El trabajo es un arma cargada de futuridad

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El trabajo es un arma cargada de futuridad

10 Marzo 2019

Por Norman Petrich

 

Ya en los 70, Roque Dalton veía cómo el enemigo se había vuelto complejo, incluso nos rebasaba en muchos terrenos: la revolución científico-técnica del imperialismo, la ideología de esa revolución y la ideología de la gran sociedad desarrollada. Además, pedía aceptar esa complejización y ser audaces en los movimientos de contraposición.

Desde esos días al presente, las noticias del avasallamiento no mejoraron y el panorama que nos trae Futuridades (Editorial Casagrande, noviembre de 2018) no deja de ser sombrío.No obstante, no agotado, no cerrado, no concluido.

Lo que Ezequiel Gatto (Docente, investigador, traductor, licenciado en Historia y doctor en Ciencias Sociales e integra el Grupo de Investigación en Futuridades) intenta con su libro es improvisar un cambio en eso que damos por llamar futuro. Futuro que, como lo veníamos pensando hasta ahora, está siendo controlado por el capitalismo financiero desde hace un tiempo largo a través de esa complejización científico-técnica. Ese improvisar no significa no tener una línea determinada sino moverse, repensarse, rescatar lo rescatable, para volver a intentar derribar las barricadas que el enemigo levanta en las salidas del hoy. Una verdadera audacia, como pedía Dalton.

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APU: La pregunta obligada para empezar es ¿de qué hablamos cuando hablamos de futuridad?

Ezequiel Gatto: Lo considero un concepto abierto, podríamos decir en formación, una idea que voy modelando, al ir esquematizando nuevos elementos que se incorporan. Dicho esto, entiendo el concepto de futuridad como una condición ontológica, es el nombre que le puse a una tendencia irreversible hacia un porvenir. Esto no quiere decir inexorable ni previsible ni fatal. Ser es devenir, y futuridad es el intento de agarrar algo de ese devenir. Obviamente, en ese acto tomo una posición. Es una idea ambiciosa (aunque prefiero fracasar en esa ambición) de cómo pensar el devenir.

 

APU: Hay otros dos términos que van de la mano, que son el de futurización y futuridad…

EG: Algo que pensaba mientras hacías la pregunta era que no aclaré por qué hablo de futuridad y no de futuro. La categoría de futuro tiene un valor político y cultural decisivo para la modernidad, es decir, es una categoría articuladora de ese momento social. Pensada en el registro de una línea de tiempo en el cual ese futuro siempre está por delante y dotado de una figura visualizable. El futuro es el elemento que caracteriza el vínculo de la futuridad de la modernidad. Esa categoría conlleva un juego ambiguo y confuso: postula como un universal antropológico lo que en realidad es una construcción histórica muy situada en la modernidad. Futuro puede ser una palabra que puede servir para cualquier estructura de tiempo social y sin embargo es una categoría que tiene una inscripción histórica muy definida. Futurización es una categoría interesante para pensar el acto de dar un futuro, de imaginarlo, de proyectar en el presente su destino, que es más del campo de lo visual; y la futurabilidad es cierta posibilidad que opera en nuestro presente pero que no tiene imagen, es eso que emerge y obliga a ir por otros lugares que uno no imaginaba. El juego de esas dos formas es la manera en que nos vinculamos con la futuridad. Ese registro puede abarcar tanto una etapa como algo más puntual, esto último es lo que intento en el libro: cómo los sojeros de un pueblito del sur de América piensan el futuro, cómo los pibes de los barrios periféricos reprimidos por la policía en Rosario piensan el futuro. Es un libro que piensa el futuro desde el presente. No hago futurología, sino intento analizar cómo producimos vínculos con lo que está por delante y cuáles son las consecuencias de esos vínculos, cómo los podríamos cambiar, fortalecer, destruir, etc.

 

APU: Vos hablás de cómo el capitalismo financiero está controlando lo que conocemos como futuro ¿de qué forma lo hace?

EG: Creo que la forma es la cifra. La que modela y gobierna lo social. Tiene la particularidad de ser concreta y abstracta al mismo tiempo, de alguna manera ser una imagen, pero no tener contenido. Es interesante y urgente para mí volver a pensar la relación de la moneda con la política y no sólo en términos meramente soberanistas sino el poder performativo de la moneda. Discutir sobre el mercado, hasta dónde tenemos que ser exclusivamente antimercado. Y si ser antimercado es ser anticapitalista. Es una discusión que me interesa dar: capitalismo y mercado no son lo mismo. Básicamente ha habido mercados no capitalistas como para demostrar históricamente que esas entidades se diferencian. Y hay ciertas potencias en el intercambio mercantil que se podrían aprovechar en los procesos emancipatorios.

