"El psicoanálisis cuestiona lo establecido porque sostiene una ética del deseo que no se reduce a nociones de bienestar"

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"El psicoanálisis cuestiona lo establecido porque sostiene una ética del deseo que no se reduce a nociones de bienestar"

16 Noviembre 2019

Por Branco Troiano

APU: ¿Por qué creés que el psicoanálisis se mantiene tan vigente en países como Argentina y Francia y sufre tal decaimiento en el resto del mundo? 

Alejandro Conrad: Supongo que hay múltiples razones para pensar esa vigencia en algunos países y no en otros. Para situar un punto de partida puntual, sin desconocer el conjunto de esas razones, creo que hay algo en el habla que nos habita que se ha vuelto permeable a ciertos efectos que el psicoanálisis produce e inscribe, a la larga, en el acervo cultural, modificándolo. De algún modo, esos efectos se diseminan, se alteran, son usados como nociones que intentan explicitar, formular, algo que siempre nos atraviesa y que tiene que ver con el malestar. No digo que la nuestra sea una lengua especialmente apta para esa operación, porque creo que todas, con sus particularidades, suponen la posibilidad de registrar esos efectos. Digo que, seguramente, la conjunción de ciertas condiciones sociales y culturales hizo posible que se extendiera del modo en que lo hizo en nuestro país. Para plantearlo con un poco de humor, quizá esta pregnancia tenga que ver con los modos fallidos de resolver esa dimensión, irreductible por otra parte, del malestar en la cultura. Digamos que toda cultura tiene su malestar, toda cultura, toda sociedad, supone estar afectada por ese fondo sin solución posible de un malestar. Probablemente, las políticas que operan explícita y subrepticiamente a la vez para acallarlo, para suturar esa falla constitutiva en algunos lugares haya tenido resultados más contundentes que en otros.

APU: ¿Pero eso no da lugar para decir que es posible asimilar este malestar a la precarización de la vida?

AC: No, no es posible. Eso sería una operación canalla. El psicoanálisis pone en cuestión lo establecido no por una vocación tirapiedras, sino como un efecto de su posición como discurso que interroga y que sostiene una ética del deseo que no puede reducirse a ninguna noción de bienestar. En ese trabajo se recorre, para cada uno, cierta dimensión trágica de la existencia, lo cual no goza de buena prensa en buena parte de las comunidades. Existen lugares en los que el psicoanálisis ha quedado como una especie de excentricidad para algunos a quienes les gustaría estar tanto tiempo dándole vuelta a las cosas en vez de resolverlas más prácticamente. Sin tener una respuesta contundente para esta cuestión, creo que hay sociedades en las que, por múltiples razones que exceden completamente mi posibilidad de dar cuenta de ellas, esa dimensión de malestar no ha sido suficientemente acallada; y que en ese intervalo, en esa rajadura por la cual supura lo que intenta suprimirse, se inscribe este discurso que opera sobre ella en lo subjetivo, en los modos en que ello afecta la existencia de cada uno.

APU: Mucho se habla de la sugestión que ejerce una u otra terapia, ya sea la psicoanalítica, la cognitivista o cualquiera de todas las demás existentes. ¿Considerás que tiene algún sentido discutir sobre eso? Y en caso de que sí lo tenga, ¿cómo se para el psicoanálisis ante el tema?

AC: La sugestión opera en cualquier relación humana. En los distintos tipos de tratamientos, psicológicos, psicoanalíticos, etcétera, está implicada una dimensión de esto. Y según cómo resuelvan el problema que plantea será su ética, la de cada corriente. En el caso del psicoanálisis, esta dimensión está tramitada en términos de transferencia. Y la ética que sostiene la práctica analítica implica que no se hace uso del poder que la transferencia otorga. Hay un texto muy importante de Jacques Lacan que se llama Dirección de la cura y los principios de su poder. Ya en el título encontramos explicitada esta dimensión que no es privativa del psicoanálisis, sino que en él se opera de un modo particular con esto. Y esa operatoria está sostenida en el deseo del analista como función, lo que quiere decir que no se trata de lo que la persona del analista quiera para el analizante, sino que ese sostén, ese soporte, está constituido por un vacío, lo que llamamos abstinencia del analista. Él se abstiene de sus creencias, de sus anhelos como persona, de sus miedos, etcétera, en la medida de lo posible. Y para ello es que el análisis personal del analista, el estudio de la teoría y la clínica y la supervisión, contribuyen como un trípode sobre el que se regula la práctica. A diferencia de otras corrientes, en nuestro caso no hablamos de sugestión porque la ética del psicoanálisis implica que no se utiliza ese poder que la transferencia otorga.

APU: Ha pasado más de un siglo desde la irrupción de Freud en el campo de la psicología, ¿cuáles son las resignificaciones de sus teorías que, en caso de que existieran, más valorás? 

