Todos podemos ser Raymond Carver, libro de Gustavo Caso Rosendi

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Todos podemos ser Raymond Carver, libro de Gustavo Caso Rosendi

31 Marzo 2018

Por Miguel Martinez Naón

Nació en Esquel, pero se crió en La plata y allí reside actualmente. 
Gustavo Caso Rosendi ha publicado los libros Elegía común (edición artesanal,1987), Bufón fúnebre (Último Reino,1995) y Lucía sin luz (El mono armado, 2016).
Capítulo aparte merece su libro "Soldados", que fue editado por el Ministerio de Educación de la Nación en el año 2009 y cobró una gran trascendencia social por tratarse de una experiencia poética sobre sus memorias como soldado en la guerra de Malvinas.
Daniel Mesa Gancedo, docente de la universidad de Zaragoza, ha escrito notables definiciones sobre este libro: “La clave de este poemario es la permanencia paradójica. Quedarse en la muerte, en la tierra, en el campo de batalla, o quedar para la vida y la memoria. Quedar vivo/ quedar muerto: no hay diferencia para el soldado, el sujeto que ha vivido la Guerra”.

Gustavo por su parte ha expresado en más de una oportunidad ser primero un poeta y después un ex combatiente y no se equivoca, ya que cada uno de sus libros son una celebración de la palabra y la lectura. 
Hoy llega a nuestras manos “Todos Podemos ser Raymond Carver”. Como en los libros anteriores su poética se va tramando en el pasado. Los aparecidos de este libro, los hombres y las mujeres que lo habitan cobran voz y se iluminan, más acá de la muerte. Es un libro que se va incendiando entre tus manos, el poeta es un narrador incansable y exige lo mismo al lector, como abriendo las puertas de su casa o del cementerio, prefiere que te sientes a escucharlo.
Así como aparece una anguila “bellísima pero horripilante a la vez” son muchos los personajes ausentes que se entrecruzan y son así de bellos y así de horripilantes.
También el perro “Pirata” que viene con sus propios huesos en la boca:
“considerando que Pirata 
esta noche está viniendo
con todos sus -propios-huesos
en la boca, y que me los deja ahí”

Revela que estos poemas son eso y tal vez todos los poemas del mundo sean eso: nuestros propios huesos que llevamos en la boca hacia quién sabe dónde.
No pregunten el por qué del título. Sólo basta decir que Raymond está presente y el gran poema que lleva también ese título merece ser leído, más que convertido en lo anecdótico desde esta nota.
Como bien lo define  Alejandro Schimidt en la contratapa: “Es como sacar luz de los desastres”.
Es eso, poesía punzante bajo esa luz en la que tantos otros murieron, mataron, bebieron, se rebelaron o enmudecieron. Es Gustavo Caso Rosendi el autor de este libro pero también son ellos los que van apareciendo, los que se dieron a luz.

                                                                                                                  

Selección de Poemas

Curriculum- epitaphium

Nació y murió. Antes de esto último,
escribió bastante. Hizo barquitos y aviones.
Y grullas.
Publicó poco. Le pareció que no era
demasiado importante andar aclarando
qué ni dónde ni cuándo.
Obtuvo una cucarda en la Sociedad Rural
de Escritores Capitales que lo avergonzó de por vida.
No quiso figurar como ingrediente de ensalada
en ninguna antología. No se sintió invitado
a ningún encuentro festivo.
Sus poemas fueron traducidos al mudo.

Miró al sol. Miró a la luna. Muchas veces.
Amó y odió a este mundo, como todos.

Y nada más.

ARIEL, EL DE LA MURGA

El del tiro cerca del ojo.
No el León de Dios.
Ariel, el villero.
Sin más poder que su alegría.
No el jabón para lavar.
Ariel, sin lavarropas.
El miedo de Ariel,
las sacudidas. El ruido.
Ariel ensangrentado.
País banderín. Sucio.
Muy sucio. Ariel,
el enemigo número uno del Estado.
El narcotraficante.

Ariel, el morochito de ocho años.

Me vino un olor como a
Mis Ladrillos. Esos rectángulos
de goma que iban encastrándose
unos a otros hasta formar
una vivienda. Y el techito ese,
de cartón verde, para coronar
la construcción. Un hogar
era el fin. Y no el fin
de un hogar.
Pero todas esas casitas
se fueron desarmando
a medida que la gente
se iba. O se iba muriendo
(bueno, de alguna manera
se iban). O antes
de que se vayan.
Era como si ese juego
nos estuviera preparando
para otra cosa. Para el viento;
o para el cuento de Los tres chanchitos
que leeríamos más tarde. Como si
todo se armara y como si todo
de alguna manera se amara
en base al miedo; a alguna
especie de lobo que habitaba
dentro de nosotros.

DESDE QUE LLEGUÉ

Desde que llegué de la guerra, un sueño me persigue
De vez en cuando aparece.
Estoy en algún sitio, lejos, y no puedo regresar. Los 
ómnibus no paran. Los taxis siempre están ocupados. Igual, 
no tengo guita, aunque sí muchas explicaciones como para 
que alguien me lleve, pero no. No hay caso.
Es de noche, siempre. Y por más que espere y espere 
nunca llega el día. Espero un tren, pero no pasa ninguno. 
Ningún barco se arrima al muelle. –Se hace tarde, se hace tarde –me repito.
Y camino y camino sin saber muy bien hacia dónde. 
A veces llego a una ruina que era una de mis casas cuando 
chico, pero no hay nadie, ni nada adentro. Esas casas no 
son a donde quiero llegar. Quiero regresar a mi hogar. Al de 
ahora. Al único posible.
Y entonces despierto en mi cama. Abrazo a mi mujer 
que duerme, mientras le susurro –aunque no escuche– 
que ya estoy, que he regresado.
Y me pongo a llorar.

“Pirata” se llamaba.
Porque tenía una mancha
negra alrededor de uno
de sus ojos. Pero luego de haber
visto a los piratas, cara a cara,
y de haber luchado en contra de ellos,
ahora pienso que le podría haber puesto
“Bonavena”. Era muy pibe
y todavía no sabía muy bien
qué hacer con todo eso;
de decir lo que quería.
Las palabras de los nombres
o todos los nombres que puede
contener cada palabra.
Pero, al fin de cuentas, y
considerando que Pirata
esta noche está viniendo
con todos sus –propios– huesos
en la boca, y que me los deja ahí,
cerca de la posibilidad de mi calavera,
creo que ese pibe (algo lejano)
no se ha equivocado tanto.

Y, luego de haberlo escuchado
cantar a Bonavena, me parece
que “Pirata” está muy bien.

Su bandera todavía está ladrando.
Y aún espera.