Un diálogo imposible: Saer y Lamborghini

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Un diálogo imposible: Saer y Lamborghini

12 Noviembre 2011

Por Soledad Guarnaccia I  En diciembre de 1994, meses después de la reelección de Carlos Menem, la Universidad Nacional del Litoral organizó un encuentro de escritores y críticos titulado “La Política y la Historia en la ficción argentina”. Del convite participaron los escritores Leónidas Lamborghini, Andrés Rivera, Eduardo Belgrano Rawson y Juan José Saer, y los periodistas críticos Jorge Conti, Rogelio Alaniz y Miguel Russo que integraron la mesa redonda final. De aquellas jornadas quedó un libro (1)  que reúne las intervenciones que se suscitaron aquellos días en la Ciudad de Santa Fe.

En el prólogo del libro publicado en 1995, los organizadores expresan que el encuentro tuvo como motivo “la notable aparición en la literatura argentina reciente de relatos y narraciones alusivos a hechos históricos y/o políticos”. Retrospectivamente, vale la pregunta acerca de por qué resultaba extraña la vinculación de la historia y la política con la ficción literaria siendo que en nuestra “literatura nacional” sobran los ejemplos: desde El Matadero de Esteban Echeverria, Martín Fierro de José Hernández –canonizado por Lugones en el Centenario como El poema nacional- y Facundo de Sarmiento hasta Respiración Artificial de Piglia y Ema, la cautiva de César Aira e incluyendo también al propio Borges. Tal vez esta suerte de extrañamiento ante un vínculo tan arraigado en la cultura argentina haya tenido que ver con el hecho de que por esos años se figuraba el fin de la historia y la política se sometía a la mera administración de las medidas impuestas por el mercado. La literatura, por su parte, se replegaba sobre su propio campo al tiempo que en sus márgenes aparecían relatos que ficcionalizaban personajes y acontecimientos que antes estaban bajo el dominio de los historiadores revisionistas.

En este contexto se inscribe “El poder de la parodia”, la primera de las intervenciones del encuentro a cargo de Leónidas Lamborghini -que como él mismo aclara algunas páginas más adelante, no es un narrador sino un poeta. En sus primeras palabras, el texto asume el fondo del problema en el que se planta el encuentro: “La Política y la Historia, o si se quiere la Historia Política del país vivida como constante presión sobre la escritura, encarnada allí como destino, como fatum contra el cual se lucha (…) En rigor de verdad, más cercana o más lejana, la Política y la Historia Política siempre han estado haciendo esa presión sobre mi trabajo”. Lamborghini habla de la Historia Política, ya no de “la historia y la política” como proponía el título del encuentro, y recurre a la palabra fatum, es decir, una figura poética que refiere al destino que porta una cierta fatalidad. En su concepción, la historia política no es una materia o una región de la que alguien pueda pretender desprenderse o tratar con objetividad sino una fuerza que hace presión sobre la vida, un influjo que no está ni detrás ni delante sino que se lleva encima como una carga que acecha y promete fundirnos en la indiferencia de un modelo basado en la violencia y la injusticia. Pero la historia política es también aquello que motiva la lucha y abre a la posibilidad de la justicia y la diferencia. Si, como dice Lamborghini, el genocidio es el gran tema de la política nacional, la resistencia es la estrategia que encontraron muchos argentinos que ante la caída del primer peronismo se lanzaron a la defensa de la vida. El sabotaje es el modo de enfrentarse y luchar, de desquiciar la mentira de la normalidad injertando allí donde la palabra falla otra palabra, semejante y distinta, como un plus que acelera la falla demencial del sistema y a partir del cual se revela su carácter de artificio y la imposibilidad de su clausura. De este modo, la escritura se abre a la vida. Como en estos versos de El Solicitante Descolocado que Leónidas leyó ese día:

que tu palabra
sea irrupción
de lo espontáneo
que lo digas
diga tu existencia
antes
que “tu poesía”

que tu ritmo
sea pulso de la vida
antes que un elemento
de la música
gritó
arrojando otro
pegando
que tu verso
dé la vida
antes que su comentario

