Entre el papel higiénico y la empatía

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Entre el papel higiénico y la empatía

16 Marzo 2020

Por Liliana Urruti

"Lo único necesario para que triunfe el mal es que los hombres buenos no hagan nada".
(Edmund Burke –1729-1797–, escritor, filósofo, político irlandés, padre del liberalismo conservador británico)

Ensayo sobre la Ceguera, del escritor portugués José Saramago Do Santos, viene a cuento de los que nos pasa y del sentido que la empatía da a las sociedades que enfrentan crisis. Y no estoy hablando de la crisis que supone el Coronavirus, sino de la crisis de la humanidad, en tu totalidad, que se hace visible por la propagación del COV. Y que lo interesante que nos planea la pandemia es precisamente que nos toca a todos más allá de las fronteras, por las que nos peleamos a diario.

Dice Saramago, en Ensayo sobre la Ceguera, que “el hombre que luego robó el coche, no tenía, en aquel preciso momento ninguna intención malévola, muy por el contrario, lo que hizo no fue más que obedecer a aquellos sentimientos de generosidad y de altruismo que son, como todo el mundo sabe dos de las mejores características del género humano, que pueden hallarse, incluso, en delincuentes más empedernidos que éste, un simple ladronzuelo de automóviles sin esperanza de ascenso en su carrara, explotado por los verdaderos amos del negocio, que son los que aprovechan de las necesidades de quien es pobre.”

A mi entender, la novela de Saramago habla de empatía, de comienzo a fin. Es una novela sobre la empatía ante la crisis, en este caso el contagio de unos a otros de la ceguera. Al hombre que robó el coche también se le advierten intenciones no malévolas. A ese hombre también pueden surgirle ganas de ayudar a otro, puede ponerse en su lugar y advertir su necesidad de ser ayudado. Aún, un ladrón, ante la crisis, puede apelar, buscar en su interior generosidad, altruismo y ponerlos en acción, en pos de salvar a otro más débil que él. Para Saramago todos los hombres no son malos por naturaleza, como decía Tomás Hobbes. Thomas Hobbes, sostiene que lo que de verdad mueve al hombre es su miedo y su egoísmo. El estado de la naturaleza es la “guerra de todos contra todos”. El hombre es el lobo del hombre. Saramago sostiene que en ocasiones agobiantes, el hombre puede dejar de lado su intención malévola. Y cuando dice “todo el mundo sabe” es porque el ser humano reconoce dentro suyo sentimientos nobles. Con un buen disparador, se le acciona ese botón que los dejará manifestar lo bueno que hay en él. Y, como todo el mundo sabe de la existencia del altruismo y de la generosidad, conoce esos sentimientos, tarde o temprano los pondrá en práctica. La voluntad para ponerlos de manifiesto depende de lo social, pero también depende de lo individual. También nos dice que es un ladronzuelo de poca monta, que trabaja para los verdaderos dueños del negocio. La empatía entonces, conocida por todos se pondrá de manifiesto en el ser humano, independientemente del sacrificio para sacarla afuera y ponerla en acción. No todos podrán hacerlo. Saramago también habla de poder, “de los que se aprovechan de las necesidades de quien es pobre”, y no nos adelantemos, puede haber una reconversión, pero en ese poder es donde radica el egoísmo, el egocentrismo, el salvase quien pueda. No obstante, hay una base, en la pirámide, que indica el camino hacia la empatía, aunque surja de la ecpatía, Lo deseable sería que se nos cuele las ganas de salvarnos y de salvar a otros. Entonces la esperanza no será una utopía. No será lo que es sino realidad.

Se trate del gobierno que se trate, democrático, monárquico, dictatorial, históricos o vigentes, y asumiendo las diferencias entre unos y otros, los pueblos, las sociedades que han experimentado situaciones límites, creen (a modo de definición) en la empatía, aunque no la practique.

En primer lugar la empatía debe provenir del Estado. En esa empatía se construye la certeza de que todos sus derechos políticos, económicos y sociales serán cumplidos desde la comprensión, desde la sensibilidad de sentir corporalmente (no desde la razón) que se está frente un grupo de personas que gobierna espontáneamente con consideración. Que no le es ajena la consideración, la empatía. Muchos llamarán a esto gobiernos populistas. Pero hay otra definición, la de gobierno nacionales y populares,

Desde lo individual cuando logramos que quienes están en la punta de la pirámide sean empáticos se adueña de nosotros una imagen visual: “mi gobierno me guiará y me cuidará, sea cual sea su procedencia.”

