Ser (o no ser) una sociedad porno: por una definición

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    Porno
    Ilustración: Nora Patrich
ENSAYOS

Ser (o no ser) una sociedad porno: por una definición

13 Octubre 2024

Cuando le preguntaron a mediados de los años sesenta del siglo pasado al juez de la corte suprema norteamericana Potter Stewart qué era la pornografía, respondió: “No sé cómo definirla, pero la distingo en cuanto la veo”. Stewart era el encargado de aplicar el código Hays de censura en la producción audiovisual. Una década más tarde la pornografía entraría en su edad de oro, con la producción industrial de películas y hasta con un star system propio. Cuando el citado juez murió, en sus archivos se encontraron cientos de fotos de ombligos —cada pornógrafo con su tema.

Lo cierto es que entre aquellos hechos y nosotros en Estados Unidos la pornografía se empezó a investigar en las universidades, con cátedras e incluso carreras de postgrado dedicadas a ella. Sin embargo, aunque cada vez es más usual que analistas culturales prestigiosos recurran al término “porno” para definir a nuestra sociedad, la “definición” no se perfeccionó. Salvo en un punto, muy importante: ahora sabemos que no hay una imagen, un video o una novela que sea porno, porque lo porno se define por la relación que el usuario o el telespectador entabla con ese video o ese texto, no por lo que ese video o texto es o exhibe. No hay algo porno porque lo porno es la relación, que es mucho más difícil de prohibir, además —para la filosofía, que en lugar de pensar cosas o sustancias (el ser, la nada, el Bien, etc.), se comience a pensar las relaciones y los vínculos, significa un golpe mortal que le hará cambiar de paradigma, sustrayéndola de sus dicotomías clásicas (espíritu/materia, alma/cuerpo, etc.).

Si yo definiera a nuestra sociedad como porno (y hay buenas razones para hacerlo), antes que nada trataría de elaborar y comprender qué es lo porno, más que darlo por sabido, como suele pasar con los investigadores que la denominan así. ¿O acaso alguien no sabe qué es la pornografía?

La pornografía es un género pictórico-literario-audio-visual casi tan antiguo como la misma filosofía. La palabra parece que la inventó un pintor contemporáneo a Platón, Parrasio, que por sus cuadros ganaba más dinero que aquél por sus ideas (no sobrevivió ninguna de sus obras). En este sentido, la pornografía recorre como en filigrana, en los márgenes de la cultura, toda la historia de Occidente, como si en esa representación sexual fuerzas oscuras que atraviesan al ser humano exigieran su expresión. Ahora, en la tercera década del siglo XXI, la pornografía ya no es una representación de sexo o un sexo representado, es más bien una lógica de vinculación híper masiva. Lo porno ya no es un género literario o audiovisual, se mediomorfoseó en un código libidinal hegemónico.

La pornografía ya no es una representación de sexo o un sexo representado, es más bien una lógica de vinculación híper masiva.

Es o fue durante la Época Moderna el género que siempre estuvo a la vanguardia de la apropiación tecnológica, desde la imprenta en el siglo XV hasta el VHS y, obviamente, internet. Como afirman los investigadores españoles Andrés Barba y Javier Montes en su libro La ceremonia del porno, internet es “la tierra prometida” de la pornografía, pues habilita un consumo constante e híper privado, además de la cantidad innumerable de imágenes que se encuentran a un clic en ese océano inclasificable que es el ciberespacio.

Cuando uno alquilaba un video pornográfico, estaba obligado a ver la película entera, que duraba entre una hora y dos. Ya no es así. Lo significativo es que, aunque ahora el video en internet dure treinta segundos, ese tiempo mínimo todavía sostiene el armazón de una forma de narrar y organizar nuestra psique que es característica de nuestra cultura, aunque parece a punto de ser liquidada, en los dos sentidos de la palabra: ofertada como un producto descatalogado, y arruinada por una lógica del consumo que no deja de acelerase.

En este sentido, hace unos años atrás, en un par de libros, nosotros sostuvimos que el pasaje de la codificación analógica de la información a la codificación digital habilitaba a que pensemos este corrimiento de la pornografía a lo porno, de género a lógica multimediática de vinculación masiva —el pasaje de una manera de codificar a otra transformó también el concepto de “masas”: en la actualidad las masas están fragmentadas y cada vez más individualizadas, nodos de contacto virtual que pueden remitir a una o muchas personas al mismo tiempo —de hecho, la idea misma de individuo es lo que está en crisis.

Internet es “la tierra prometida” de la pornografía, pues habilita un consumo constante e híper privado.

Este trastrocamiento, este pasaje de género a lógica se caracteriza por algunos rasgos, el primero y único que voy a nombrar aquí: la excitación —podríamos haber escrito “excitación sexual”, pero cada vez se hace más difícil precisar qué es el acto sexual, dónde empieza y dónde termina e incluso en qué consiste (imaginamos que el sentido común considera “lo sexual” como un acto de penetración, cuya culminación es el orgasmo, principalmente el orgasmo masculino; personas que incluso comulgan con este sentido común advierten lo reducido y distorsionado de concebirlo de esta manera). La excitación y la ansiedad son las dos caras de un mismo fenómeno que podríamos denominar deseo de satisfacción, cuyo resultado es el narcisismo y la frustración.

A lo largo de toda la historia la pornografía casi siempre fue rechazada y perseguida, hoy lo sigue siendo, pero ya no por los adalides del bien que defienden la reserva moral y los valores sacrosantos de la sociedad, sino por los actores y actrices de “vanguardia” que proponen una “superación” de la pornografía por otros registros audiovisuales supuestamente más inclusivos y democráticos, que genéricamente llamaría postporno —estos actores y actrices no advierten que el porno es como el mismo capitalismo, que se nutre de aquello que quiere derrocarlo, y que dentro de poco tiempo sino ya mismo esos registros resistenciales que impugnan el porno como un discurso machista, falocéntrico, coitocentrado, en el que se somete a la mujer y se alienan los deseos, van a ser, en el mejor de los casos, un subgénero de la pornografía, y en el peor, un tipo de discurso consumido en guetos “privilegiados”.