En memoria de Diego Gerzovich: por un Walter Benjamin peronista

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    Pintura de Diego Gerzovich
    Ilustración: Diego Gerzovich
ENSAYOS

En memoria de Diego Gerzovich: por un Walter Benjamin peronista

12 Noviembre 2023

Aprovechando que se cumplieron 99 años de la fundación de la famosa Escuela de Frankfurt, en el Congreso en el que se homenajeaba este hecho me pidieron que dijera algunas palabras sobre mi gran amigo Diego Gerzovich, que murió hace un poco más de año y medio. Diego era un especialista en la Escuela de Frankfurt, con una inclinación especial hacia su sino trágico, encarnado en la vida y la obra del pensador que más le gustaba a él de esa Escuela, que más nos gustaba a los dos, me refiero a Walter Benjamin, suicidado en 1940, luego de que le rechazaran el visado para escapar de la Francia ocupada —Diego, de hecho, peregrinó hasta Pourtbou.

Creo que Diego imaginó su vida no solo como una vida filosófica, sino precisamente como una vida filosófica comandada por el sino benjaminiano: sus colecciones de cosas heteróclitas, como esos frasquitos que al agitarlos se ponían a nevar, de los que tenía más de una docena; su “locura” bibliófila; sus pinturas (en la última etapa de su vida Diego se consideraba pintor, pintaba mucho y en varios de esos cuadros, que nos juntábamos a ver una vez por año, él había distribuido como en pentimento signos benjaminianos para que un espectador futuro fuera capaz de descubrirlos: ahí están, confundidos entre los colores, esperando su revelación), o sus juguetes, que compraba para su hijita Renata, pero que en el fondo lo fascinaban a él. Como me habían pedido que seleccionara un capítulo de su tesis, cuya temática era un proyecto ateológico de teología política (una discusión entre Benjamin y Carl Schmitt), y que escribiera una introducción, no me pareció interesante repetir lo que había escrito y entonces hablé de algunas de las cosas que nos habían unido, que nos habían hermanado, y que hoy extraño muchísimo. 

Como queríamos hacer de Walter Benjamin un pensador plebeyo, había que perderle el respeto.

Hablé en ese acto de un par de esas cosas tan importantes en nuestra vida de hombres afectados por el mal de la lectura. Primero, nuestro proyecto de actualizar los pensamientos de Benjamin. Se trataba, en este proyecto nunca concretado, o bueno, concretado a medias (en un momento voy a contar esto), de traducir a Benjamin al argentino, intensificando esa temprana edición en español de algunos de sus ensayos traducidos por Héctor Murena y publicados por la editorial Sur, a fines de los años sesenta. Nos había gustado mucho la traducción que hizo Felisa Santos de La obra de arte en la época de su reproducibilidad técnica (editorial Godot), donde este ensayo que no nos cansamos de releer viene comentado de modo maníaco, indicando las diferencias entre las cuatro versiones que se conocieron de él. Como buenos señores lectores, nos pasábamos largas horas discutiendo si había que traducir “en la época de LA reproductibilidad”, que era mi versión, o traducir “en la época de SU reproductibilidad”, que era su versión. O si era más correcto decir, como se suele traducir este título, “de la reproductibilidad técnica”, que era su versión, o traducir: “de la reproductibilidad mecánica o automática”, que es mi idea. Obviamente no resolvimos estos intríngulis, que cada vez que aparecían nos encontraban en la misma disyuntiva de siempre. Entre los dos hacíamos la gestalt del perro corriéndose la cola, siempre chumbándole a las interpretaciones mojigatas como las que realizó la señora Beatriz Sarlo.

A partir de una discusión acalorada que tuvimos una trasnoche, me propuse “realmente” hacer una actualización del famoso ensayo del frankfurtiano. El librito, que es una broma, se llama Copia N*1. Interpretación libre de “La obra de arte en la época de la reproductibilidad técnica” ejecutada entre el 21 de septiembre y el 17 de octubre de 2017, que publicamos con la amiga Eloísa Cartonera. Es un librito que hubiera podido reescribir Diego, lo reescribí yo (Diego lo hubiera hecho mejor, no tengo dudas). Con Diego nos apasionaba defender a una clase social que, no sé si detestábamos, pero sí nos parecía llena de dobleces y autoengaños, la clase media argenta. Es un librito en el que además de “actualizar” a Benjamin, defendía a la clase media. Es un libro que le debo íntegramente al gordo Gerzo. 

Gerzovich ponía en juego sentidos profundos, que afectaban a su vida y su pensamiento. Ponía en juego sus ideas.

Como queríamos hacer de Walter Benjamin un pensador plebeyo, había que perderle el respeto. De hecho, Gerzo alguna vez confesó que había que peronizarlo, Benjamin había sido tantas cosas, decía: frankfurtiano, marxista, judío, surrealista, mesiánico, etc., que bien valía la pena nacionalizarlo argentino. En este sentido, nos inclinábamos por el Benjamin del “pensamiento crudo”, en contra del proyecto frankfurtiano de las sutilizas de la dialéctica, es decir, preferíamos al Benjamin atravesado por Brecht, que al Benjamin adorniano o presionado por Adorno —como dijo su prima, Hannah Arendt, Adorno, al que llamaba Theodor Wiesengrund (lo que nos parecía gracioso a nosotros, ya que sabemos que Adorno renegó de su segundo nombre, por considerarlo muy judío), fue “el primer y único discípulo de Benjamin”. Por supuesto, en alguna medida, era un proyecto que llevábamos a cabo en contra de nosotros mismos. Y por supuesto, no pudimos ni empezarlo.

Por último, recordé otro de los aportes (para nosotros fundamental) que había hecho el filósofo alemán. Se trata de su famosa defensa de la obra de Charles Chaplin y del primer Mikey Mouse, es decir, la defensa de la idea de que donde hay placer, puede haber también crítica, y que tal vez esa crítica placentera o graciosa sea más penetrante que la que proviene de los pensamientos solemnes y demasiado serios. Fue una idea que le trajo muchos sinsabores a Benjamin. Mi amigo Maxi Zeppa me decía el otro día que el recuerdo que tiene de Gerzo no es de sus clases o sus lecturas académicas, no lo había escuchado en ninguna clase (y nosotros, antes de ser algo, somos docentes), sino que siempre lo había escuchado jodiendo y hablando como en broma. Le respondí que en esas experiencias que parecían no tener sentido en realidad Gerzovich ponía en juego sentidos profundos, que afectaban a su vida y su pensamiento. Ponía en juego sus ideas. Lo hacía con pasión, desbordado siempre por el pensamiento, que lo llevaba más allá de sí mismo, arrastrándome a mí como su satélite a universos que ahora fueron clausurados y que no quiero ni recordar.