 

APU: Decías eso y pensaba en los nodos de mercado solidario y la red de comercio justo…

EG: Tal cual. Hay intercambios de mercados que no necesariamente son productores de desigualdad: puede producir diferencias sin producir desigualdad. Y el tema de la moneda viene a aportar a ese debate. Hay algo que a mí me vuela la cabeza: la digitalización del dinero. Un encarcelamiento monetario que va a hacer que vos no puedas operar por fuera de la matriz de los bancos, las tecnologías. Cada movimiento monetario tuyo queda registrado en algún lado y tendrá efectos muy concretos. La moneda usada como mecanismo de ajuste y previsión es la gran manera de gobernar el futuro. Las deudas externas son una muestra: el acreedor no espera que pagues, espera que quedes enlazado. El que logra imponer una técnica que le garantiza hoy un tipo de incidencias sobre fenómenos que todavía no existen tiene un poder descomunal sobre el gobierno del tiempo.

 

APU: Históricamente hubo “soluciones” para el “excedente humano” pero fueron acotadas en el tiempo y no expuestas sino más bien solapadas (pensaba, por ejemplo, en la dictadura genocida del 76) ¿Qué peligros conlleva esta mirada actual donde ese excedente se convierte en residual y como tal no tiene ningún tipo de derecho, ni el de ser víctima?

EG: Creo que hay una relación muy estrecha entre las tecnologías y la reaparición de una idea de residuo humano, con claras características racistas. Hay una segmentación de los mercados laborales que cumplen una función mucho más antropológica al establecer una frontera entre lo que es humano y que no. Somos cada vez más los sectores que estamos por fuera de la estructura formal de la economía, con fronteras permeables entre quienes están integrados y excluidos en un país que tiene a más de la mitad de sus trabajadores informales, con un 40% en negro y con pequeños bolsones de trabajos estables. Eso hace que lo residual aparezca más expuesto como tal porque se tiene temor a la caída en la inhumanidad, no solamente en el desempleo. Hay un proceso sistémico que produce esto como un fenómeno necesario. Y se ha intensificado mucho en los últimos años. Se genera un negocio de la pobreza. El residuo no está por fuera de la economía en la valorización capitalista, si no que está incluido como tal: ONG, financiamientos, líneas de crédito, microcréditos usureros. No tienen que ver con el desempleo sino con el empleo de ese residuo. Controlar el deudor colectivo es otra manera de controlar el tiempo.

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APU: ¿Existen futurabilidades o futurizaciones utópicas dentro de este presente donde se palpa la corrupción en las diferentes capas sociales, pero ¿es desde esos mismos lugares que se exige transparencia?

EG: A ver, experimentemos un poco, si bien no tengo una respuesta trabajemos con ciertas intuiciones de por dónde viene la cosa. Hay que aprender a no indignarnos con ciertas presencias. Usemos como ejemplo a (Javier) Milei: el mundo que quiere es horrible, no sólo es más o menos viable sino absolutamente repugnante. Yo creo que uno de los desafíos es encontrar en Milei lo que no es Milei y apostar a abrir eso. La otra posibilidad es la guerra, no digo que haya que eliminar la figura del enemigo. Pero encontrar componentes en esas futurizaciones que me permitan torsionar en otro sentido, encontrar en esas imágenes el hilo del cual podamos tirar para desarmar esos cuadros. Intento hacer eso porque la otra figura, la de la polarización total, me parece que no nos está sirviendo. Volviendo a Milei. El le habla a un monotributista que está agobiado de pagar impuestos, no le habla al financista salido del Di Tella. Y el tipo dice voy a votar a quién me diga que no tengo que tributar más. Hay una lectura fina de a quién le habla en una economía tan informal como la argentina. No hace falta ser millonario para no querer pagar impuestos, a veces es suficiente con ser muy pobre. Qué te plantean: un mundo donde no se paga impuestos, esa fantasía. Bueno, hay que encontrar qué sería interesante de repensar lo impositivo, de a dónde va, etc. No solamente la necesaria confrontación, creo que quedó claro que eso sólo no alcanza. Macri no me va a conmover nunca con su discurso, pero qué importa lo que me diga a mí, yo tengo que entender a quién le está hablando. Es volver a repensar lo que decíamos al principio: de qué hablamos cuando hablamos de futuro. El kirchnerismo, en parte, había clausurado ese debate porque parecía que estaba claro de qué hablábamos cuando lo hacía desde un discurso de la reparación, donde lo reparado volvía a tener su forma anterior a la destrucción. Como que no hacía falta discutir hacia dónde estábamos yendo. Cambiemos se apropió de ese discurso para vaciarlo inmediatamente y convertirlo en este desierto en que estamos metidos. Y la discusión vuelve a aparecer de una forma interesante porque va a tener que incorporar variables que no estaban en ninguno de los dos esquemas anteriores, algunas más urgentes como el desempleo, el hambre y otras más necesarias como el modelo energético, el monocultivo, el posicionamiento en el mapa continental y mundial, los cuáles podrían exorcizar algo de lo urgente. Sería interesante que las fuerzas con aspiraciones presidenciales no agoten su campaña en lo urgente y puedan hacer lugar a debates más estructurales, como la moneda, para minimizar las posibilidades de un retorno furioso de una derecha casi genocida.

