Flores rotas, el viaje de Bill Murray

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Flores rotas, el viaje de Bill Murray

21 Mayo 2016

Por Carla Moriana

Cuando vimos por primera vez los "Cazafantasmas" éramos demasiado jóvenes o el personaje de Billy Murray estaba demasiado crudo, pasó desapercibido. Muchos años después "Perdidos en Tokio", la ópera prima de Sofía Coppola, cambiaría para siempre la mirada sobre Murray. 

Murray es el antihéroe y el galán al mismo tiempo, pero no es un insidioso personaje que se muestra y se exhibe cual pavo real para conquistar a su doncella, es el don Juan milimétrico, pensativo, ya un poco venido a menos y nada radiante, con las motivaciones por todo, en declive. El motor de la película es la búsqueda de un hijo que le fue anunciado mediante una carta.

Una ruptura escenográfica para el inicio, el recorrido fotográfico de nuestro personaje, el conductor recurrente del guión no es el personaje, ni su hijo, ni siquiera las mujeres que fueron sus amantes, amores o novias, sino el viaje mismo, la búsqueda.

Es la propia odisea de Jarmusch, son las composiciones: las cosas, las melodías, las personas, las fotografías,la escenografía son parte de ese viaje, y el desenlace ni siquiera es interesante, el camino tampoco es intenso sino más bien monótono. El personaje de Bill Murray ayuda mucho a esa monotonía, y aun en su silencio, en su falta de gestos, en su adustez seduce, tal vez por que el silencio y la contemplación no son tan merecidamente valorados en el cine, como en la pintura.

Lenta y reiterativa, no deja de ser interesante y disfrutable aunque lo singular de esta película sería no leer una critica antes de verla, puede resultar pretencioso y despertar demasiadas expectativas, tanto por la altura del director como del actor principal.

Bill Murray es el actor y el espectador al mismo tiempo, no falta el personaje metiche y que infravalora su tiempo personal para dedicarlo a su vecino. La escena del té con la niña es un fetiche que sin embargo no aburre. Patético, brillante y áspero, pueden verse más combinaciones tan abiertamente dispares y tan en consonancia en la obra del director Jarmusch. También podríamos hablar del tiempo, por su densidad, y la fotografía que merece un estudio aparte, la aparición no menor de Sharon Stone y las flores rotas como el símbolo marchito de la vida, el memento mori del barroco recreado.

Pero dejemos al espectador encontrar su propio encanto o desencanto en este Don Juan posmoderno.

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