El crimen de Watu: la firma de la AAA en la UNS

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El crimen de Watu: la firma de la AAA en la UNS

03 Octubre 2015

Por Diego Kenis

El otoño de 1975 perdía sus primeras hojas anaranjadas sobre la vereda del edificio del Rectorado de la Universidad Nacional del Sur (UNS), en avenida Colón 80, cuando Jorge “Moncho” Argibay, su hijo Pablo Francisco y Raúl Aceituno bajaron las escalinatas, armados hasta los dientes, rumbo al Ford Falcon verdiblanco que servía como vehículo oficial del rector interventor Remus Tetu.  

Hacía poco más de una semana que los tres habían comenzado a formar oficialmente parte de la custodia de Tetu, que en una de sus primeras resoluciones los contrató a todos y puso a Argibay padre como jefe del grupo y en las sucesivas disposiciones demostraría su absoluto mando sobre la patota y los vehículos por ella utilizados (ver aparte).

A la vista de todo el mundo, en un edificio tan céntrico que sólo ochenta metros lo separan de la plaza principal bahiense, los tres custodios del rector llevaban armas largas y las itakas que el mayor del Ejército Luis González le había cedido a la UNS para continuar la limpieza política comenzada por la patota un año antes en la Facultad local de la Universidad Tecnológica Nacional (UTN).

A toda marcha y con ese arsenal a cuestas emprendieron el viaje que los llevaría al edificio de avenida Alem 1253, el núcleo central de aulas, sede de varios Departamentos y de la Biblioteca Central universitaria de cuya dirección Tetu había desplazado días antes al historiador y poeta Ramón Minieri. Iban a cumplir una misión demasiado posible.

 

Morir en las vísperas

Los minutos se caían lentos de la temprana hora de las 9 de la mañana del jueves 3 de abril de 1975 y en el edificio de avenida Alem la cola de estudiantes traspasaba la puerta. Hasta el actual rector Ricardo Sabbatini estaba en el lugar, según confesó al asumir el cargo, en febrero pasado.

Era el último de los dos días de inscripción a materias para ese primer cuatrimestre de 1975, aunque la oferta se había reducido con los cierres de carreras y la supresión de cátedras y contenidos dispuestos por el interventor en sus primeras resoluciones.

Mientras se aprestaba a cesantear docentes y no docentes y armaba la patota, Tetu modificó sugestivamente tres veces el calendario académico fijado para ese año por su predecesor, Héctor Arango, el segundo día de 1975. En la primera oportunidad dispuso, entre otras cosas, el cambio de la fecha de inscripción: su resolución del 28 de febrero la pasó del 10 y 11 de marzo al 1 y 2 de abril. La segunda modificación fue el mismo 25 en que produjo las primeras cesantías y formalizó la contratación de la patota, cuando sin ofrecer motivo alguno para el cambio la corrió del 1 y 2 al 2 y 3 de abril.

Para el 4 estaba convocada la asamblea de delegados de los distintos Centros de Estudiantes, que ratificarían a las autoridades electas de la renacida Federación Universitaria del Sur (FUS): David Cilleruelo, de la Federación Comunista, y Jorge Riganti, de la Juventud Universitaria Peronista. El 3, por ende, iba a ser día de masiva asistencia e intensidad militante. Un escenario propicio para un golpe de terror que paralizara a la comunidad.  

 

AAA: Argibay, Argibay hijo y Aceituno

Los estudiantes que aguardaban su turno no veían aún la fuente de Lola Mora que hoy es uno de los símbolos de la UNS y lugar de encuentro privilegiado en ocasiones sociales. Quizá menos novias, quinceañeras y egresados se fotografiarían junto a ella si supieran que fue Tetu quien ordenó, semanas después de aquel abril, su emplazamiento exactamente frente a la puerta de entrada del edificio, a metros de donde sus matones habían escrito las AAA y fusilado a un estudiante por la espalda.

Esas iniciales tenían, justamente, los elegidos por el rector interventor para la tarea de ese 3 de abril: AAA. Argibay padre, Argibay hijo y Aceituno estacionaron el Falcon fuera del complejo e ingresaron al hall central del edificio, donde “Watu” conversaba y entregaba volantes a los estudiantes que hacían cola para inscribirse. Fue el propio Argibay padre, claro líder del grupo de choque, quien lo interceptó para chequear su identidad. Cilleruelo no le respondió, sonrió levemente,  y dio media vuelta para avanzar por uno de los pasillos laterales que nacen en el hall. Ante todos los ojos que pudieran verlo, Argibay le efectuó un disparo a la nuca.