Podría confundirse con un cuidado paternalista, con un deseo infantil, ese que se asigna a los dioses que rigen cualquier fe. Sin embargo, cuando el cuidado está relacionado con el cumplimiento de derechos es una pretensión legítima. Es entender mi calidad y dignidad como ciudadano, como persona humana, que descarta la idea de que “lo malo no puede pasarme a mí”, y hace suyo eso de si algo malo me pasa será el Estado quién tenga las respuestas a mis preguntas.

En la inconsistencia, desconocimiento, incongruencia de la que todos gozamos, la empatía actúa como resguardo de la integridad personal, familiar. Igual papel se le asigna al Estado. En lo colectivo sería yo vitoreo tu existencia, empatizo con vos, me doy cuenta qué te pasa, vos me proteges, yo te protejo. O bien “La Patria es el otro”.

En esa obligación, a cambio de exigir empatía recíproca, imaginada, materializada, parecida al paternalismo pero no ya desde la pequeñez, de lo infantil, sino desde el empoderamiento se practica la empatía de arriba hacia abajo y hacia los costados.

El neoliberalismo conservador, de derecha, destruye la empatía. No es solo que no empatiza con sus gobernados arremete contra ellos, divide, aísla, como un virus, y mata. Y en ello parece radicar la decadencia de las sociedades actuales. En la presencia de gobiernos a los que no les interesa su gente y que si escribieran Ensayo sobre la Ceguera, no hablarían de los sentimientos altruistas de un ladrón.

Ni en los medios de comunicación, la empatía resulta posible en la práctica porque se buscan otras maneras de supervivencia. Son empresas que entienden la comunicación como en debe y haber de sus balances: el rating y el poder, como consecuencia. Aunque este aspecto merece un análisis aparte, yo me cuidaría de ellos. Estaría más atenta de sus intenciones.

Analicemos un caso. A la pregunta ¿qué sucede en el pueblo con la empatía? ¿Somos empáticos? ¿Damos por solidaridad? ¿Damos por empatía o damos limosna? ¿Comprendemos verdaderamente lo que le pasa al otro? ¿Compartimos lo que tenemos, sea poco o mucho, o damos lo que nos sobra?

Los viajes en colectivo, hoy por hoy no están recomendados pero cuando era el único medio de viaje permite analizar la existencia o inexistencia de la empatía, y permiten descifrar algunos aspectos de nuestros comportamientos. Hablemos de lo que no se habla: la discapacidad, por ejemplo. Hablemos de las personas con discapacidad motora que trabajan y viajan en colectivo. Las personas con discapacidad tienen necesidades especiales que las empresas de colectivos desconocen. Desde hace poco tiempo, una disposición -escondida en el éter. No pública- parece indicar que los discapacitados, no pueden viajar en el primer asiento. Los discapacitados motrices son los que no pueden caminar en tierra firme, y ni qué hablar de la dificultad, del riesgo, de hacerlo en un medio móvil. Los asientos que destinados –en la mayoría de los colectivos- son los que están enfrentados y no tienen pasamano. Salvo la disposición que los pasajeros a ayudarlos es imposible el traslado hasta llegar al asiento y partir de él hacia la puerta de entrada, en el momento de bajar. No en pocas ocasiones he visto discapacitados intimados, violentados y amenazados por el conductor de dejarlos en el medio de la calle si no acatan la orden de no sentarse en los primeros asientos. Los pasajeros, ansiosos de llegar a destino, apoyan la decisión del más fuerte, que no es la persona discapacitada, precisamente. ¿Y la empatía? Se exigen el cumplimiento de esa disposición pero no paran en todas las esquinas. ¿Somos solidarios cuando otro nos necesita, aunque ello demore unos minutos más llegar a destino? ¿En qué condiciones viaja y cómo queda un discapacitado después ser abandonado en el medio de la calle? ¿Desde qué lugar pensamos “esto a nosotros no nos va a pasar? Las mismas preguntas pueden hallar respuesta en el aprovisionamiento de rollos de papel higiénico o en volver al país y no cumplir con los protocolos de seguridad por Coronavius. Pero “No basta con hacer el bien, hay que hacerlo bien” (Denis Diderot)

En la empatía, en reconocer al otro como un igual, radican los derechos humanos. ¿Pero se puede esperar (de esperanza) reciprocidad si desconozco al otro? Si me asumo empático pero todo indica que soy ecpático, le niego acción y amor a otro, estoy negándole sus derechos, desconociendo que alguna vez puedo ser víctima, e interrumpiendo el flujo que tiene todo avance. Me vuelvo cómplice. Soy un violador de aquellos derechos iguales al que estoy defendiendo para mi bien. Recuerdan el poema del pastor luterano alemán Martin Niemöller (1892-1984).

