El cine norteamericano imagina revoluciones

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El cine norteamericano imagina revoluciones

23 Agosto 2012

Por Enrique de la Calle I Una de las escenas evoca una imagen clásica de todas las revoluciones. Los pobres, desesperados, toman la ciudad. Los revolucionarios deciden liberar la cárcel, atestada de presos. Después comenzarán los juicios y las persecuciones a los más ricos. No es difícil remitirse a la Toma de la Bastilla, símbolo de la épica transformadora, en cualquier fecha y lugar.  

Un momento similar ocurre en otra ciudad proyectada en el futuro. Las masas, cansadas de la explotación, tiran por tierra una sociedad que se presenta profundamente desigual. Todo es apocalíptico, pero la violencia de los explotados permite la redención. El chico lindo del afiche, por supuesto, juega para ellos.

La primera escena pertenece a Batman: El caballero de la noche asciende, la película que cierra la elogiada y exitosa trilogía del inglés Christopher Nolan. La segunda, a El vengador del futuro, la remake del clásico de ciencia ficción de los 90 (protagonizado en aquel entonces por Arnold Schwarzenegger) que ahora dirige Len Wiseman.

Batman y El Vengador coinciden en por lo menos un punto, que interesa a este artículo. En ambas se muestran sociedades injustas. Al borde de un colapso que tiene una explicación social. No señalan la destrucción de la naturaleza, como antesala a la extinción de la especie humana, tópico habitual en el cine norteamericano de estos tiempos. No van por ahí. En esos films las sociedades se encaminan hacia el caos porque son injustas y excluyen a amplias mayorías. A los pobres sólo les queda la violencia y la insurrección popular: en Batman, de hecho, los sublevados se organizan desde las alcantarillas lo que nos recuerda la mítica frase de Scalabrini Ortiz sobre el subsuelo de la Patria.

Las sagas de Batman deben parte de su atractivo a los dilemas que todo el tiempo atraviesan su historia. En la que ahora concluye esas contradicciones están todavía más expuestas. Don Bruce Wayne se interroga una y otra vez sobre el rol que debe desempeñar Batman, en definitiva algo así como un agente parapolicial al borde de la ley. Aunque enfrente a los malos y defienda a niños, mujeres y ancianos en Ciudad Gótica...

En el final de la película, que es conocido, un policía emprende el camino para transformarse ¿en Robin?, ladero de Batman. La hipótesis de Nolan podría ser la siguiente, arriesgamos: de continuar Ciudad Gótica siendo tan injusta deberá complejizar sus mecanismos represivos, legales y no tanto. Para agregar un nuevo dilema podríamos preguntar si el director está cuestionando ese destino o lo está solicitando.

El otro final, el de El Vengador, es más esperanzador. La violencia justificada de los excluidos como conjetura redentora. La película incluye además un tinte anti-imperialista (menos remarcado ¿casualmente? en la versión de los 90): los sublevados son pobres de una nación sometida por otra. 

Mientras las explosiones y las escenas de acción se suceden, acentuadas gracias a las nuevas técnologías audiovisuales, los dos films imaginan revoluciones populares. Que están justificadas socialmente. Quedará por ver cuánta razón tienen aquellos que argumentan sobre la capacidad anticipadora del arte.