Leónidas, por Fogwill

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Leónidas, por Fogwill

12 Noviembre 2011

Publicado en el diario Perfil, 14 de Noviembre, 2009 I Es bueno que la gente muera. Él, por ejemplo, habría celebrado este comienzo. Era tan viejo –catorce años mayor que yo– y seguía ahí, establecido entre lo más vivo de nuestra literatura.

No pasaban tres años sin que nos brindara un nuevo libro y cada uno tan joven y tan nuevo y original como su clásico de 1955. Desde ese libro siguió escribiendo sin plagiarse ni seguir otra moda que la que él mismo impuso a la poesía. Para plagiar y repetirlo estábamos nosotros, los estigmatizados por su impronta. En aquel Saboteador arrepentido estaba todo y aparecía gritado con mayúsculas, entre signos de exclamación: “¡YO NO SOY TECNICO YO NO SOY TECNICO! Habla, dí tu palabra y si eres poeta, ‘eso’ será poesía. Que lo que digas sea el pulso de la vida antes que un elemento de la música.”

Aquella poesía de los 50 recogía la voz de aquel que estaba “detrás/ lanzando/ y arrojando otro y otro/ cómo/ no hacerlo entonces/ en medio de un país/ podrido por la injusticia.” Armado de una poesía sin utopías (“su izquierda es mi derecha”, decía burlón), pero libre de toda buena voluntad, fue el primer y el último poeta del peronismo: tal vez el único, a pesar de su devoción por Marechal. Su peronismo no fue nunca una política de Estado ni un proyecto electoral.

No era el peronismo de la “columna vertebral” que eligió su general sino el del artista desclasado que elegía su desplazamiento como el refugio de una verdad a la que nunca habría de renunciar. En nombre de esa verdad, pintó su propia muerte en Mirad hacia Domsaar, animándola con su alter ego el moribundo Pijg, piloto de una camilla casi catafalco, que recorre la ciudad cargada de monitores que registran hasta el sin cansancio los signos vitales. Creador de la prosa cortada que cultivó Osvaldo, celebraba como prueba de la imbecilidad postmoderna todo lo que escribía sobre su hermano ignorando su fuente.

No influyó sobre tres generaciones de poetas que lo citaron o lo admiraron, desde Cantón hasta Durand, Gambarotta y Martín Rodríguez: violentamente los matrizó.

Claro que quedan y siguen flotando sus ideas y su preceptiva, pero más pesará su música siempre ligada a una revelación: “Veo a dos tarados/ con caras de pescados/ haciéndose el amor…/ Maravilloso es el amor/ que anima a los tarados/ pero lo más maravilloso es/ que la verdad/ pueda nacer/ de la boca de un idiota…” Alguna vez, como dos tarados, temblamos juntos oyendo los versos y la música de Cartola: “En Mangueira/ cuando muere/un poeta/ todos lloran…/ Vivo feliz en Mangueira/ porque sé/ que alguno ha de llorar por mí/ a través de un pandeiro/ y de un tamboril… / Pero el llanto/en Mangueira/ es tan diferente/ que es un llanto feliz/ que alegra a la gente”.

Lo lloramos así.