"Heidegger y la medicina" visto por un médico de familia

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    Tapa libro Rubinstein
MEDICINA Y FILOSOFÍA

"Heidegger y la medicina" visto por un médico de familia

20 Noviembre 2022

Como cualquier otro filósofo prejuicioso, me pareció raro que un médico escribiera un libro sobre Heidegger. Como cualquier persona normal que se precie, yo también desconfío de los médicos, desconfío del conocimiento que los médicos suelen profesar. Me muevo por el mundo con otro concepto de verdad, con otras maneras de saber, con otras formas de relacionarme. Pasé muchos años sin visitar un médico, hasta que un amigo médico me recomendó a Esteban Rubinstein (mejor dicho, hasta que los años lo exigieron, digamos la verdad). Rubinstein es lo que se llama un médico familiar (en lugar de médico clínico), como si aún en nuestra sociedad híper comercializada pudiera existir ese médico que te visitaba en tu casa y sabía el nombre de todos los integrantes de la familia, hasta el de las mascotas, como ocurría cuando yo nací. Lo visité, me cayó bien. Ahora acaba de sacar un libro que se llama Heidegger y la medicina. El libro está muy bueno. Lo puede leer alguien que no sea médico e incluso que no sea heideggeriano, pues en la apropiación que Esteban hace de Heidegger lo va comentando, al tiempo que lo utiliza para elaborar una crítica al complejo médico y farmacológico imperante hoy. En el fondo, lo que Esteban propone es una vuelta al antiguo médico que tenía casi un trato de amistad con sus pacientes. Él pone de alguna manera en práctica esta idea cuando se lo visita.

"De alguna manera, en el fondo, lo que Esteban propone es una vuelta al antiguo médico que tenía casi un trato de amistad con sus pacientes".

El método que utiliza para su lectura de Heidegger es singular. Lo llama tráfico. Trafica ideas o conceptos. En algunos casos solamente comenta el párrafo elegido de alguno de los libros de Heidegger, pero otras veces lo que hace es copiar el texto de Heidegger y cambiar alguna palabra, por ejemplo, donde en ¿Qué es eso de filosofía?, Heidegger escribe “filosofía”, Esteban lo reemplaza por “medicina”, y así con varios conceptos. Lo que queda es un libro ameno y serio en el que el autor se propone caminar junto al maestro de Alemania, y con una propuesta meditada para elaborar una deconstrucción de los saberes y las prácticas médicas tal como éstas se terminaron instituyendo. El capítulo más largo y complejo es el último, dedicado a Ser y Tiempo, para mí, el libro de filosofía más importante del siglo pasado. Pero el núcleo alrededor del cual gira el libro creo que es otro, es Serenidad, la conferencia de Heidegger en la que realmente convierte a ese concepto en una especie de comodín para “escapar” de la maldita dicotomía metafísica, que Esteban llama “encrucijada binaria”. Siguiendo los pasos de Heidegger, trata de deconstruir esa encrucijada en la que pareciera que estamos obligados a elegir entre dos y solo dos opciones: bueno o malo, alma o cuerpo, espíritu o materia, verdad o mentira, varón o mujer, etc., es decir, intenta desmontar esa estructura binaria o dicotómica que gobierna al pensamiento desde Platón, y que hoy, con el periodismo, se ha vuelto la manera de encarar y enjuiciar más extendida. Lo que se sacrifica en esta forma de pensar son todos los matices que avivan los paisajes. En palabras heideggerianas, no se trata de estar a favor o en contra de la técnica (el dilema más importante que legó la Época Moderna), se trata más bien de decirle sí y no al mismo tiempo: ni rechazarla ni festejarla. La técnica, como cualquier otro fenómeno mundano, es a la vez buena y mala, y no es neutral (es decir, su valor no depende del ser humano). Hay que lidiar con estas contradicciones. ¿Cómo hacerlo? Suspendiendo nuestra voluntad. Heidegger pergeña un concepto, que Esteban no cita: la voluntad de no querer. ¿Cómo querer-no-querer? El pensamiento habita la contradicción. Suspendiendo la creencia en nuestra voluntad y nuestro libre albedrío, el ser humano amplía su capacidad de pensamiento reflexivo. El concepto de serenidad es el que lo permite, que en Heidegger no significa solamente estar tranquilo o sereno, ya que Gelassenheit, el término traducido como serenidad, también significa desasimiento o desprendimiento. En otras palabras, cuando pensamos la realidad de modo fenomenológico se entra en una relación compleja con el dominio, pues no se trata de dominar o explicar o condenar lo que acontece, se trata de comprenderlo, y para ello hay que desprenderse de las propias certezas. Dejarse ser, o como cantaban los Beatles, Let it be.