"Primero vinieron por los socialistas,
y yo no dije nada, porque yo no era socialista.
Luego vinieron por los sindicalistas,
y yo no dije nada, porque yo no era sindicalista.
Luego vinieron por los judíos,
y yo no dije nada, porque yo no era judío.
Luego vinieron por mí,
y no quedó nadie para hablar por mí"

Otro análisis es posible anida en los tipos de Estado. Cada ideología política prefiere una forma específica de tutelar, o simular que tutela los derechos de los ciudadanos.

En el caso de nuestro país, desde 1976 a 1983 vivimos una dictadura cívico, militar, eclesiástico y empresaria, vivimos siete años de la mayor ecpatía de la que se recuerde, y el algo habrán hecho, lo descubre. El verano alfonsinista no alcanzó a cubrir las expectativas y fue en las expectativas no resueltas que los neoliberales se hicieron cargo del poder. Recién a partir del 2003 se hizo visible y se accionó otra forma de entender los vínculos, y las interacciones sociales.

En el 2015 volvió la oscuridad y se rompió el entramado social que durante doce años supimos conseguir. Las únicas habilidades de los gobiernos nacidos de elecciones como las del 2015 son la propaganda y la instalación de la cultura ecpática. Dividir, fragmentar los lazos sociales. Vivimos apenas 34 años, durante el siglo XX, sometidos a las directivas de gobiernos ecpáticos, contra ochenta años de gobiernos que intentaron estrechar vínculos. La diferencia es profunda a favor de la democracia, y sin embargo no pudimos salir airosos. Los mensajes de sálvese quien pueda y la meritocracia, como expresión integral de la vida ciudadana triunfaron con amplio margen.

Algunos descubrimientos arqueológicos han demostrado que los cambios culturales, más significativos, que implican la aparición del arte y los enterramientos (vida espiritual), precedieron al sedentarismo y la agricultura, de modo que hay pocas dudas de que primero se han dado los cambios culturales y después de éstos, los cambios económicos y políticos. Esta idea de progreso humano, ha primado. El desarrollo social como consecuencia del desarrollo cultural en el sentido de extensión y enriquecimiento de la empatía, es el ejemplo. No hay ningún hito histórico en el que los mercados o los gobiernos hayan precedido a la cultura o existan en su ausencia. Tanto los mercados y los gobiernos son extensiones de la cultura, nunca a la inversa, sin embargo no adhiero a eso de que hemos tenido y tenemos los gobiernos que nos merecemos.

Para visualizar la empatía pongamos por caso dos personas enfrentadas a las que nosotros observamos su perfil. Dan un paso hacia adelante, dos, tres. El avance resulta en un holograma donde la mitad de uno ocupa la del otro. En esa fusión se confunden su rostro, su torso, sus bustos, sus cinturas, sus caderas, sus piernas, sus pies. Pueden llegar a confundir también sus pensamientos, emociones y sentimientos. Confundirse con el otro es ponerse en su lugar para sentir lo que el otro siente. La otredad. Sobre ella tuvimos una frase que fue determinante en lo político, y la citamos antes: “la Patria es el otro”, y que en lo antropológico podríamos denominar empatía.

¿Cuándo nos damos cuenta de la existencia de la empatía? En ocasiones cuando la voluntad nos llama a la acción y el altruismo nos grita, inexorablemente, y no olvidamos que la ecpatía, también es voluntaria. Existe una tensión social entre la empatía y la ecpatía. Dos palabras a las que les sobrevuelan lo político y lo ideológico. Vemos como la derecha se resguarda debajo del manto de la ecpatía y desde allí controla como un panóptico las conductas. Así sobrevive. Por el contrario cuando se trata de modelos nacionales y populares el alimento es lo opuesto y también viven de eso.

Las sociedades están obligadas a la empatía, si acordamos que el hombre no es malo por naturaleza. Necesitan de la empatía vertical y horizontal. Veremos cuánto de lo uno y de lo otro nos atraviesa en esta etapa. Si somos capaces de no amontonar rollos de papel higiénico.