Marx Bauzá: poemas para ser leídos a bordo de la Estación Espacial Internacional

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    30 poemas para ser leídos a bordo de la Estación Espacial
    Ilustración Marx Bauzá
NOVEDAD LITERARIA

Marx Bauzá: poemas para ser leídos a bordo de la Estación Espacial Internacional

14 Mayo 2023

Cuando Oliverio Girondo escribió Veinte poemas para ser leídos en el tranvía, hacía muy poco que Borges había vuelto de Europa con las vanguardias bajo el brazo. Las mismas fueron, para no pocos escritores, el camino que encontraron para romper con el romanticismo. En clara alusión a ese libro, Marx Bauzá nos trae Treinta poemas para ser leídos a bordo de la Estación Espacial Internacional (Letras de Fuego, 2023), pero ¿con qué rompe? Podría sugerir, para comenzar, con esa poesía tan de moda donde todo lo que le pasa al que escribe es digno de ser contado y en primera persona del singular, un yoísmo que si fuera un balance contable o una lista de supermercado tendrían exactamente el mismo efecto en el lector.

El tucumano escribe desde esta postmodernidad que todo lo absorbe (vale decir que, entre otras cosas, es cantante de trap) y lo que hace es arriesgar una reelaboración conceptual. Esto lo aplica buscando un equilibrio entre posibilidades estéticas que parecen distantes, intentando generar diálogos múltiples con un concepto, como (ya entrando en el lenguaje de este libro) si “orbitase” alrededor de algo (¿será la misma estación?) que constituye el discurso poético.

Usando el vocabulario de la química, de la física y la biología que no le es ajeno (“Todo esto que siento/ es mucho más que un pequeño conjunto/ de seres humanos/ habitando módulos presurizados,/ rodeados de armazones estructurales,/ paneles solares fotovoltaicos,/ radiadores térmicos”) traza un puente “oximorónico” que va de la ciencia ficción y el viaje espacial hasta el existencialismo. Porque no sólo los términos en dicotomía empujan atrayéndose/ rechazándose en el texto (“Un agujero negro/ absorbiéndolo/ todo / nada”, “Espasmos agitados en el oscuro manto abisal expandiéndose / contrayéndose”, “Toda la materia reflejando la luz en su espectro visible / invisible”), sino que los límites del adentro/ afuera son los que se transmutan entre “El vacío” que “se expande” y “El universo” que “se contrae” “mientras respiro,/ aquí y ahora/ en medio de esta lluvia de asteroides/ atravesando el pensamiento”.

¿Hacia dónde hay que mirar para contemplar ese Universo que se describe desde la Estación Espacial? Porque en el momento que lo consideramos apuntando hacia los posibles mundos exteriores “como las distantes estrellas de Alfa Centauri/ que parecen decirnos cosas”, “exactamente allí,/ en ese punto/ un universo interior se manifiesta”.

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Marx Bauzá

En el cinturón principal de asteroides

entre Marte y Júpiter

orbita Ana Diego,

como un recuerdo vital

que no desaparece.

 

En algún lugar indeterminado de la memoria,

siempre son las 5 de la tarde.

Un haz solar en la pared traza un ángulo:

el amor por la trigonometría

puede servir como guía

cuando hemos perdido toda coordenada.

 

Los humanos somos más que polvo de estrellas.

Somos la luz de miles

en diáspora

iluminando todo

a nuestro alderedor:

dando vida.

 

Bauzá avisa que va “a construir una gramática estelar/ para verbos que aún no existen, a graficar “en el aire una sintaxis imposible, mientras floto”. Allí es donde despliega los diálogos múltiples alrededor de ese concepto “universo”, utilizando una especie de estímulo/ respuesta donde, a un epígrafe establecido arbitrariamente, le responde un poema. Digo arbitrariamente porque los mismos van desde filósofos como Daisaku Ikeda o Hipatia, científicos como Albert Einstein, astrónomos como Galileo Galilei o escritores e investigadores como Carl Sagan, a músicos como David Bowie, Carlos Gardel, Santiago Motorizado y Luis Miguel, pasando por voces tan disímiles como Deepak Chopra, Alejandra Pizarnik o William Blake.

