegue el anticapitalismo no creo que sea una buena opción. A la vez, la palabra “izquierda”, en un mundo en el que no sabemos definir el después del capitalismo, ni sabemos verdaderamente cómo es el corte al capitalismo, ni siquiera podríamos definir el proyecto emancipatorio, lo tenemos como un deber a cumplir y sin este deber no seríamos nada. Nuestra vida carecería de sentido si no tuviéramos como posibilidad abierta la emancipación.

Para mí, los hechos históricos son fuentes de inspiración, pero nunca de reproducción nostálgica. O sea, no veo que pueda uno tener una relación nostálgica ni con el movimiento nacional popular peronista, ni con la izquierda revolucionaria. Es decir, pienso que son grandes fuentes de inspiración que no se pueden borrar y uno debe traerlas a la escena para volver a pensarlas y proyectarlas en la medida de lo posible de otra manera.

APU: ¿Qué pasa con los conceptos tradicionales: hay que abandonarlos para buscar categorías nuevas?

J. A.: Creo que la categoría del antagonismo es irreductible, es decir, hay que mantenerla porque si no la representación de lo social se vuelve una totalidad que simplemente debe quedar unificada a través de intereses y objetivos comunes de la nación. Entonces, me parece que la política queda reducida solamente a una gestión o a una especie de formalismo procedimental.

El antagonismo, por su parte, es un elemento constitutivo y transformador de lo social. Por ejemplo, la frase “lucha de clases” no la conservo en su sentido estricto porque no existen más intereses objetivos de una clase. Si tuviéramos que describir muy rápidamente un fenómeno nuevo del capitalismo actual, es que ya no se puede dar por hecho, de una manera natural, que exista una clase que tiene intereses objetivos, esto sería la revolución y el fin del capitalismo. Eso es una construcción metafísica. Por lo tanto, me interesa la palabra “antagonismo” porque eso siempre se está dando y es irreductible. Es una categoría que mantendría a condición de que se sepa que tenemos siempre que inventarla también y tenemos que saber bien de qué manera se da ese antagonismo. Los sectores populares se han separado de sus intereses objetivos, es decir, no responden ya como históricamente lo hacían.

APU: ¿Por qué se da esa situación de separación?

J.A.: Por ejemplo, acá en Madrid, todo el conurbano era rojo, es decir eran votantes del Partido Comunista y del Socialista, en cambio hoy va a ganar la derecha porque votan a ese sector. Esto quiere decir que hay una separación de los sectores populares, en algunos segmentos, por supuesto, de lo que Marx llamaba “los intereses objetivos”. Por eso la categoría de “lucha de clases” me parece compleja.

En cambio, mantendría, muy relativamente, la categoría de “demanda insatisfecha”. Pero creo que es insuficiente porque esas demandas insatisfechas muchas veces se satisfacen y no dan lugar a la cadena equivalencial que iría a formar parte de un proyecto hegemónico. Mantendría a la palabra “hegemonía”, pero la distinguiría metodológicamente del “poder”. No es lo mismo el poder que la hegemonía. El poder se reproduce a si mismo sin ninguna necesidad de construcción política, mientras que la hegemonía necesita una construcción política. Por su parte, el capitalismo se reproduce maquinalmente, es una inmanencia que se reproduce a sí misma y no necesita de ninguna construcción. Por último, mantendría la categoría de “pueblo”, en tanto no se entienda por Pueblo lo que está ahí ya para siempre definido, sino aquello que hay que construir.

En fin, todos los términos que mantendría los mantendría sujetos a una gran revisión. Pienso que muchas de estas categorías pueden mantenerse en la medida en que se reconozca la contingencia que las habita y atraviesa. No nos preexisten como esencias ya constituidas.

APU: Hace poco planteó que ya no hay batalla por sentido. ¿Dónde quedan para usted los espacios militantes que buscan disputar sentido, cualquiera sea su territorio de práctica?

J. A.: Con esa frase intento advertir lo siguiente: los representantes del neoliberalismo no están concernidos por el campo del sentido. Podría entenderse una batalla por el sentido si lo disputamos en un campo común. Pero si resulta que los medios neoliberales performativamente agarran cualquier hecho, lo separan de la verdad y transforman a ese hecho, combinado con otros hechos, en una serie de circunstancias que solo tienen como fin poner su artillería de guerra en funcionamiento, es muy difícil seguir con una concepción en donde lo que se está realizando es exactamente una disputa por el sentido.

Por tal motivo, lo que está haciendo el enemigo, que se comporta más como un enemigo que como un adversario, no es ver qué clase de sentido le damos a la historia y a la nación. Considero que incluso hay más disputa por el sentido entre nosotros, entre los que somos parte del propio campo. Por ejemplo, en el tema del macrismo, antes teníamos una unidad y ahora hay compañeros que me sorprenden. Esto empezó cuando fue el golpe a Evo Morales y se advirtió que ese bloque progresista no estaba tan unificado cuando notamos que había personas que de algún modo legitimaban ese golpe.

A mi entender, es muy importante en la militancia, más que la batalla por el sentido, la invención de un sentido. No sé si del otro lado quieren dar la batalla por el sentido, pero de nuestro lado sería muy sustancial generar todo el tiempo distintos tipos de invenciones del sentido. Nuevas formas para que el deseo pueda tener lugar e insista, puesto que al final la auténtica militancia no se tiene que sostener en los resultados inmediatos, no tiene más remedio que sostenerse en la insistencia de los deseos. Es decir, que nunca tienen ni resultados inmediatos, ni completos, ni nunca satisfactorios del todo. Entonces, me parece que un poco el desafío es la invención de nuevos sentidos. Respecto a esto, entran aquí la invención de la palabra “izquierda”, la invención de lo nacional y popular, la invención de muchas de las categorías que usamos en el siglo XX, y que después de la pandemia van a tener que ser revisadas muy cuidadosamente porque hay una especie de corte, aunque aparecido en la humanidad, del cual no podemos tampoco sustraernos ni distraernos con respecto a los efectos que va a traer consigo.

Otro aspecto en esa batalla por el sentido, siendo respetuoso, es en relación a los militantes que disputan el sentido común. El problema es que la palabra común del sentido habría que ver hasta qué punto está vigente, si bien hubo épocas en donde verdaderamente uno podía sentir que había una disputa por el sentido porque había, al menos, algunos campos de significación compartido que, aunque tuviéramos visiones opuestas, se podían desplegar. Ahora es como si quisiera disputar el sentido del libro de Macri, que para mí no merece ser leído, como para él y sus seguidores pensarán que no merece ser leído ninguno de los artículos que yo pueda escribir.