“Pobrecito, se golpeó la cabeza contra la pared”, dijo el matón mientras apuntaba a otro de sus compañeros como advertencia. Con toda ostentación, los tres represores se retiraron desandando con exactitud su camino. Recorrieron la ciudad en sentido inverso y llegaron nuevamente al rectorado, sin evitar volver pese al crimen que acababan de cometer. No buscaron pasar desapercibidos: sin que nada los obligara a ello, prefirieron dar una vuelta en U sobre la transitada avenida Colón al rodeo de ocho cuadras necesario para quedar en dirección contraria en ese sector de la ciudad.

Poco después, mientras los compañeros de “Watu” y testigos del hecho se dividían entre buscar a los familiares de la víctima, hacer la denuncia y concurrir al Hospital Municipal donde falleció, Argibay se acercó al nosocomio para asegurarse del fallecimiento. Minutos después de las 11 de esa mañana, la cirugía de urgencia fracasaba y “Watu” se transformaba en el primer estudiante asesinado en los pasillos de una Universidad pública bajo el terrorismo de Estado argentino.

 

Sembrar el terror

En la resolución de cien carillas en que fundamentó el procesamiento de Aceituno, único superviviente de los tres acusados por el crimen de Cilleruelo, el juez Alejo Ramos Padilla indicó expresamente que la fecha, el contexto y el ostentoso modus operandi elegidos buscaban no sólo la eliminación de la víctima sino también generar un “efecto persuasivo, simbólico e intimidatorio hacia los demás alumnos, docentes y no docentes” de la UNS.

No parece un contrasentido suponer que Tetu modificó las fechas de inscripción para que resultasen vísperas de la asamblea de la FUS en que Cilleruelo iba a ser ratificado como secretario general, para sobre esa base perpetrar el aleccionador crimen: ese particular manejo del calendario académico lo había evidenciado el 25 de marzo, al decretar un asueto para el 26. Tetu pretendió explicar tanta generosidad súbita considerando en su resolución “el esfuerzo de los sectores docente y no docente” por “el ritmo de las actividades”, pese a que las clases aún no habían comenzado y una porción considerable del personal había sido cesanteado. La verdadera razón parece haber estado en una convocatoria estudiantil para la tarde del día siguiente en que sería nuevamente el foco de las críticas, según lo había advertido los espías navales.

 

Marca personal

Los organismos de inteligencia informaron el crimen de Cilleruelo con una sinceridad que no tuvieron Tetu ni Argibay, sindicado desde el vamos como el autor del disparo: con precisión horaria identificaron al estudiante asesinado, el grupo autor del crimen y el sitio y las circunstancias en que se produjo.

Los agentes de inteligencia conocían bien a la víctima, que estaba marcada desde mucho antes de su homicidio. Ya a fines de septiembre de 1974, “Watu” fue incluido en la lista de concurrentes identificados en el concurrido sepelio de Luis Jesús García. Joven obrero de la construcción y militante del Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT), el “Negrito” fue la primera de las víctimas de la Triple A bahiense. Su entierro congregó a militantes de muy diversas agrupaciones, entre los que se encontraban “Watu” y quien sería su segundo en la FUS el año siguiente, el peronista Jorge Riganti. Como buena parte de los señalados por los espías, Riganti fue víctima de la última dictadura cívico militar.

El segundo señalamiento conocido del dirigente estudiantil asesinado se dio menos de un mes antes del crimen, el 6 de marzo de 1975. Ese día Remus Tetu cumplía una semana como rector interventor de la UNS y su accionar hasta entonces ya daba muestras de profunda comunión con el mandato del ministro Oscar Ivanissevich, cuyas “expresas instrucciones” dejó plasmadas en sus primeras resoluciones.

El informe de inteligencia consigna que por espacio de dos horas, 250 estudiantes, profesores y trabajadores no docentes colmaron ese 6 de marzo el mayor aula del complejo universitario de avenida Alem –la conocida como “72C”- para discutir junto a “activistas estudiantiles de distintas tendencias políticas” y coincidir en “agudas críticas” hacia Tetu. Nuevamente “Watu” y Riganti integraban la lista de marcados. En el caso del dirigente asesinado días después, el informe de los espías indicó que acusó a Tetu de “implantar la misión Ivanisevich, que no era otra cosa que la introducción del Imperialismo en la UNS con el apoyo de la Marina, que era la única arma que había bombardeado al pueblo indefenso y la consideraba el brazo armado del imperialismo” (sic). Por ello, propuso “el estado de movilización total”.