AC: La obra de Freud está viva en tanto siempre se producen resignificaciones y relecturas. Valoro mucho la realizada por Lacan. Él realizó una lectura que, siendo fiel a la obra de Freud, la puso a trabajar a partir de sus premisas. Produjo lo que se llamó un Retorno a Freud, lectura que puso en cuestión algunas otras realizadas hasta ese momento y que suponían un desvío hacia concepciones que fueron duramente criticadas por Lacan que, a partir de ese trabajo, llega a producir lo que él dice que es su único aporte, el objeto a. Esta lectura lacaniana de la obra de Freud tiene un correlato clínico insoslayable, es decir, modifica la clínica de una manera radical. Cada teoría, cada escuela, supone una clínica particular, una ética que se sostiene en acto. A esta dimensión ética Lacan le dedicó todo un seminario, el 7, aunque está presente a lo largo de toda su obra. Digamos que la lectura que hizo Lacan puso al sujeto como efecto de su inscripción en el lenguaje y al inconsciente articulado como un lenguaje, diferenciándose definitivamente de cualquier concepción que se sostenga en la idea de contenidos innatos, naturales, instintivos, arquetípicos o incluso genéticos. Su apuesta, siguiendo a Freud, es que para el psicoanálisis se trata de eso, de la relación con ese orden simbólico que es origen y sostén de lo humano.

APU: Entonces, ¿qué es Lacan para el psicoanálisis? 

AC: En este sentido, Lacan para el psicoanálisis es una figura fundamental. Pero, como no puede ser de otro modo, también controversial y problemática. Es tan amado como odiado. Porque creo, además, que los efectos que produjo su enseñanza y la práctica que sostuvo en términos de la transmisión, han derramado hacia ámbitos que van más allá de lo estrictamente clínico, produciendo cuestionamientos y reformulaciones en distintos aspectos de la vida de la cultura.

APU: ¿Por qué considerás que ciertas corrientes reducen al psicoanálisis a "un relato literario"?

AC: La reducción a un relato literario del psicoanálisis: creo que es un intento posiblemente resistencial o defensivo para aplanar los efectos de los que da cuenta toda su tradición. Más allá de algún gesto desprevenido, por ignorancia tal vez, no creo que se trate de un propósito inocente. El problema es que su transmisión excede la dimensión del relato. Se trata de otra cosa. Y esa otra cosa, también hay que decirlo, no siempre es fácilmente contable. Hablar de psicoanálisis parece fácil, de hecho cualquiera lo hace. Pero en sentido estricto dar cuenta de sus operaciones y de sus efectos es de lo más difícil que puede haber en este campo que podemos vincular al relato, a lo contable.

APU: En esto de no tratarse de un propósito inocente pienso que podría entrar en juego alguna operación política. ¿Creés que el psicoanálisis es particularmente incómodo para algún espacio político?

AC: El psicoanálisis sostiene una posición que resulta incómoda en tanto no permite que se produzca el cierre de esa diferencia que se intenta cerrar desde cualquier situación de poder.  Digamos que el psicoanálisis encarna el lugar de un síntoma en la estructura social.  Hay algunas fuerzas políticas que pueden ser más o menos tolerantes; pero en esencia, deben intentar cerrar, obturar ciertas fracturas, acallar verdades incómodas y disfuncionales a los intereses que representan, sean los que fueren.  Reprimir, en definitiva.  Por eso el psicoanálisis, desde su ética, no resulta cómodo a ninguna fuerza y, seguramente, no ocupará jamás posiciones de poder.  Lo cual no significa que no pueda haber psicoanalistas ejerciendo funciones políticas.  Se trata de dos éticas diferentes, de dos relaciones diferentes con lo imposible.  Recordemos que Freud planteó algunas profesiones imposibles, entre las que se encuentran el psicoanálisis y la política.  Digamos que el psicoanálisis transita el margen, ni siquiera de modo marginal que ya implicaría una cierta institucionalización de ese lugar.

APU: En épocas tan marcadas por el feminismo, ¿cómo pensás al machismo en las postulaciones de Freud? O, en verdad, ¿cabe lugar para hablar de machismo en su obra?

AC: Es un tema bien complejo y difícil, en el que estamos inmersos, como en medio de un vendaval de ideas, planteos, cuestionamientos y peleas. Hay que ser prudentes. Hay que darle tiempo a que lo nuevo que aparece en este campo se imbrique con la teoría y la práctica del psicoanálisis. De cualquier modo, creo que hay que diferenciar lo que podemos pensar y tematizar en términos de problemáticas de género, absolutamente necesarias y con alcances que aún no podemos valorar en su total magnitud, de las cuestiones que tienen que ver con las estructuras subjetivas. Las postulaciones freudianas trabajan sobre problemáticas que hoy por hoy se ponen en cuestión como efectos de una lectura machista. No comparto eso en su totalidad, aunque sí es cierto que Freud produjo algunas formulaciones que pueden leerse como misóginas. Creo que eso está pensado y articulado en el campo del psicoanálisis desde hace mucho tiempo, ya que ha habido mujeres notables que han creado teoría y clínica, como Melanie Klein, Francoise Dolto, entre otras, Arminda Aberastury aquí, Eva Giberti, etcétera, que han sostenido una tensión incómoda e imprescindible. Y creo, también, que, como en tantos espacios de la vida, el poder ha estado mayoritariamente en manos de los hombres. Es inevitable que esto cambie, y entiendo que el movimiento feminista en nuestro país ha sentado las bases para que ese cambio se inscriba culturalmente, lo cual implica, sí o sí, que lo haga a través de la política para que esas modificaciones tengan su correlato en términos de la ley.