El tucumano tiene claro que para sostener este juego necesita hablar de lo que es tanto como de lo que no es, y es en ese lugar donde la poesía “filtra la belleza del caos/ ordenando inteligible/ aquello que escapa/ a nuestros ojos”. Porque para crecer nos desprendemos de lo que nos ayudó a despegar, ir más allá de nuestros límites es una cuenta regresiva hasta conseguir la ignición y recordar lo que dejamos atrás, tanto adentro como afuera, puede conllevar un cierto peligro cuando “la microgravedad no afecta a la melancolía/ pero sí a las lágrimas”.

 

Orbitamos la Tierra

raudos, veloces.

Todo allí permanece

en la búsqueda de lo sublime,

detrás de pequeños y grandes gestos:

Una madre amorosa enseña matemáticas.

Un abuelo juega en andas con su nieta.

El centro de las ciudades late frenético.

Alguien reza en soledad.

Tractores y trilladoras acumulan trigo en las horas.

La noche trae consigo otro ritmo.

La dinámica social bulle.

El agua se evapora.

Los jóvenes beben y bailan.

Un poeta trabaja insistente,

aunque el rayo o la tormenta.

 

Desde arriba,

percibimos singulares destellos de luz,

atravesando la atmósfera.

Es que siempre sale el sol,

incluso los días tristes.

Usando el vocabulario de la química, de la física y la biología que no le es ajeno, traza un puente “oximorónico” que va de la ciencia ficción hasta el existencialismo.

El amor no escapa a este juego de universos en movimiento. Claro ejemplo es el poema donde empieza diciendo “Los antiguos filósofos/ asociaban a Venus/ con la idea del amor./ Pues bien,/ ese planeta/ tiene una atmósfera densa y opresiva,/irrespirable y tóxica”. Esta primera referencia, podríamos decir que es claramente científica. Pero va a cerrar, tras enumerar situaciones por la que pasaría quien se anime a transitar por esas circunstancias, asegurando que una persona “herviría en segundos/ si intentara o intentase/ colocar/ sus manos/ y acercarse sutilmente/ para acariciar su superficie” y ese acto ya es pura alquimia porque ¿qué acaricia? ¿La superficie del planeta? ¿al amor? ¿Un amor que, además, es tóxico?

Hasta el paso del tiempo (“El fuselaje se oxida/ lentamente,/ como nuestros cuerpos) y la muerte (“las células del cuerpo emiten luz/ antes de morir,/ igual que las supernovas en el espacio”, “Chatarra orbita la Tierra/ como el vago recuerdo/ de lo que fuimos”) cumplen a rajatabla con el plan trazado siendo que “la espiritualidad empieza a manifestarse desde lo oscuro,/ cuando tomamos la decisión de iluminarnos”.

Marx Bauzá nació en San Miguel de Tucumán y vive en Las Talitas. Su obra orbita en torno a una constelación que incluye a la poesía, la narrativa, el arte contemporáneo, el humor, la música y el cine. Publicó anteriormente Reverso (Club Hem, 2013), Los ideales y las flores (Pensamientos, 2016) y Efervescer (Ediciones Arroyo, 2020). Es curador de poesía en Mi aporte a que el puerto no importe y dirige el ciclo de poesía Vamos Viendo. Treinta poemas para ser leídos a bordo de la Estación Espacial Internacional fue publicado en la colección Talitenses y presentado recientemente en la Feria del Libro de Buenos Aires.

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tapa 30 poemas para ser  leídos a bordo de la estación espacial

Escribir poesía es arrojar molotovs en tiempos de crisis, es una forma de resistencia ante lo establecido. No siempre hay amor o tristeza. En mi poesía, también, convoco a la ironía y la comedia, porque reír es necesario para huir de la violencia del mundo. Somos el río, dirían Borges o Heráclito. Yo río. Yo lluevo. Yo me evaporo”, supo decir este escritor tucumano. Este libro es y no, reflejo de esas palabras. Después de todo, “la levedad del mundo/ se asienta/ en partículas apenas visibles”:

 

Un haz de luz

se refleja en los paneles solares,

recién desplegados.

Es tiempo de descender la visera

protectora

contra rayos gamma y ultravioletas.

La cápsula está distante

unos quince metros.

Doy un salto en el aire

y giro en el vacío de felicidad.

La estación reluce en su esplendor.

Me incorporo sobre la superficie metálica.

Camino encima de la nave

hacia la escotilla de presurización.

Veo como se apagan,

una a una,

las luces de las ciudades.

Pienso en la humanidad.

Quiero creer que otro futuro es posible.