 

APU: Eso me hace pensar en el ejemplo de las Madres de Plaza de Mayo. ¿Es en el pasado, es decir, en el rescate de la memoria, desde donde crecen futuridades más respirables?

EG: Totalmente. Siguiendo el pensamiento de Achille Mbembé, filósofo afroamericano, todos estamos en camino de “devenir negros”, en el sentido de que las lógicas del mundo producen esclavitudes, sometimiento, desarraigos, sufrimientos en términos que universalizan la experiencia de la desigualdad racializada. El ver qué podemos sacar de todo esto te permite pensarte racializado. Pienso que las Madres hicieron algo parecido. Cabe marcar que cada vez que las mujeres atravesaron el umbral de lo doméstico para dirigirse al espacio de la política este país cambia de forma. Eso está clarísimo en los últimos 40 años. Las Madres no sólo traen la memoria de la condición de víctimas de sus hijos, sino que reponen sus proyectos, etc. Que es la larga lucha de los Derechos Humanos en Argentina. Hay que aprovechar todo ese trabajo increíble que hacen, y aquí voy a decir algo que puede sonar polémico, no sólo para levantar esas banderas sino ponerlas en cuestión. Poder discutir esos proyectos que esa generación tuvo. Tener la valentía de hacerlo y no creer que porque se los discute se regala los muertos al enemigo. Qué hacer con eso que se quiso. Lo que yo aprendí de las Madres es abrir esos proyectos con la decisión de cuestionar lo que haya que cuestionar, de aprovechar lo que puede seguir sirviendo políticamente… Deleuze dice algo que para mí es muy tranquilizador: no se le puede pedir todo a cada experiencia. Una de las operaciones posibles sobre esos proyectos es discutirlos, históricamente y ahora, entre generaciones, y rearmar ese diálogo. Porque me pregunto si queremos un mundo que se repite eternamente a si mismo en una hipotética forma de la justicia. ¿Es eso deseable? A parte de si es viable o no. Es decir, no dejar las cosas como están, sino buscarle una especie de actualización. Ahí hay un desafío de articular futurabilidad con futurizaciones en nuevos términos. Y me sucede que eso me obliga a estar muy atento a lo que aparece, a lo que emerge, y preguntarme de qué manera eso que aparece enriquece y reformula lo que yo quería. Porque a lo mejor aparecen cosas que son mejores a lo que yo quería.

 

APU: Cuando decías esto último pensé en el feminismo.

EG: Hay dos cosas que me flashean del feminismo. Una es la concepción del trabajo al estilo de (Silvia) Federici, cuando dice que una cosa es lo que el capital dice que es trabajo, otra cosa es lo que la izquierda dice que es trabajo, y otra cosa es el trabajo. La desalarización de la noción de trabajo para mí es genial porque te permite pensar que lo que produce valor es mucho más de lo que el capital y la izquierda tradicional reconocen como tal. Me parece que en estas condiciones las categorías de trabajo se solapan cada vez más con la de condición humana. Y la otra nace de una frase que me gusta mucho que es “el futuro es feminista” porque parte, al menos a mí me ha hecho pensarlo desde la multiplicidad de perspectivas feministas que hay, de esa especie de idea de que las relaciones de poder son relaciones sobre las cuales hay que trabajar permanentemente. No hay ninguna garantía institucional, ideológica, utópica, que garantice que en un momento el poder va a alcanzar una estabilidad tal que ya no será necesario protegernos de las desigualdades. El imperativo de que no hay figura final de la justicia. Eso es lo que me transmite. En otro lugar que he encontrado esa noción de justicia es en el zapatismo. No por nada hoy en día está conducido por las mujeres, de la cual sobresale la figura de Ramona. Ahí también hay un desplazamiento. Hay otras cuestiones que me atraen del feminismo porque tampoco me siento tan autorizado a hablar, pero la cuestión de qué es trabajo, qué es valor y cómo empalma eso con un vínculo con la futuridad no monopolizada por una futurización fija me parece determinante.

 

APU: Se me vinieron a la cabeza los versos de Gabriel Celaya y se me ocurrió pensar que tanto la poesía como el trabajo, o la poesía como trabajo son un arma cargada de futuridad.

EG: Por supuesto. Cuando Paco Ibáñez lo canta sigue respondiendo a una idea de la poesía militante. Por eso el arma, por eso el futuro. El compromiso del poeta, la idea de que alguien se compromete con otra cosa, que es más importante. La relación entre la poética y la futuridad me parece clave. Hay que construir unas poéticas singulares para la noción de futuro que yo trato de plantear. Me pregunto de qué manera hablo en esta lengua. Cómo se habla la lengua en un vínculo con la futuridad en estos términos. La verdad es que no lo sé, pero sí sé que la pregunta es poética.

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