La segunda intervención le correspondió a Andrés Rivera, el autor de La revolución es un sueño eterno, novela que se instala en la paradoja encarnada en el personaje de Castelli: el orador de la revolución acechado por un cáncer de lengua. El planteo de Rivera lejos de figurar el vínculo entre la novela y la historia se concentró en las diferencias. A partir de ahí se desató una protesta por parte de algunos escritores que sostuvieron que la novela y la historia son cosas muy distintas porque la escritura histórica persigue la verdad del pasado y la literatura, al contrario, trabaja con la ficción para elaborar una metáfora del presente. Durante varias páginas del libro, la discusión va y viene en torno a las semejanzas y las diferencias entre la historia, por un lado, y la ficción narrativa, por el otro.

El planteo más radical lo formuló Juan José Saer que se ensañó con el género “novela histórica” y lo sentenció como “una imposibilidad epistemológica”. Para Saer, la imaginación poética no sirve para la escritura de la historia: “Es imposible tratar de reconstruir la historia a través de la ficción, porque para empezar me parece un trabajo inútil. Ya es imposible o casi imposible, o dificilísimo para los historiadores desentrañar la verdad histórica con documentos, archivos, pruebas, etcétera, etcétera, y además la ficción pretendería desentrañarla con la imaginación poética (…) somos escritores no somos historiadores (…) nadie querría estudiar la historia del siglo XVI aquí en las costas del litoral leyendo El Entenado. Espero, porque no aprendería nada”.  Resulta increíble que Juan José Saer, un escritor que trabajó como nadie los límites de la imaginación poética y las posibilidades de la escritura, haya sostenido con tanta vehemencia tamaño encasillamiento. Hasta Rivera, que al principio de su exposición había expresado su molestar con el mote de “novela histórica” que se le imponía a su trabajo, objetó el argumento de Saer: “Yo no creo en los historiadores. Los historiadores siempre toman partido. Dicen sólo una parte de la verdad. Es imposible que digan toda la verdad. No hay historiador objetivo. La novela es otra historia. Y creo que de las buenas novelas se pueden aprender muchas más cosas que leyendo a un historiador”.

Entonces Lamborghini abrió su bocota: “Pensaba no hablar porque uno no es narrador, pero todas las cosas que se han dicho acá han terminado por crearme un estado de excitación porque veo que llegamos a callejones sin salida a cada momento. Damos la vuelta y nos encontramos con una pared. Entonces para mi, digo: de lo que se está tratando aquí es de la relación que puede haber entre historia y literatura. Entonces hay que sincerar la situación. Hay una relación. Habría que examinar cuál es esa relación. Es una relación de semejanza y diferencia. De parecido y des-parecido, donde el escritor que está trabajando con la materia histórica juega. Hay un juego de mentira y verdad. Y esta creo es la tesis de Rivera. Tanto es así, por aquello del trabajo con el lenguaje, del poder que adquiere la palabra en un poeta, en un escritor, que de pronto este Castelli es el que va a valer para nosotros. No hay que tener miedo de confesarlo”.

Leónidas habló de la vida que se dona en la escritura, de esa condición de artificio que comparten la historia, la política y la ficción y del poder transformador de la palabra.  Después de esta intervención Rivera se llamó a silencio: “Yo no tengo más nada que decir”. Saer, en cambio, siguió insistiendo con las tesis del alfonsinismo académico: la historia, la política y la literatura son campos diferenciados. Para Lamborghini, un poeta formado en la Resistencia Peronista, estas ideas eran inaceptables porque la mezcolanza constituye su programa estético y político. Se trató entonces de un diálogo imposible, entre un notable escritor que derrapaba en virtud de las ideas que en ese entonces lo estaban consagrando y un poeta aún poco reconocido que, al retomar el vínculo entre historia, política y ficción, asumió el “fatum” de nuestra tradición.

(1) La historia y la política en la ficción argentina, Santa Fe, Universidad Nacional del Litoral, 1995, ISBN 950-9840-66-1