El Farmer 2019: ¿Puede un resultado electoral cambiar la ejecución de una obra?

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El Farmer 2019: ¿Puede un resultado electoral cambiar la ejecución de una obra?

24 Octubre 2019

Por Juan Augusto Rattenbach 

El sábado a la noche fui a ver El Farmer en el Teatro la Comedia. Desde su estreno en 2015, es la tercera vez que la veo. Sí, la tercera. 

En el contexto del Bicentenario, en el cual se cambió la denominación del vetusto “Día de la Raza” del 12/10 y se agregó como feriado el 20/11 como “Día de la Soberanía”, se produjeron una gran cantidad de producciones audiovisuales sobre acontecimientos históricos del siglo XIX. Desde documentales de Canal Encuentro, los muy conocidos y entrañables capítulos de Zamba, pasando por una nueva edición de series historiográficas conducidas por Felipe Pigna a largometrajes imprescindibles como Belgrano. A eso le sumamos la película Revolución: el cruce de los Andes dedicada a San Martín protagonizada por Rodrigo de la Serna.

Cuando tuve la oportunidad de ver Revolución, debo reconocer que me entristeció saber dos cosas: que si el Estado financiaba una película de estas características (sumada a la de Belgrano) eran pocas las probabilidades que haya margen para hacer una película así sobre Rosas, que pudiera complementar al ya antiguo largometraje de 1972. En caso de que sucediera, Rodrigo de la Serna no sería convocado para personificar al Restaurador porque ya era San Martín. 

Intuyo que De la Serna debió percibir algo parecido: Rosas tenía que ser homenajeado artísticamente y él (y no otro) era el actor indicado para personificarlo. Agotadas las instancias audiovisuales clásicas (documentales, largometrajes, dibujos animados) se optó por otra vía: el teatro. 

Es así como nace El Farmer: una obra teatral inspirada en el libro homónimo de Andrés Rivera que retrata a un Rosas en el exilio en sus últimos días en un gélido invierno inglés. Los únicos actores en escena son Pompeyo Audivert, que representa al Rosas real de carne y hueso y Rodrigo de la Serna, que representaría al fantasma del Rosas de bronce, el gobernador todopoderoso que guarda de los sueños de todos los habitantes de la Provincia y el heroico defensor de la soberanía nacional. El intercambio de ambos Rosas (acompañados por Claudio Peña en Cello) hacen repasar la vida entera del Restaurador: desde sus glorias en el auge de su poder, pasando por sus recuerdos íntimos de la infancia y su relación particular con las mujeres (Su madre Agustina, su esposa Encarnación, su hija Manuelita). Como un fantasma que va y viene, tenemos a la Batalla de Caseros, ese mítico y trágico 3 de febrero de 1852 que supuso el fin del gobierno de Rosas y el inicio de su condena a 25 años de destierro y exilio. Detrás de esa fecha, la hipocresía ingrata de un olvido conveniente de quienes más se beneficiaron con su gobierno. El guión propuesto por De la Serna y Audivert balancean el marxismo cuasiantirosista de la obra original de Rivera, con una dosis importante de una doctrina nacional y popular. Fueron varios los reportajes en donde De la Serna afirmaba (no sin argumentos), que Rosas fue como Perón.

La obra tuvo una excelente respuesta en el público y se reprodujo de forma casi ininterrumpida entre 2015 y 2017, con giras al interior del país. Su reedición de 2019 responde al hecho de que se sabe que esta obra tiene un éxito matemáticamente asegurado, tanto por el guión, como por la puesta en escena y la calidad en la actuación.

Sin embargo, la ejecución de la obra no fue la misma en ninguna de las tres ocasiones que pude verla. En 2015 los actores se estaban conociendo entre sí y con los personajes. Para principios de noviembre el peronismo ya había perdido la Provincia de Buenos Aires y quedaba como un halo sombrío un posible triunfo (que no sucedió) en el ballotage. El teatro había una sensación de homenaje e incertidumbre a la vez: Rosas es Perón y es Cristina. Su mandato terminaba y de lo único que se sabía es que la Argentina no iba a ser la misma, ganara quien ganara. El 10 de diciembre para muchos, fue un nuevo Caseros. Vale aclarar a esta altura, que el público espectador de esta obra tiende mayoritariamente a compartir la filiación política de los actores.

Luego vino la de 2017, que considero que fue la mejor ejecución de la obra. Ya para ese momento se agregaron cuestiones técnicas: los actores contaron con micrófonos que facilitaban la percepción auditiva del guión sumado a una considerable mejora en el vestuario de De la Serna. Cristina compitió en calidad de senadora por la Provincia de Buenos Aires con un peronismo fragmentado que hizo que perdiera ante un porteño ignoto como Esteban Bullrich. Los billetes de próceres eran reemplazados por insulsos animales. Rosas fue reemplazado por un guanaco. El panorama político era desolador. Audivert encarnó a un Rosas más miserable y De la Serna a un Rosas más fantasmagórico. No hubo risas de ningún tipo. Los espectadores estábamos viviendo una verdadera tragedia shakespereana, adentro y afuera del teatro. La historia cíclica de nuestro país parecía asomarse como una profecía sin escapatoria: los líderes populares iban a correr la misma suerte que el mito de Prometeo, de San Martín a Cristina, pasando por Rosas y Perón, el final era de exilio, ostracismo y probablemente una reivindicación póstuma, pero no en vida. 

Sin embargo, la realidad cambió de forma abrupta y sorpresiva el 11/8 de 2019: el resultado electoral con posibilidades de ganar en primera vuelta, se convirtió en un hecho de reivindicación simbólica y política del pueblo hacia Cristina y el peronismo como movimiento. Como no somos ajenos al contexto en que vivimos, este hecho

Impactó de forma considerable tanto en el ánimo de los actores como la del público espectador. La interpretación de Rosas por parte de De la Serna casi que da un giro de 180°: de un fantasma mítico de bronce nos encontramos con un potencial harlequín medieval. En el pasaje clásico donde De la Serna reza la conocida frase de Rosas: “Quien gobierne siempre puede contar con la cobardía de los argentinos” se produjo un ligero cambio en donde argentinos fue reemplazado por porteños. Tras un breve silencio y con una mirada cómplice con el público remató “¡y la de los cordobeses también!”. Aplausos y risas acompañaron a toda la obra como nunca antes había sucedido. Con un triunfo político en ciernes, es difícil compenetrarse en una tragedia esquivando con éxito los posibles barnices de comedia, ya sea para el público o para los mejores actores que cuenta nuestro país. Rosas ha vuelto a la vida después del 11/8 y por lo tanto nada hay que temerle a la muerte y al olvido.