“El nuevo plan del MINCYT retoma la visión histórica del Pensamiento Latinoamericano en Ciencia, Tecnología y Desarrollo”

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    Entrevista a Manuel Marí

“El nuevo plan del MINCYT retoma la visión histórica del Pensamiento Latinoamericano en Ciencia, Tecnología y Desarrollo”

09 Agosto 2021

Por Julián Bilmes, Andrés Carbel y Santiago Liaudat

Manuel Marí fue coordinador técnico del Programa Nacional de Prospectiva Tecnológica del Ministerio de Ciencia y Tecnología de la Nación hasta diciembre de 2016, y asesor de la Secretaría de Ciencia y Tecnología entre 1997 y 2007, para la elaboración de su Plan Estratégico Nacional. Previamente, entre 1979 y 1997, fue especialista principal de la OEA en Washington, encargado de la coordinación de proyectos de política científica y tecnológica y de prospectiva en los países latinoamericanos. Su último libro, publicado en 2018, es Ciencia, Tecnología y Desarrollo: políticas y visiones de futuro en América Latina (1950-2050) (editorial Teseo).

APU: ¿Cuál fue el rol que usted tuvo durante los gobiernos kirchneristas en relación con la elaboración de planes estratégicos?

Manuel Marí: Estuve en la Secretaría de Ciencia y Tecnología (SECyT) desde 1997. Me había ido del país por la dictadura, en 1976, y desde 1979 trabajé en la OEA en su sede de Washington en temas de política científica y prospectiva. Regresé al país en 1997 y entré, como dije, en la SECYT, en la que por entonces estaba al frente Juan Carlos Del Bello, recientemente fallecido. En 1999 cambió el gobierno, y se sucedieron una serie de secretarios. Pero yo me mantuve en la Dirección Nacional de Planificación y, en particular, en la Dirección de Planificación y Programación. Allí me encontraba en 2003 cuando asumió Tulio Del Bono en la SECYT. Entonces participé fuertemente en la elaboración del Plan Estratégico Bicentenario 2006-2010. En cambio, no había tenido tanta participación en los planes de la gestión de Del Bello, que era el que había iniciado este tema con un impulso muy grande.

En esa época, 1997 y 1998, coordiné un estudio sobre las áreas de vacancia de la ciencia en Argentina, del que resultó un libro muy interesante. Ya en la etapa de Del Bono se encargó, en un primer momento, al Centro Redes -dirigido por Mario Albornoz- que hiciera unas Bases para el plan. Ellos elaboraron, a través de algunos trabajos prospectivos y consultas a expertos sobre distintas áreas-problema, las "Bases para el Plan Estratégico de Ciencia y Tecnología". Nuestra tarea era supervisar desde la Secretaría la metodología. Esa etapa preliminar culminó hacia 2005 aproximadamente. Luego comenzamos el trabajo de planificación del que yo estuve a cargo, tanto de la redacción como de la coordinación técnica en la elaboración del plan. En esta etapa no participó el Centro Redes. Se decidió avanzar en el plan estratégico recogiendo algunos elementos de las bases, pero con un planteo totalmente nuevo.

Luego, en los planes estratégicos de la gestión de Lino Barañao no tuve participación directa ya que en la Secretaría de Planificación se decidió crear dos Subsecretarías, una de estudios y prospectiva, y otra de planificación. Yo fui asignado al área de prospectiva como Coordinador Técnico, por eso no tuve participación directa en los planes estratégicos de la gestión de Barañao, más allá de estar en contacto y participar de algunas reuniones.

APU: ¿Qué balance hace sobre las planificaciones estratégicas de la cual usted fue parte?

MM: Me voy a centrar en el Plan Estratégico de Ciencia y Tecnología 2006-2010 elaborado en la gestión de Del Bono. El balance que hago es muy positivo. El plan fue concebido a partir de la experiencia que traía de la OEA, a través de proyectos que llevábamos prácticamente con todos los países de la región, guiados por la idea de la integración de la ciencia y tecnología en los planes de desarrollo. Después de la crítica que habíamos hecho en las décadas de 1960 y 1970 al modelo lineal ofertista, basado en el fomento a la ciencia básica y la idea de que eso “empujaba” a la tecnología, nos orientábamos más hacia un modelo sistémico, de interacción entre ciencia, tecnología y necesidades socioproductivas.

Esto respondía a todo lo que habíamos estado hablando desde el Pensamiento Latinoamericano en Ciencia, Tecnología y Desarrollo (PLACTED) desde los años sesenta. Esencialmente, la integración de la ciencia y la tecnología en el desarrollo social y productivo. Luego con la crisis de la década de 1980 y el neoliberalismo en los ’90, esto se perdió totalmente. Los planes eran simplemente metas de personal, inversión, etcétera.

