El Indio Solari no tiene quien lo explique, por Enrique de la Calle

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El Indio Solari no tiene quien lo explique, por Enrique de la Calle

15 Noviembre 2010

Por Enrique de la Calle

Ahí, arriba, está el mito. Cantando cada vez mejor, como todo mito. Abajo, están las 80, 100 mil personas que viajaron desde cualquier lugar del país para verlo, como siempre desde hace más de veinte años. Mezcla rara de espectáculo con entradas a casi 30 dólares y parafernalia de “show internacional”, fiesta popular inexplicable y estética plebeya nunca del todo digerida por el establishment cultural y comercial del país.

“Esto no tiene explicación”, señaló el Indio en sus pocas intervenciones. Ningún otro artista argentina genera lo que este hombre: a pesar de su escasa exposición pública y/o mediática y de esporádicas presentaciones sin publicidad, se las arregla para ser cada vez más convocante. ¿Puede explicarse? Dejando de lado las obvias cualidades artísticas del Indio y los Fundamentalistas de Aire Acondicionado, apuntaremos algunas reflexiones ad-hoc.

- Lo que te debo como ilusión: el público que tomó por asalto Tandil es heterogéneo, policlasista y atraviesa varias generaciones. Desde chicos de 18 años, hasta jóvenes que ya buscan los 40; tipos provenientes de las barriadas más pobres de Berazategui y otros que llegaron en autos último modelo y que se alojaron en hoteles cuatro estrellas. Sin abusar de Ernesto Laclau, podríamos observar un Indio populista, polisémico, que funciona como “significante vacío” interpelando a amplias y variadas demandas, deseos y universos ideológicos. Laclau incluye, y vaya si se vio el sábado, al elemento emocional como puente necesario entre sentidos y demandas.

- Ladren lo que ladren los demás: No aceptamos la imagen de un Indio Solari antisistema. Miente esa definición, aunque debemos reconocer en el artista una trayectoria y una estética que nunca se han llevado del todo bien con lo que podríamos denominar el establishment cultural argentino. Nuestros intelectuales le desconfían por rockero y por buena parte de sus seguidores: hasta hace poco ese desprecio se expresaba en una pregunta cruel: “¿creés que esos chicos entienden tus canciones?”. Con los suplementos culturales y los periodistas de rock pasa algo similar: incomoda este hombre que prácticamente no da entrevistas, que no adelanta primicias de conciertos o discos, y que ha mantenido, con bastante elegancia, su autonomía respecto de grandes estudios y lógicas comerciales (en buena medida, los financistas de esos mismos suplementos).

- Tics de la revolución: después de los 80 y sobre todo en los 90, el rock se volvió un rasgo identitario de la juventud. La “crisis de las representaciones” tradicionales obligaba a la emergencia de nuevas. En ese contexto se consolidó el rock, con larga trayectoria en el país desde los 70. Con un discurso contestatario, ocupó para los jóvenes el lugar de “la política”: como identidad, ideología y lugar de pertenencia. El rock se opuso a la política, en una mirada que se acentuó en las últimas décadas (habría que ver qué pasa con el kirchnerismo) pero que ya estaba presente en sus orígenes, aunque en otro contexto socioeconómico del país y ligado a otros discursos (revolución cultural, mayo francés, pacificismo, etc.).

- El Discépolo de nuestra generación: de esa manera lo llamó su amigo Andrés Calamaro. Enrique Santos Discépolo describió las virtudes y miserias de la Argentina de primera mitad del siglo XX. Su universo estético fue el del tango. Solari es un sesentista, formado en el espíritu del 68 parisino, que en simultáneo devoró a todos los escritores malditos (rusos, franceses y norteamericanos). Su estética rock se ocupó del derrotero de tantas generaciones pos Estado de Bienestar: opresión dictatorial, desilusión alfonsinista, bohemia ochentosa (consumo de cocaína incluido), exclusión y violencia neoliberales, represión policial, frivolidad menemista. El Indio configuró, a puro rockanrol, una estética plebeya, de los marginados y los invisibles. Fue el único que describió el infierno humillante en las cárceles argentinas. Vaya paradoja: el mismo Carlos Solari que soñó cuando joven con el final del capitalismo social, fue el mismo que se ocupó como artista de narrar a los expulsados y ninguneados luego de ese debacle.

El cronista no pretende clausurar la discusión, abandona la enumeración. Coincide con el propio Indio en eso de que “esto no tiene explicación”. O mejor: no tiene una que lo satisfaga del todo. Lo que sí lo deja satisfecho (se corrige: feliz) es haber sido compañero de emociones de esas miles de personas que disfrutaron, una vez más, que ese mito está más vivo que nunca.