Fernando Birri, una vida de película

  • Imagen

Fernando Birri, una vida de película

31 Diciembre 2017

Por Daniel Dussex

El 27 de diciembre, el fallecimiento de Fernando Birri nos atravesó el corazón. No era una noticia más, nos dejaba alguien entrañable en el hacer cultural de nuestro pago chico y de Latinoamérica. Alguien que supo asumir el arte con verdadero compromiso social.

En sus 92 años de vida supo pararse en la vereda de enfrente a la industria hollywoodense y sus películas de teléfonos blancos y grandes escaleras. Otra concepción, aprender cine haciendo. Otra mirada, la que la industria cinematográfica descartaba. Otra temática, una más próxima a los espectadores, más cercana, constituyó su impronta.

Sus comienzos

Fernando Birri comenzó sus búsquedas desde temprano, influido por un entorno familiar vinculado con el arte, fue así como incursionó en la pintura, la poesía, el teatro y los títeres antes de embarcarse a Italia para estudiar cine. Con sus 25 años ingresó en el Centro Sperimentale de Cinematografía de Roma, con Vittorio De Sica y Luigi Chiarini como sus grandes influencias. El neorrealismo italiano y la sensibilidad por lo social quedaría reflejado en su trayectoria como realizador.

A su regreso puso en marcha la Escuela Documental de Santa Fe, sin saberlo estaba haciendo un aporte fundacional al nuevo cine latinoamericano, al que se sumarían luego otros directores como Glauber Rocha (Brasil), Tomás Gutiérrez Alea (Cuba) o Raúl Ruiz, de Chile. La impronta metodológica que sostuvo Birri en los talleres tomaban como eje de trabajo el foto-documental como aproximación a la realidad que querían reflejar, antes de plasmarla como rodaje. La encuesta a los actores sociales, sus voces, el trabajo colectivo a través de la crítica y autocrítica en equipo serían fundamentales para la creación fílmica.

Tire Die

Fue la primera realización de la Escuela que había fundado Fernando Birri junto a un grupo de estudiantes con este método de “encuesta social filmada” que buscaba al decir de su inspirador “un producto moral y técnico de la voluntad para aportar a una problemática realista y crítica, hasta ahora inédita.”

Lo logró, en esa ciudad de escasos doscientos mil habitantes -en 1958- mostrada desde el aire con modestos recursos técnicos, pero donde la cámara sabía dirigir su lente sobre la otra realidad, la de los barrios postergados y el testimonio fílmico de esos hijos de barriadas pobres corriendo a la par del tren que atravesaba el puente sobre el río Salado para pedirles a los pasajeros que arrojaran monedas de diez centavos. “Tire die, tire die” era el grito de una ceremonia de la necesidad que se repetía cada vez que pasaban los vagones de pasajeros por aquel lugar. Las imágenes de la película reflejaron con un dramatismo brutal esa postal que algunos preferían disimular.

Cada fotograma de esos pibes descalzos extendiendo sus manos para recibir una limosna, en un blanco y negro casi sin medios tonos, es sólo equiparable a la foto de Korda que retrató para siempre la imagen del Che.

Los inundados

Es otra de las películas en las que Birri también retrató circunstancias que reflejan su comarca, la ciudad de los ríos, pero también de las inundaciones, en donde los más afectados son siempre los que menos tienen. En esta realización, un largometraje, el film tiene una estructura argumentativa que a través de la ficción muestra las vicisitudes de una de las tantas familias que vive a orillas del rio cuando las aguas suben. Está basada en el cuento homónimo de Mateo Booz, en donde el neorrealismo litoraleño de Birri se funde con la picaresca criolla para confluir en un alegato testimonial. Estrenado en abril de 1962, “Los Inundados” fue ganadora del Festival de Venecia como mejor ópera prima.

Un cine que molestaba

A Fernando Birri, hacer cine de denuncia no le resultó fácil en una Argentina asediada por los golpes militares y la censura. “Los 40 cuartos”, la segunda encuesta social realizada por alumnos de la Escuela que él dirigía fue prohibida por el gobierno de José María Guido, presidente de facto. Era obvio, ya que el documental retrataba el problema habitacional de las familias humildes. Esos contextos difíciles fueron los que obligaron a este cineasta a convertirse en un hacedor itinerante. Ayuda a fundar en Brasil la Escuela Documental de San Pablo, luego viaja a México y llega a Cuba. Desde Italia comienza una coproducción con Argentina que la dictadura de Onganía le impide materializar. Su exilio en Roma no lo detiene, sigue produciendo y con el tiempo sería quien nuevamente en Cuba fundaría junto a su amigo Gabriel García Márquez un proyecto todavía vigente: la Escuela Internacional de Cine y TV de San Antonio de los Baños. Inaugurada en diciembre de 1986, con la presencia de Francis Ford Coppola. “Larga vida a la Utopía del Ojo y de la Oreja”, es su lema.

Fernando Birri fue un Maestro con mayúscula, formador de cineastas, quien también supo definir la palabra Utopía como una pulsión para el hacer: “La utopía está en el horizonte. Camino dos pasos, ella se aleja dos pasos y el horizonte se corre diez pasos más allá. ¿Entonces para qué sirve la utopía? Para eso, sirve para caminar.”

Siguiendo ese horizonte siempre móvil, nos legó “El Fausto criollo” (2011); “El siglo del viento” (1999); “Un señor muy viejo con unas alas enormes” (1988); “Mi hijo el Che - Un retrato de familia de don Ernesto Guevara (1985)” y “Rafael Alberti, un retrato del poeta” (1983), entre otras obras de ese recorrido que hizo este “utópico andante”, como alguien lo definiera.