Una experiencia clave en mi formación, que luego busqué llevarla al Plan del Bicentenario, fue un proyecto dirigido por Francisco Sagasti (que fue presidente interino del Perú hasta hace poco, antes de Pedro Castillo), al que me incorporé luego de salir de Argentina en 1976. Se trató de un proyecto muy importante que se llevó a cabo entre la OEA y el Centro de Investigaciones para el Desarrollo Internacional de Canadá. Participaron muchos países latinoamericanos, africanos y asiáticos. Yo estuve participando en la última parte del proyecto. Ahí trabajamos la idea de que, justamente, lo importante de la planificación de ciencia y tecnología es la integración con los planes de desarrollo. Y, además, se planteaba un doble camino: por un lado, los sectores productivos y sociales tienen que darle a la ciencia y la tecnología los problemas que estas pueden ayudar a resolver. Pero, además, hay una vía inversa por la que la ciencia y tecnología puede proponer a los sectores productivos y sociales oportunidades de desarrollo en base a determinadas tecnologías.

De ahí que lo que planteamos en el Plan del Bicentenario 2006-2010 fue trabajar en torno a áreas-problema. Un poco lo que ahora se está recuperando con el secretario Diego Hurtado en el plan 2030: orientarse por los grandes problemas nacionales. Para esto seleccionamos nueve áreas-problema, en conjunto con las Secretarías de Estado que tenían más relaciones con ciencia y tecnología: desarrollo social, producción, agropecuaria, medio ambiente, transporte, energía, salud, educación, defensa. A estas áreas-problema se les llamó "áreas-problema-oportunidad", es decir, se trata no sólo de detectar problemas y proponer soluciones en base a la ciencia y la tecnología, sino visualizar qué oportunidades pueden generarse para los sectores productivos y sociales desde la ciencia y la tecnología.

Se elaboraron documentos por área-problema, coordinados por expertos que elegimos de común acuerdo con las Secretarías de Estado correspondientes. A su vez, cada experto realizaba consultas a otros académicos, y a gente del gobierno y de las empresas. Se buscaba identificar los principales problemas y oportunidades para cada uno de los sectores. Finalmente, esos documentos eran discutidos entre nuestra secretaría y las demás secretarías, y fue el eje central del plan 2006-2010.

A su vez, se definieron algunas áreas temáticas, que había que cruzar con las áreas-problema-oportunidad. Me refiero a biotecnología, tecnología de la información y comunicaciones, matemática interdisciplinaria, tecnologías biomédicas, recursos del mar, nanotecnología, microelectrónica material, etcétera. En base a ese cruce entre áreas temáticas y áreas-problema-oportunidad se establecieron las prioridades. Luego el Gabinete Científico-Tecnológico (GACTEC), que reúne a los Ministros de áreas en que la ciencia y la tecnología son relevantes (o sea, la misma gente con la que veníamos trabajando a nivel Secretarías de Estado), revisó el Plan del Bicentenario en varias reuniones y lo aprobó muy encomiásticamente.

En síntesis, creo que un plan de ciencia y tecnología consiste en eso: en responder a las demandas de los sectores productivos y sociales del país y, al mismo tiempo, promover oportunidades que se pueden dar en cada una de las distintas áreas.

APU: A partir de la creación del Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva (MINCYT), ¿qué sucedió con este plan?

MM: Desgraciadamente, no se llevó adelante. Lino Barañao ordenó, a poco de asumir, la implementación de un nuevo plan. Él decía en conversaciones que, mientras tanto, estaba vigente el Plan del Bicentenario. Pero en la práctica no se cumplía. Por ejemplo, presentamos proyectos a la Agencia Nacional de Promoción Científica y Tecnológica (ANPCyT), la actual Agencia I+D+i, enmarcados en los sectores definidos como prioritarios en ese plan. Pero lamentablemente muchos de ellos no fueron aprobados, a pesar de haber sido presentados en conjunto con otras secretarías, como la de Daniel Arroyo en el Ministerio de Desarrollo Social.

Creo que la causa fue el cambio de orientación que Barañao le dio a la política de lo que era la SECYT cuando pasó a ser MINCYT. Por ejemplo, el ministro desactivó el GACTEC. Entonces el plan 2020 no fue elaborado en conjunto con otros ministerios. Se elaboró directamente desde el MINCYT. Para ello se establecieron poco más de treinta núcleos socio productivos estratégicos, en los que se convocó a expertos, empresarios y miembros de los ministerios. Pero a título un poco individual. La explicación de esto es, a mi entender, la cerrazón que Barañao le fue dando a su gestión respecto a otras áreas de gobierno. Recuerden sus declaraciones deslegitimando a las ciencias sociales. También se cortaron mucho las relaciones con otros ministerios. Esa es mi impresión general.

APU: ¿Cuál es su balance de las experiencias de planificación en las décadas de 1980 y 1990? ¿Se recuperaron ideas del PLACTED de los años sesenta y setenta?

MM: Bueno, pasaron muchas cosas realmente. En la época de Alfonsín hubo gente muy interesada en este tema. Manuel Sadosky, entonces a cargo de la SECYT, tuvo mucho interés. Creó un programa de innovación en el que participó mucha gente que estaba regresando al país. Abarcaba distintos temas relacionados con áreas productivas. En ese momento las nuevas tecnologías empezaban a despertar mucho interés. Pero las dificultades del gobierno de Alfonsín hicieron que eso no prosperara.