"El pensamiento habita la contradicción. Suspendiendo la creencia en nuestra voluntad y nuestro libre albedrío, el ser humano amplía su capacidad de pensamiento reflexivo".

Sin pretender ponerme en el lugar del especialista en Heidegger (lo que para mí sería una contradicción en sus términos), yo tengo una interpretación diferente sobre una cuestión sensible, medular, que plantea Esteban. Me encanta cuando él dice que el cuerpo piensa, y lo dice con jovialidad, además. El pensamiento no es una actividad abstracta del yo interior. Si el cuerpo piensa, entonces ya no es el objeto o el predicado de un sujeto diferente a él, y que usualmente llamamos Yo. Es un cross a la medicina. Esteban afirma, con razón, que en la obra de Heidegger aparece pocas veces el concepto de cuerpo, aunque le resulta evidente que el cuerpo le preocupa y mucho al filósofo alemán. Es cierto. Ahora, ¿por qué sucede esto? En mi interpretación, así como Heidegger “inventó” el concepto de Dasein para referirse al ser humano (o El Hombre, término sobre el que Esteban practica una interesante y actual deriva, pues ya no nos está permitido usar esa palabra como sinécdoque de la especie), en lugar de “cuerpo” Heidegger habla de los afectos y los temples o estados de ánimo (Gemüt; Stimmung). El cuerpo que piensa en Heidegger no es un objeto, y lamentablemente cada vez que hablamos del cuerpo tendemos a imaginarlo como tal. Por eso Heidegger no recurre a este término. Esteban le adjudica esta función a una membrana que “cubre el 100 % del cuerpo”, y que sin embargo casi no se tematiza ni en filosofía ni en medicina, se llama fascia (yo nunca había escuchado esa palabra). Es muy interesante este corrimiento, aunque no sé si es correcto. La fenomenología, para mí, cayó en una trampa que Heidegger había despejado tempranamente, pues a lo que se refiere con los conceptos de estado de ánimo o afectos es a una cosa diferente a lo que entiende el sentido común por esas palabras. Encarnan nuestra corporalidad. El cuerpo del que se originan los sentidos existenciales no es un objeto sino un sujeto de pleno derecho, que la razón representativa puede tratar de catalogar y subordinar, pero de la cual siempre se va a fugar —hoy, la verdad, ya no sabemos si esa fuga está garantizada. En realidad, cuando la fenomenología mentaba la palabra cuerpo estaba refiriéndose a eso que Heidegger ya en la década de 1930 nombraba como temple de ánimo, esos sentidos en los que uno se “encuentra” sin poder dominarlos, que no responden a una orden de la consciencia ni de la voluntad. Son la auténtica encarnación de nosotros-en-el-mundo. Igual, el “descubrimiento” hecho y argumentado por Esteban alrededor de la fascia no tiene desperdicio y es muy original.

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Esteban Rubinstein

No diría que es un libro para principiantes ni tampoco que a un heideggereano de “filosofía y letras” puede repeler, se deja leer con facilidad y a la vez interpreta de manera rigurosa y con conocimiento al pensador alemán. La apuesta que hace por la construcción de otro tipo de vínculo médico es muy atendible, pero compleja en un momento histórico donde la mano de obra es sobre explotada y la tecnología y su burocracia tomaron casi el mando. Cuando leí el título del libro temí alguna lectura orientalizante del alemán, que son cada vez más usuales y donde éste pareciera aplaudir a cualquier youtuber que difunda el Feng shui. En cambio, me encontré con una lectura seria para individuos para los que este mundo tal como está organizado y cómo va organizándose representa un desafío, y no solo una catástrofe.