Invictos: Juan Gelman sobre Paco Urondo

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Invictos: Juan Gelman sobre Paco Urondo

17 Enero 2014

 

Por Victoria Palacios

Frente a tantos viejos vinagres de la poesía y las letras, Gelman se distingue igual a su amigo, Paco Urondo, en el intrincado y arduo hilo que une la experiencia y la literatura. En una extraña semblanza de Viñas a Haroldo, extraña porque a Viñas no le gustaban los homenajes, se detiene en la naturaleza de los epitafios, minerales unos, vegetales otros, Paco Urondo, Ortega Peña, Rodolfo Walsh, Haroldo Conti, todos -declara Viñas- invictos. Viñas,  anticipando con esto la construcción de una genealogía, reúne bajo este hiperbólico y tremendo adjetivo lo que resulta excesivo de la literatura nacional y latinoamericana: la implicancia de poner el cuerpo haciendo la revolución en las letras y en el mundo. Por esto: Juan Gelman, invicto. Como Paco Urondo, militaba en Montoneros y el terrorismo de Estado implementado en la última dictadura militar intentó socavar su historia íntima y familiar. Sin embargo, ambos continuaron hasta último momento pronunciándose a favor de la vida. La desaparición de Paco Urondo, ocurrida el 17 de junio de 1976, provocó en Gelman la necesidad de mantener viva su memoria a través de la escritura, como puede verse en su poema “Descansos” del Libro Interrupciones:

¿bajo qué árbol / sobre qué árbol / alrededor /

de qué árbol / francisco urondo asoma / o es

el resplandor violeta de algún vientre de tigre

rugiendo en mi país? / ¿estás paquito ahí o

en el temblor de esta mano que piensa

en todos tus haberes / pasión o dignidad?/

¿brillás en la mañana cantora / andás

en la sonrisa estruendo pólvora

que atacan cada día al enemigo?/

Un trayecto por la producción posterior de Gelman afirma esta necesidad de mantener la visibilidad pública de su amigo, en la recuperación no sólo de una identidad, sino también del núcleo motor de la poética de ambos, 20 años después, Gelman escribía:

“Dicen que un escritor atraviesa al morir un purgatorio de veinte años en la memoria pública. El plazo está más que cumplido para ese gran poeta que fue –que es– Francisco Urondo, caído en combate contra la dictadura militar un día de junio de 1976, a los 46 de edad. Dejaba un libro inédito, Cuentos de batalla, que se perdió en la noche genocida. Como Rodolfo Walsh, como Haroldo Conti, Paco escribió hasta el final, en medio de tareas, urgencias y peligros de la vida clandestina. Para estos pilares de la literatura nacional nunca hubo contradicciones entre la militancia por una patria justa, libre y soberana, y la condición de la escritura. Cuando en este tiempo de la despasión se recuerdan las polémicas de los años sesenta –unos pretendían hacer la Revolución en su escritura; otros, abandonar su escritura en aras de la Revolución–, se percibe en toda su magnitud lo que Paco, Rodolfo, Haroldo nos mostraron: la profunda unidad de vida y obra que un escritor v sus textos pueden alcanzar.
No hubo abismos entre experiencia y poesía para Urondo. "Empuñé un arma porque busco la palabra justa", dijo alguna vez. Corregía mucho sus poemas, pero supo que el único modo verdadero que un poeta tiene de corregir su obra es corregirse a sí mismo, buscar los caminos que van del misterio de la lengua al misterio de la gente. Paco fue entendido en eso y sus poemas quedarán para siempre en el espacio enigmático del encuentro del lector con su palabra.
Buitres de la derrota –que siempre se han cuidado mucho cada centímetro de piel– le han reprochado a Paco su capacidad de arriesgar la vida por un ideal. Paco no quería morir, pero no podía vivir sin oponer su belleza a la injusticia, es decir, sin respetar el oficio que más amaba. El había escuchado el reclamo de Rimbaud: "¡Cambiad la vida!". Estaba convencido de que sólo de una vida nueva puede nacer la nueva poesía. Mi confianza se apoya en el profundo desprecio / por este mundo desgraciado. Le daré / la vida para que nada siga como está, escribió. Fue –es– uno de los poetas en lengua castellana que con más valor y lucidez, y menos autocomplacencia, luchó con y contra la imposibilidad de la escritura. También luchó con y contra un sistema social encarnizado en crear sufrimiento, para que el mundo entero entrara en la historia de la alegria. Las dos luchas fueron una sola para él. Ambas lo escribieron y en ambas quedó escrito”
.

El miércoles cuando se confirmó la noticia del fallecimiento de este enorme poeta de nuestras letras y del mundo, las redes sociales estallaron recordándolo, llamativo fue el silencio de muchos de sus contemporáneos (en edad lamentablemente y no en poética) e incluso algunas pavadeces que tuvo que leerse por ahí de poetas de la generación posterior, que parafraseando a Gelman, no exponen ni un cuadradito de su piel: lo que fue, así será: Juan Gelman, invicto y Juan Gelman, leído.