En la siguiente ocasión en que “Watu” fue objeto de informes de inteligencia ya no aparecería como actor sino como emblema de reclamo de justicia: en sociedad, los espías, la Policía Federal y la patota de la Triple A desbarataron una asamblea estudiantil convocada en un hotel bahiense para denunciar al autor intelectual del asesinato de Cilleruelo. Veintidós estudiantes fueron expulsados por Tetu tras la redada, mientras la causa judicial y el sumario universitario por el crimen naufragaban en la nada pese al repetido señalamiento de Argibay padre como autor material del disparo.

 

Causa común

El juez federal Guillermo Madueño y su secretario Hugo Sierra ofrecieron cobertura judicial a los asesinos y anticiparon los movimientos que observarían durante la dictadura cívico militar que comenzó el 24 de marzo siguiente, cuando en sociedad con el segundo comandante del V Cuerpo, Adel Vilas, promovieron una insólita causa judicial por “infiltración ideológica marxista” en la UNS. En el primer acto de ese expediente, recuerda el cable de la Agencia de Noticias Clandestina (ANCla) del 18 de septiembre de 1976, Vilas reconoció pública y especialmente a Tetu como un cruzado frente al virus comunista. Un día después, en un artículo titulado "Terror en Bahía Blanca", la agencia dirigida por Rodolfo Walsh recordó como precursora de la represión militar a la "campaña de persecución contra elementos liberales y de izquierda" de su Intervención.

Lavando una mano con otra, el expediente judicial sobre el asesinato de “Watu” no avanzó y permitió, por el contrario, que el principal acusado hostilice a uno de los testigos presenciales, el estudiante y militante comunista Alberto Rodríguez, a quien la Policía Federal había respondido que era inútil hacer denuncia alguna porque los miembros de la patota tenían credenciales de la fuerza.

En abril de 1976 Argibay cayó detenido por otras razones en Mar del Plata. Finalmente, se dispuso su liberación. Antes de concretarla, la Unidad Penitenciaria 6 de Dolores remitió a Madueño un telegrama para consultarle si le interesaba mantener la detención del acusado, a lo que el entonces juez respondió que “por ahora no”. El abogado defensor de Argibay era por aquellos días Néstor Montezanti, el hoy suspendido camarista federal que desembarcó una semana antes que Tetu en la gestión de la UNS y está actualmente imputado como partícipe de la Triple A y los servicios de Inteligencia de la dictadura. En 2002, Rodríguez lo acusó de haber integrado la organización paraestatal y Montezanti lo querelló por calumnias e injurias. Su abogado en el juicio fue Hugo Sierra, aquel secretario de Juzgado de 1975, y el ofendido no se privó de invertir el tono acusatorio para marcar comunistas en la sala, insultar por lo bajo a los testigos del juicio y calificar como patoteras a dos Madres de Plaza de Mayo.

En la UNS, por otra parte, Tetu abrió mal y tarde un sumario por el crimen que nunca tuvo acusado alguno y, por ende, jamás incluyó ninguna declaración indagatoria. No es que fuera poco afecto al rigor: a otro de los miembros de la patota, Miguel Ángel Chisu, lo suspendió diez días el 21 de mayo por haber usado sin su autorización el mismo Falcon que los custodios AAA usaron para cruzar la ciudad en busca de la vida de “Watu”.

En septiembre de 1975, cuando el rumano corría sus últimos días como rector interventor, su Asesoría Letrada reconoció que nada se había hecho por esclarecer el crimen y profetizó que nada se haría: la causa, señalaba, acabará en el sobreseimiento. Era otro modo de llamar a la impunidad, el trabajoso producto de los esgrimistas del renglón. Cuarenta años después de aquella profecía, las cosas parecen estar comenzando a cambiar.

 

VER MÁS: Documental Watu: Historia de un asesinato en los pasillos de la UNS, elaborado por alumnos de la Escuela Normal Superior de la UNS para el Programa Jóvenes y Memoria (2007).