Iglesia y dictadura: detuvieron al ex capellán Aldo Vara

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Iglesia y dictadura: detuvieron al ex capellán Aldo Vara

29 Abril 2014

 

Por Diego Kenis

Efectivos de Interpol detuvieron hoy lunes 28 en Ciudad del Este, Paraguay, al sacerdote católico Aldo Vara (80), capellán y capitán del Ejército durante el terrorismo de Estado de la última dictadura, quien ya en la tarde estaba siendo traslado a la capital Asunción. La fuerza policial internacional buscaba a Vara desde octubre último, a pedido de la Justicia Federal bahiense que hizo lugar a lo solicitado por los fiscales Miguel Palazzani y José Nebbia, quienes acusan al presbítero de participar en delitos de lesa humanidad. Los fiscales requirieron la detención del sacerdote dos días después de la elección del cardenal Jorge Bergoglio como Papa y fueron notificados de su detención transcurrido apenas uno desde la canonización de los fallecidos pontífices Juan XXIII y Juan Pablo II.

Tras la original y acostumbrada negativa del juez Santiago Martínez, a cargo de las causas por delitos de lesa humanidad, los fiscales apelaron ante la Cámara Federal. El tribunal de alzada les dio la razón, revocó el fallo denegatorio de primera instancia y ordenó al Juzgado disponer la captura de Vara, trámite que se efectuó con la firma del magistrado Álvaro Coleffi, quien a diferencia de Martínez actuó de manera expedita en conjunto con la Unidad Fiscal para que finalmente se lograse la detención del escurridizo sacerdote.

Cigarrillos al CCD

El pedido de la fiscalía para detener e indagar a Vara se basó en la abundante cantidad de testimonios que refieren el contacto que tenía con personas secuestradas en dependencias del V Cuerpo, del que fue capellán hasta su renuncia en 1979. Las más concluyentes son las referencias del caso de los entonces estudiantes secundarios de la Escuela Nacional de Educación Técnica 1 (ENET) de Bahía Blanca, que permanecieron primero en el Centro Clandestino de Detención (CCD) “La Escuelita” y luego de un simulacro de liberación fueron reconducidos a instalaciones del Batallón de Comunicaciones 181, hasta donde se acercaba para tomar contacto con ellos el cura Vara, vestido “con sotana, o con pantalón y el cuello blanco de los sacerdotes”.

Los testimonios indican, además, que durante las visitas Vara interrogó a los estudiantes clandestinamente detenidos, les dio “algunos consejos” y llegó a llevarles cigarrillos o galletitas, configurándose de este modo en “el bueno” del juego de roles del interrogador malo y el interrogador bueno que señaló el fallo por el cual se condenó al también capellán Christian Von Wernich, de similar desempeño. Sin embargo, su grado de bondad real era bien relativo: Gustavo López, secuestrado en el predio del V Cuerpo, pidió al sacerdote que avisara a sus padres dónde se encontraba, pero tal como indicó ante el Tribunal Oral Federal bahiense su madre, María Gallardo Lozano, “ese ruego nunca llegó”. Durante su declaración testimonial de 1999 en el Juicio por la Verdad abierto en Bahía Blanca ante la obstrucción que las leyes de impunidad producían en las investigaciones penales, el cura admitió haber tenido contacto con los estudiantes secuestrados, que le mostraron las secuelas de las torturas padecidas, aunque dijo no recordar el pedido de comunicación con sus padres. Tampoco consideró objetable su comportamiento ante personas torturadas, pese a que el entonces fiscal Hugo Cañón le recordó que el cristianismo considera a los cuerpos de las personas “templos vivientes”. “Si en la Argentina hemos tenido excomuniones por violaciones a templos materiales, yo pregunto qué se debe hacer cuando hay violaciones a templos vivos como son un hombre o una mujer”, dijo Cañón. El cura no respondió.

Otro ejemplo del comportamiento de Vara se desprende a partir del caso de Patricia Chabat, secuestrada y detenida clandestinamente en “La Escuelita” y posteriormente trasladada a la Unidad Penal 4 de Villa Floresta. Chabat conocía a Vara desde su paso por el colegio secundario, por lo que no dudó en identificarlo como el sacerdote que la entrevistó apenas llegó a la UP4 y le aconsejó “olvidarse de todo lo que había ocurrido en ‘La Escuelita’, pues era responsabilidad de sus padres”, lo que prueba que el capellán estaba perfectamente al tanto de lo que sucedía en ese emblemático CCD.

