Polo: un periodista en la tormenta

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Polo: un periodista en la tormenta

03 Diciembre 2016

Por Juan Manuel Ciucci

No recuerdo muy bien cómo llegué a ver sus programas. Era bastante chico en aquel tiempo (13-14), pero recuerdo cómo me impactó lo que salía por la TV. Eran épocas de desmoronamiento televisado, cuando la efímera panacea del primer mundo comenzaba a instalarse con mucha fuerza. Lo pretérito parecía acabado, enterrado, fenecido. La novedad eran los canales privatizados, los “bloopers” importados y de industria nacional, la irreverencia ensimismada de los pergolinis pululantes, los cortes de manzana de un canal público que ahora competía.

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En esa tormenta de fines de historia, Fabián Polosecki irrumpía con una propuesta tan antitelevisiva que lograba ser su mejor programa. Un cuidado estético y político donde todo lo que parecía sobrar en el menemato, en la posthiperinflación, en el uno a uno, en la novedad privatizada, aparecía allí como un bien a cuidar, quizás las últimas joyas de una abuela compartida que aún no habían logrado vender. La experiencia, la sabiduría popular, las historias, los lugares, los amores. Polo recuperaba esos instantes que se desvanecían ante la avanzada neoliberal profunda que se avecinaba y que menos de dos años después haría trizas ese presente porteño, que tanto conocía.

Testigo de un tiempo que se extinguía, donde las tecnologías cambiarían para siempre nuestra relación con la existencia, desde El otro lado o El visitante lograba interpelar a sus entrevistados (y a nosotros con ellos) con tanto respeto e interés, que nos permitía acceder a una porción de lo real desde una exquisita reconstrucción ficcional. Es que nunca, junto al enorme equipo que lo acompañó, cayó en un realismo obsceno, ese en el que tantos incurrirían cuando quisieron imitarlo. Y que hoy perdura, con imbéciles que cámara en mano miserabilizan las miserias humanas para el goce televisivo.

La ética de Polo era parte fundante de su respeto por el otro, por las experiencias y deseos del otro. No existía una mirada moralizante, sino más bien, un intento por comprender y participar de esa experiencia, desde la propia de cada uno. Las pequeñas ficciones que construía lo ponían siempre en primer plano, por lo que tampoco se ocultaba en la instancia narrativa de ese real que nos brindaba. Justamente por ser él quien nos narraba, podíamos ver al otro. Pero ya en El visitante, ese otro fue él mismo, que se nos mostró despojado, herido, descarriado.

El final de sus programas, y el suyo propio, sumaron oscuridad a tiempos ya difíciles. 1996 fue un año duro, pero que al mismo tiempo guardaba anuncios del porvenir: aquel 24 de marzo hicieron su presentación pública los HIJOS, por ejemplo. Pero Polo no llegó a entrever aquello por venir, por construir, por rescatar. Él, que personificó tan bien a esos buscadores de otra vida posible, terminó fagocitado por la maquinaria que intentaba enfrentar, destruir. Su legado se agiganta con el tiempo transcurrido y el interés por una obra que tanto tiene por decirnos aún hoy, que hemos cambiado de Siglo. Cuando el periodismo se hizo estrella, o mierda, o medio popular, o multinacional; Polo es también ese que buscamos en nosotros mismos, y en los otros que también somos.  

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“Polo es una referencia del estilo de periodismo que defendemos”

“Trasladó la crónica urbana periodística gráfica a la televisión como nadie lo hizo antes”

“Teníamos una pasión muy grande por lo que estábamos haciendo”