En los noventa fue Del Bello, a pesar de las críticas que se le pueden hacer, quien empezó a impulsar mucho lo que es el trabajo en torno a la demanda de conocimiento. Cuando asumió en 1996 puso gente muy interesante a trabajar en ese sentido, llevó el FONTAR a la Secretaría y creó la Agencia: esto último le significó una relación conflictiva con el CONICET. El proyecto en que me tocó trabajar alrededor de las áreas de vacancia de la ciencia argentina, con una participación de más de quinientos científicos de todo el país, fue un poco para responder a ese descontento. Fundamentalmente, por haber colocado en la Agencia, recién creada, los grandes fondos de financiamiento a la investigación, por fuera del CONICET. Esto generó rispideces.

La objeción que yo tendría a su gestión es que la visión estaba muy orientada por lo que organismos internacionales como el BID o la OCDE impulsaban en ese momento. Y si bien estaba la idea de la vinculación entre gobierno y ciencia, entre necesidades y capacidades, entre lo tecnológico y lo científico, siguió quedándose mucho en lo que es el sector. No se pudo romper el ofertismo. Eso fue lo que tratamos de revertir con el Plan del Bicentenario 2006-2010. Y esa es la orientación que se ha retomado en el Frente de Todos actualmente: una ciencia y tecnología que responda a las grandes misiones del desarrollo del país.

APU: Respecto a la cuestión de los organismos internacionales, ¿qué rol cree usted que tuvieron en relación con la planificación en ciencia y tecnología durante los gobiernos kirchneristas?

MM: En la gestión de Del Bono, el BID dejó hacer. Pero seguía siendo una importante fuente de financiamiento. Desde comienzos de la gestión no estábamos muy de acuerdo con esto. En nuestra área decíamos que era muy factible para el Estado hacerse cargo del financiamiento y sacarse de encima a toda la burocracia del BID. Sobre todo, en Argentina. Porque el BID pudo haber sido útil en algunos países con menores capacidades institucionales en el área. Pero no logramos convencer a nuestro gobierno de la necesidad de más fondos. Y de la importancia de que, al igual que nos liberamos del FMI, nos liberáramos del BID. En ciencia y tecnología no tuvimos esa capacidad. Recuerden que éramos en ese momento todavía Secretaría. El ministro era Daniel Filmus. Y bueno, no tuvimos el apoyo suficiente o la decisión de liberarnos del BID.

Luego, cuando llegó Barañao, los lazos con los bancos fueron más fuertes. Llegaron además fondos del Banco Mundial. Incluso proyectos que se hacían con recursos propios pasaron a ser financiados por el Banco Mundial. Eso implica una tremenda burocracia: traducir informes, guías de estudio, discutir, enviar todo, que ellos respondieran, etc. Mi visión es que los organismos internacionales pueden ayudar en algunos casos, pero en otros conviene sacárselos de encima. En países pequeños puede ayudarles a llevar metodologías de planificación y conectarlos con buenos científicos y expertos. Pero en Argentina realmente no se necesitaba eso. Puede parecer contradictorio lo que digo con mi trayectoria en la OEA. Pero yo trabajé allí por motivos de supervivencia, al salir de Argentina por la dictadura. Antes había estado trabajando con proyectos de la OEA, y me ofrecieron ir a Washington. Un organismo con el que no estaba políticamente en nada de acuerdo. Sin embargo, entré en el área de ciencia y tecnología donde por algunas casualidades de la historia el pensamiento latinoamericano pudo implantarse, de la mano de Jorge Sábato, Amílcar Herrera, Enrique Oteiza, a través del director del área, el uruguayo Máximo Halty Carrere.

APU: ¿Cuál es su visión del actual proceso de elaboración del plan 2030?

MM: Felizmente veo que en el plan 2030 se está recuperando el espíritu del Plan del Bicentenario 2006-2010. Al parecer, lo esencial del plan será responder a la demanda. Y toman como punto de partida un antecedente claro: la demanda inmediata que generó la pandemia, y el modo en que se respondió articuladamente con otros ministerios. Es muy interesante al respecto leer las palabras del ministro Roberto Salvarezza en la entrevista que salió publicada en Ciencia, Tecnología y Política y en la Agencia Paco Urondo. Entonces se proponen agendas nacionales, vinculándose con los sectores productivos, con los sectores sociales, con los territoriales y proponiendo, al mismo tiempo, un cambio institucional.

Todo esto me complace mucho, después de la desarticulación que dejó la gestión de Barañao, volver a tener una mirada coordinada en ciencia y tecnología. Me da una gran alegría ver en los últimos meses la importancia que se le está dando a trabajar por misiones, las grandes agendas nacionales, responder a la demanda, las agendas territoriales o federales, transversales y toda la vinculación que están teniendo con los demás ministerios para apoyarse mutuamente en los planes de cada sector. En ese sentido, creo que el nuevo plan retoma lo que era la visión histórica del Pensamiento Latinoamericano en Ciencia, Tecnología y Desarrollo.