Capitán Vara

Los fiscales Palazzani y Nebbia consideran a Vara como “un engranaje importante en el andamiaje de la tecnología del terror en la Subzona 51, por la propia condición de religioso y lo que ello implicaba en el imaginario de los represores y víctimas”, a lo que se añade “la utilización de su investidura religiosa a favor de los designios del plan y de los suyos propios” a partir de su “presencia permanente” en los CCD. La misma oficina del entonces capellán estaba ubicada en la planta baja del Batallón de Comunicaciones 181, por el que pasaron varias de las víctimas del accionar represivo del Ejército. Es por ello que los fiscales decidieron imputar al sacerdote responsabilidad en la totalidad de los hechos ocurridos en el dependencia del V Cuerpo en Bahía Blanca entre 1976 y 1979, cuando dimitió a su función. La nómina incluye privaciones ilegales de la libertad, torturas, homicidios, desapariciones y la apropiación de dos criaturas.

Las normativas castrenses vigentes por entonces, inscriptas en el marco de la llamada “Doctrina de la Seguridad Nacional”, tipificaban perfectamente el rol de cada engranaje de la represión clandestina. La presencia y actuación de los capellanes en el marco de un “combate” como el que se utilizaba para enmascarar el terrorismo de Estado estaban reguladas desde 1968, cuando el dictador Alejandro Lanusse firmó el Reglamento de Operaciones Sicológicas del Ejército, cuyo artículo 3013 enumera entre las “responsabilidades del capellán” la de evaluar qué impacto o motivaciones tiene la religión dentro de “la zona de interés”. Es decir, de qué modo puede usarse la sotana para arrancar información a los detenidos en un CCD como aquellos que Vara visitaba.

El compromiso del cura con su función puede leerse incluso en uno de los párrafos de su nota de dimisión de 1979, dirigida al Jefe del Batallón en que revistaba. Allí, le agradece por permitirle el “honor (de) haber podido comprometer mi vida y arriesgarla, durante estos largos años de iniquidad y salvajismo. Fue un honor brindar mi aporte sacerdotal a una empresa tan difícil”.

Violador serial de mandamientos

Luego de su paso por el Ejército y tras la vuelta de la democracia, Vara se recicló como párroco del barrio bahiense de Villa Rosas pero concentró la atención de la prensa nacional en 1998, cuando durante un acto conmemorativo de la guerra de Malvinas propuso colgar en la Plaza de Mayo al ex canciller Dante Caputo. La conmemoración había sido organizada por la Comisión de Reafirmación Histórica, que supo contar en sus filas con el carapintada Ernesto “Nabo” Barreiro. Allí, Vara trazó una comparación entre la guerra de 1982, sanguinaria aventura de la última dictadura, y el plebiscitado acuerdo con Chile por la disputa por el canal del Beagle, concluyendo que “habría que haber colgado de la Pirámide de Mayo al canciller de entonces” por su “desidia e incapacidad”.

Un año más tarde se produjo su declaración testimonial en el Juicio por la Verdad que se abrió en Bahía Blanca ante la imposibilidad de avanzar en juicios penales contra los responsables del terrorismo de Estado. En esa oportunidad, Vara elogió al represor Jorge Mansueto Swendsen, condenado en 2012 a prisión perpetua por delitos de lesa humanidad, y mintió al negar el rango de capitán que le confirió el Ejército durante su paso por el Batallón en que ofició como capellán. Como las leyes de impunidad bloqueaban en 1999 el camino de justicia por los crímenes perpetrados durante la dictadura, Vara se fue del recinto con la misma libertad con que había llegado, en compañía de libros del dogma católico que tiene entre sus principales mandamientos los de no mentir y no matar.

El silencio de los altares

La sumatoria de hechos determinó que el cura fuera trasladado por la jerarquía eclesiástica a destinos no precisados. Con su captura, se abrirá ahora el interrogante acerca de cómo pudo un octogenario sacerdote eludir a Interpol por espacio de un semestre.

Ante consultas judiciales formales, y cuando ya pesaba sobre él un pedido de captura internacional, tanto el arzobispado de Bahía Blanca como el Vaticano contestaron que no tenían información acerca del paradero del cura.

Peor fue la respuesta de la jerarquía eclesiástica ante los pedidos formulados por la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos, la agrupación H.I.J.O.S. Bahía Blanca y la filial local de la Red por la Identidad. Osciló entre la negativa y el silencio. Los organismos de derechos humanos bahienses sólo recibieron contestación del arzobispado local, que negaba conocer información respecto del paradero de Vara.

El Papa Francesco, en cambio, optó por el silencio. Poco antes de despachada esa carta, el Pontífice había levantado el teléfono y discado un número de Bahía Blanca para responder otra: la de la madre de Juan Cruz Manfredini, un joven que murió cuando explotó un laboratorio clandestino de una firma para la que trabajaba. Le dijo que la acompañaba y que rezaba por ella. Pero no repitió ese noble gesto ante la consulta de víctimas y familiares de víctimas del accionar del cura detenido en Paraguay e imputado por graves delitos contra la humanidad.